Publicado en: Cinco8
Por: Alicia Hernández
Esta historia ocurrió en Caracas y no fue nada fácil de contar. Que sirva para que muchas otras mujeres entiendan cómo funciona el maltrato psicológico y cómo protegerse de él. Porque aquí hay un patrón que se puede detectar a tiempo.
Yo no sabía que me maltrataban. Cuando te está pasando no lo ves. No lo entiendes.
Me di cuenta al año de lograr terminar, con mucho esfuerzo, una relación que había durado siete, a trancas y barrancas, en idas y venidas. De repente tuve conciencia de lo que me había pasado. Fue en noviembre de 2017.
Leía ese día un artículo sobre el gaslighting, un término que alude al maltrato psicológico basado en la obra de teatro de Patrick Hamilton y la célebre versión fílmica de George Cukor, Gaslight, donde Ingrid Bergman casi enloquece por los horrores que le hace su marido. En ese texto una mujer relataba el daño muy sutil pero por ello mismo muy eficaz al que la sometía su novio. Daba detalles precisos y uno detonó mi conciencia: contaba que ese hombre siempre aludía a su pareja anterior como a “una loca”, pero un día las dos mujeres se reunieron, hablaron, se conocieron, y descubrieron que ninguna de las dos estaba loca, y que ambas habían sido agredidas del mismo modo por el mismo hombre y al mismo tiempo.
Para mí fue como ver la matrix desde fuera, también como abrir de golpe las compuertas de una represa de recuerdos dolorosos reprimidos por años. Lloré un buen rato delante del teclado y luego hice lo que siempre me salva: escribir.
Publiqué mi primer texto contando esa experiencia en Facebook. Sin embargo no fui capaz de decir que me había pasado a mí. Me daba mucha vergüenza.
Así fue hasta hace unas semanas, cuando dije en Twitter una ínfima parte de lo que me ha costado años procesar, superar y pasar. A partir de mi publicación me escribieron muchas mujeres contando casos similares. En prácticamente todos los testimonios se repetían las mismas frases. “Me da mucha vergüenza reconocerlo”, “creí que la culpa era mía”, “nadie de mi entorno cercano lo sabe”, “no me considero/consideraba víctima”. “Cómo me pudo pasar esto a mí”.
Recordé todas las veces que me había repetido esto: “Cómo me pudo pasar esto a mí”. Ahora lo sé. Lo entendí tras pasar por un proceso de revisión profunda que se extendió por más de un año, desde que fui consciente del maltrato hasta que logré salirme de la montaña rusa de rabia, odio, ira y tristeza profunda que me invadió. Entonces perdoné a quien me hizo daño (aunque no olvidé el daño) y, lo más importante, reconocí que lo que me había pasado no era mi culpa. Darme cuenta de lo sucedido me hizo salir de la situación más fuerte y ser más capaz de ayudar a otras personas que viven la misma experiencia de horror.
De la seducción a la violencia
Antes de pasar por esto yo me consideraba una mujer “echá p’alante”, cuando tenía un objetivo iba por él, debatía apasionadamente, organizaba actividades en grupo, cursaba dos carreras, luego hice una maestría y todavía me alcanzaba el tiempo para hacer teatro y organizar fiestas con mis amigos.
Ahora creo que he alcanzado importantes logros personales y laborales. Muchos me reconocen por mi profesión, me han leído y siguen mis publicaciones desde que empecé a escribir en medio de las protestas de 2014. Me perciben fuerte, valiente, una mujer que se ha hecho a sí misma. Empoderada, como lo llaman ahora.
¿Cómo fue posible entonces que “permitiera” que un hombre revisara mi correo, me insultara, me menospreciara, me manipulara, controlara lo que yo publicaba en redes y hasta con quién podía hablar, que dejara que criticara mi modo de vestir, me convenciera de no ponerme ciertas prendas o tacones y hasta me zarandeara y empujara contra una pared?
Pasó que estuve en una etapa dura de vulnerabilidad.
¿Puedes recordar algún momento de tu vida en el que te sintieras muy vulnerable? Estás saliendo de una relación en la que te dejaron, de un evento traumático, de una situación laboral o familiar fuerte, de un evento psicológico. Hasta algo tan común como idealizar a la persona con la que te relacionas amorosamente o estar subordinada a ella en el trabajo o en los estudios, te hace vulnerable.
Ahora imagina que en esa circunstancia llega alguien “a rescatarte”, se convierte en tu amigo, en tu confidente, te habla bonito, te cautiva, hacen un clic intelectual, es atento, tiene detalles lindos (como mandarte regalos desde el otro lado del mundo), te asegura que solo quiere tu bienestar, verte bien, y hasta se presenta como un “pobrecito” que no tiene amor, que está roto.
Vives una etapa de seducción. Te enamoras. Pero ese momento dura lo suficiente como para justificar el maltrato que empieza poco a poco, de un modo casi imperceptible.
Primero es un control leve, luego aparecen las mini explosiones de ira. Duran unos minutos y vienen seguidas de un halago que “justifica” el estallido. Por ejemplo: “Llevas una camiseta escotada, todo el mundo te mira, no deberías ir así” + mini ataque de ira + “Es que eres una mujer muy guapa e imponente”.
Meses después el episodio de ira es mayor. Da igual qué lo desata, la culpable eres tú. Si ha entrado a tu correo, la culpa es tuya por dejarlo abierto. Si te dice puta, la culpa es tuya por tener un pasado que él conoce. La persona de la que estás enamorada, la que tiene una labia y un poder de manipularte increíbles, te convence, tras horas de pelea, de que eres la culpable de sus transgresiones.
Tras los gritos se desaparece varios días “para que reflexiones”. En mi caso, ese vacío fue el fin de semana tras mi cumpleaños. No tenía a nadie más que fuera cercano. Te quedas con tu sensación de vulnerabilidad y de dependencia afectiva y eso lo beneficia.
Cuando vuelve, lo hace dolido. A las semanas regresan los detalles lindos, pero ya son menos. Cosas que hasta podrías recordar por siempre. Así es la dinámica de horror que dura años: el maltrato y luego las flores, las rupturas y el regreso.
El efecto que eso tuvo en mí fue una tristeza constante que relacionaba con haber migrado (al mismo país que él), con que no me adaptaba, con fracasos en mis trabajos, donde bregaba con una gran inestabilidad emocional.
Así quedé atrapada en un bucle. Cuanto peor me iba en el trabajo, más dependía de él. Y cuanto más dependía de él, más me hundía.
A la vez él se alejaba y me echaba la culpa de lo que pasaba. Me decía que quería estar con alguien con quien no peleara nunca y si yo reclamaba cualquier cosa, me atacaba. Repetía y repetía una frase que me angustiaba muchísimo: “Si tanto te molesta como soy, déjame”. Pero lo cierto es que tampoco al dejarlo se acabaría el maltrato.
Descubrir el gaslighting
Comencé a medio salir del bucle cuando me pidieron escribir en un medio español y me di a conocer en las redes. La vida 2.0 puede que tenga sus peligros, pero de esa forma comenzó mi apertura y empecé a considerar que quizás ni era tan mala persona ni tan mala periodista como él me decía.
La nueva forma de maltrato se centró entonces en la competencia y en los celos profesionales. Fue tan rudo y sutil que todavía a veces dudo de mis logros como periodista. Este hombre me hizo sentirme culpable de crecer en Twitter, de contestar a la gente en las redes, de atender entrevistas, despreció mi escritura y la dedicación a mi trabajo.
Cuando por fin lo dejé y traté de rehacer mi vida con otra persona, comenzó otra modalidad de ataque, el acoso, aunque entonces no lo reconocí como tal: correos, llamadas, mensajes de texto, mensajes privados en Twitter, Instagram o Messenger. A toda hora. Decenas. Hasta una aparición en la puerta de mi casa.
Eso te aturde. A un nivel indescriptible Te hace sentir culpable de todo y, por ende, merecedora de ser maltratada.
Caí y me lo cobró caro. Siguió mintiendo, pero ahora de un modo más cruel y doloroso. Empezó, literalmente, a enloquecerme. Aniquiló mi intuición, confundió mi percepción. Así entendí cómo funciona el gaslighting. Empiezas a dudar de lo que ves, sientes y piensas. Y cuando intentas conversar, aclarar, te trata como a una loca. Si por casualidad se te ocurre buscar a alguien para contrastar versiones, te darás cuenta de que durante años te ha formado serios prejuicios sobre esas personas. Es su modo de aislarte. Controla desde el principio, sin que te des cuenta, con quién debes juntarte y con quién no para mantener su sistema de mentiras y dolor. Como había dividido el mundo en dos bandos: nosotros y nuestros enemigos, yo no tenía a quién acudir. Luego me di cuenta de que lo mismo había hecho con las otras mujeres con las que se relacionaba al mismo tiempo, todas compañeras del mismo ambiente. Así que, como nos detestábamos, no podíamos compartir lo que todas intuíamos.
Por último intentó separarme de mi mejor amiga, pero eso ya fue demasiado. Ella insistió, llegó con evidencias claras. Hice el acto más amoroso que pude tener hacia mí: le creí. Siempre le estaré eternamente agradecida.
Maltratadores seriales
Vuelvo entonces al comienzo del relato. Solo un año después pude darme cuenta de lo que me había pasado. Armé la trama. Conecté fechas, mujeres, regalos, gritos, engaños, maltratos. Hasta que me puse una etiqueta que cuesta asumir: víctima.
La asumí para entender, profundizar, analizar. Perdonar. Pero no permito que esa palabra defina mi vida.
“La víctima no resuelve”, dicen. Claro que no puedes resolver mientras estás dentro del hoyo, mientras estás hundida. No ves la gravedad del asunto. Pero cuando eres consciente te toca actuar por ti.
Pide ayuda. Habla con alguien que sientas que no te va a juzgar. Busca a un psicólogo/a especialista en estos temas. Es difícil salir del ciclo de violencia. Hay quienes lo lograron porque pusieron tierra de por medio con su agresor, otras porque rompimos todo vínculo con él. No siempre es fácil. Por eso, repito: pide ayuda.
Vas a tener un proceso duro por delante. Vas a tener que redefinir muchos conceptos.
Vas a seguir creyendo que es culpa tuya, que tú lo permitiste, que solo te pasó a ti, hasta que entiendas que ni mereces lo que te pasó ni eres culpable. Hasta que entiendas que un maltratador (físico, sexual y/o psicológico) actúa con un patrón, que es serial.
Así mismo: serial. Lo que me pasó a mí y a otras al mismo tiempo y con el mismo hombre, le había pasado a sus parejas anteriores y le pasará a las que vengan después, si es que él no se da cuenta y corta su propio patrón de daño.
Yo logré sanar, recuperar la confianza en mí, recuperar la sonrisa, confiar en la gente, enamorarme.
Si un día te atreves a hablar, te llegarán mensajes agradecidos como los que yo he recibido en estos días: “Ya no pienso que estoy loca”, “Ya siento que no estoy sola”.