El Aprendiz – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Mijaíl Serguéivich Gorbachov, el hombre que con sus acciones u omisiones cambio el orden internacional, reconfiguró Europa, atajó la carrera armamentista, le dio pausa a la Guerra Fría y desmanteló un imperio, la Unión Soviética, ha muerto en la penumbra, arrumbado, sin reconocimientos oficiales, un mal recuerdo que el jefe del Kremlin quisiera borrar de la historia con la lejía autoritaria que los déspotas usan para limpiar sus monumentos.

Vladimir Putin calificó el derrumbe de la Unión Soviética como la “mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, una hipérbole nacionalista que pasa por alto los grandes dramas del siglo pasado y trata de hurtar el terrible fracaso de aquel monstruo que fue el socialismo real y el imperio soviético, y remarca la nostalgia redentista por la Gran Rusia del presidente ruso. El culpable de tamaña tragedia no sería otro que Gorbachov, quien con la perestroika y la glástnot  dinamitó las estructuras del Estado soviético y enterró al partido comunista que lo dirigía gloriosamente.

Como buena parte de los reformadores que han venido al mundo, no satisfizo plenamente a quienes exigían transformaciones mayores y a gran velocidad, y menos aún a quienes querían que el museo de cera se mantuviera intacto con ellos adentro como figuras principales. Sin embargo, logró una cierta democratización, apertura económica, y libertad de expresión hasta entonces impensables en la Unión Soviética. Fue acusado de pusilánime por unos y de traidor por otros, comme il faut según la óptica del reduccionismo ciego de los radicales instruidos y simplones.

Algún hegeliano podrá sostener que allí lo puso la “astucia de la razón” para hacer avanzar la historia, y un freudiano, que ajustaba cuentas con sus padres fieles a la ideología soviética. Lo cierto es que fue un disciplinado militante comunista, de los que suben peldaño a peldaño en la burocracia del Estado y en la jerarquía del partido. Como los marcados por el destino (en su caso por una marca de nacimiento en la cabeza a plena vista) estuvo en el sitio correcto a la hora correcta. En medio de una gerontocracia que se sucedía en el poder, Misha lucía empeñoso y energético. Según el New York Times, cuando llegó finalmente a secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, un miembro del comité habría expresado aliviado: “Tras un líder que estaba medio muerto, otro que estaba medio vivo, y otro que difícilmente podía hablar, el juvenil y energético Gorbachov fue muy bien recibido”.

Lo demás es ya harto conocido y apreciado, aunque el Kremlin no quiera valorarlo: intentó transformar democráticamente a la Unión Soviética, abrió la economía, no se opuso a la liberación de los países del Este, resistió pero aceptó la independencia de las repúblicas soviéticas, firmó junto a Reagan el tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces) para eliminar misiles balísticos nucleares de alcance medio, (los llamados euromisiles), retiró las fuerzas militares soviéticas de Afganistán y apoyó la finalización de la Guerra Fría.

Como todo líder que se precie de serlo, su recorrido fue polémico y al mismo tiempo admirado, asumiendo riesgos y traspiés por lo que creía, para finalmente renunciar ante las fuerzas democráticas que él contribuyó a crear. Más de una vez fue señalado como aprendiz de brujo. Valga citar como respuesta el reciente tuit  del historiador Yuval Noah Harari, “Renunció a más poder que persona alguna en la historia, y al hacerlo salvó a más gente que ninguna otra persona en la historia”.

¡Cómo hacen falta aprendices de su estatura ante la sequía de líderes mundiales que estamos sufriendo!

 

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