Publicado en: El Nacional
Por: Carolina Espada
Para Al-Bobby en el Medio Oriente
¿Cómo se verá la vida a través de una telita? A través del rectangulito tejido-tupidito-cuadriculadito de ese balandrán que están obligadas a usar las mujeres afganas. El trapero en cuestión se escribe Burqu’ y se pronuncia «burca». El apóstrofo (‘) en realidad es como una «c» pequeñita puesta al revés; es la letra árabe llamada «ain», que se pronuncia como una especie de «ah», pero como para adentro, en lo profundo de la garganta. El burka es apenas una de las novedades que impuso el régimen talibán a partir de 1996 cuando quedó establecido el Emirato Islámico de Afganistán. Un férreo gobierno basado en la interpretación más severa y rígida de la Sharía o Ley Islámica, que no perdona una. Especialmente a las mujeres.
En algún lugar leí lo que significaba ser mujer en Afganistán en aquel entonces. Sintetizo y agrego: Prohibición de trabajar fuera de casa; ganar dinero; participar en actividades político-económicas-culturales-y-etc; asistir a escuelas y universidades; salir a la calle sin la compañía de un hombre de su familia; hablar o cantar en público; asomarse a la ventana; ser asistida por médicos; casarse por amor y tener algún derecho. El más mínimo. Todo eso y la obligación de llevar un tipo de calzado que no produzca ningún ruido al andar; embojotarse y asfixiarse dentro del Burqu’ (y si se tiene catarro, estornudar y soplarse la nariz con ese mismo hábito… supongo); quedarse bien encerrada en sus aposentos cuando no esté haciendo labores del hogar; servir calladita y muy diligente; tragarse todos sus sinsabores y desconsuelos sin rechistar; coito cada vez que se le imponga; placer… ninguno. ¿Por qué? Porque unos señores, en ese pedregullero tan lleno de tierra y de quebrantos, demostraron la inferioridad física, mental, moral y espiritual del sexo femenino. Y punto. Chistositos occidentales favor abstenerse de hacer cualquier cuchufleta. La cosa es bien seria y ahora sí que no estamos para bromas. Lo de la vejación doméstica y la violencia sexual ha hecho que Afganistán sea considerado el país más peligroso para las mujeres. Pocos saben que una mujer maltratada, torturada y violada en su casa por su marido (porque sí, los maridos están en la capacidad de violar en cualquier parte del mundo), si osa quejarse o escapar, es encarcelada por haber cometido un crimen contra la moral. Sí, ella, la víctima. Y no hablemos de los matrimonios forzados de niñitas con hombres de la edad de sus padres o de sus abuelos. Sí, niñitas de seis años, de nueve, de diez, vendidas a su futuro esposo por un cierto número de vacas y de ovejas. Caballeros occidentales, piensen en sus hijas pequeñas; busquen las imágenes de estos casamientos en Google. ¿A que se les ataruga la burlita contra las feministas el día de hoy?
En Afganistán es preferible ser hombre. Mujer que se atreva a romper las reglas, muere apedreada. Y punto. Otra vez. Punto. Pero «punto», allá, porque acá, en Occidente, nos cuesta entender ese horror. Antes de 1996 eso no era así. En diciembre de 1978 se firmó un tratado de amistad y cooperación entre Kabul y Moscú, y las mujeres tuvieron un respirito. No solo porque se pudieron quitar el trapo de la cara, sino porque fueron tratadas como seres humanos pensantes y con derechos. Pero entonces arremetieron con fuerza los talibanes en 1996 y no les tembló el pulso ni la cimitarra para asesinar a cualquier mujer que se revelara. Un nuevo “pero entonces” (porque la vida está llena de ellos): arribaron las tropas de Elimperio y a los seguidores de las interpretaciones ultraconservadoras del Islam no les quedó otra que recular. Y las mujeres pudieron expresar sus opiniones abiertamente, estudiar, cantar, trabajar, ganar dinero, ir al médico, tener derechos y amar.
Piense en nuestro país, ¿qué mujer aquí, después de haberse graduado en una universidad; hablar cuatro idiomas; recorrer medio mundo; trabajar con gran éxito; percibir, ahorrar e invertir mucho dinero; ser reconocida por su inteligencia, sabiduría, bondad e innegable belleza, estar en libertad de enamorarse de quien quiera e, incluso, poner condiciones a la hora de entablar relaciones sexuales o de “hacer el amor” (que no es lo mismo), va a permitir que la disfracen de fantasma azul o negro en una polvareda, la encierren a sudar dentro de cuatro paredes, la tengan de esclava-burrito-apaleado y le gritoneen en pastún: «¡Chito! ¡Que se calle la boca, pues! ¡Njda!»?
En aquellos años sombríos existieron movimientos feministas clandestinos en Afganistán. No fueron pocas las valientes que lucharon, escondidas, para que las niñas aprendieran a leer y a escribir. Ahí se empezó otra vez desde el principio. Eme con A, Ma. En un sótano o en un cuartucho improvisado, usando una puerta como pizarrón y sabe Alá de dónde sacaban la tiza, la maestra enseñaba las primeras letras y lo que establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos: el principio de la igualdad. A más de una atraparon in fraganti. A todas las que capturaron las ejecutaron sin piedad.
Y llegó el 2001 liberador. A raíz de los atentados pavorosos del 11 de septiembre en Nueva York, los Estados Unidos -en coalición internacional de la Otan-, invadió como en las películas de acción, derrocó al grupo talibán y estableció un gobierno prooccidental. Del Emirato Islámico se pasó de un solo bombazo a la República Islámica de Afganistán. Y, de esta forma, no hubo colorín colorado, pues comenzó una guerra que duró hasta hace semanas cuando se retiraron todas las tropas estadounidenses diciendo “boto tierrita y no peleo más”. Lamentablemente el conflicto sigue. Y sigue de terror. En el presente la lucha es entre los afganos abandonados a su suerte y los talibanes al ataque. Eso si es que no ocurre otro “pero entonces” y otra superpotencia decide intervenir. Ustedes ya saben cómo es la historia: de “pero entonces” a “superpotencias interventoras”.
Ahora avanzan los talibanes dispuestos a ejecutar a cualquier mujer que medio se les enfrente. También, a eliminar a las que representan un peligro para ellos, como las dos juezas de la Corte Suprema de Justicia en Kabul y dos mujeres soldados en la provincia norteña de Balkh. “Asesinatos selectivos” los llaman y los medios ni siquiera mencionan los nombres de las occisas.
De nuevo las afganas perderán su libertad, sus derechos, su vida. Todas serán emburkadas otra vez.
Se ve mal la vida a través de una telita… terrible y dolorosamente mal.