El domingo de Pentecostés se terminó de escribir la última página de una más de las varias novelas de ladrones del régimen. El 20M no hubo fraude: se perpetró un estupro a Venezuela.
La primera página de esta novela se escribió el 23 de enero de 2018, cuando la inconstitucional Asamblea Constituyente convocó la elección presidencial. Lo hizo en contra de la Constitución y las leyes y normas, soberbia y arrogantemente, destrozando la soberanía que solo reside en el pueblo. Ese día comenzó el estupro que se consumó este 20 de mayo. A Venezuela, detenida en una mazmorra, la tiraron al piso y la sujetaron. Un brazo lo agarró la presidenta de la inconstitucional Asamblea Constituyente. El otro brazo lo tomó la Presidenta del CNE. A Venezuela le abrieron las piernas. Una la agarró y amarró el Vicepresidente del PSUV y miembro supremo de la ilegal Asamblea Constituyente. La otra pierna la sujetó el Vicepresidente de la República. Para intentar acallar los gritos de Venezuela, el Fiscal General le metió un trapo en la boca. Y entonces el Presidente procedió al estupro. Con toda la violencia inimaginable. Al frente, haciendo coro que sonaba a cuando en una piñata se aúpa, varios poderosos, nacionales y extranjeros, incluso expresidentes de naciones con quienes a Venezuela la unen relaciones de amistad y lazos de sangre, gritaban “dale, dale, dale”.
El 20M no hubo fraude. No fue que se robaron unos cuantos miles, o cientos de miles, o millones de votos. No fue que sumaron lo que no había y restaron donde hubo. Lo del 20M fue el fin de fiesta de un estupro meticulosamente planificado. El 20M no hubo una elección; el pueblo no eligió. Este domingo de Pentecostés en Venezuela fue la culminación de un delito anunciado el 23 de enero.
Pero no estamos para el ejercicio de llorar. No estamos ya para denunciar por enésima vez la riada de delitos electorales. No estamos para pedir paciencia y confianza a los ciudadanos de Venezuela. Esas son fases superadas. El dolor es demasiado grande como para pretender calmarlo con frases bonitas.
Estamos para decirnos y para decir a los venezolanos y al mundo que, aun víctima de un estupro, con los golpes en el cuerpo y heridas externas e internas, Venezuela se pone de pie. Como lo hizo cuando Boves la violó. Entonces, Venezuela no se rindió ante aquella salvajada y no lo va a hacer frente a este estupro.
Las naciones del mundo vieron en vivo y en directo los acontecimientos. Y atestiguaron los gritos del silencio de un pueblo que se negó mayoritariamente a aceptar un acto delincuencial. En todas partes se sabe ya que la exigua participación -mucho menor a la reportada por el organismo oficial- dice, y dice mucho. Dice de un pueblo que ve cómo nada en la catástrofe mientras observa cómo engordan las panzas de los poderosos. Sabemos que allende las fronteras están asombrados, impresionados, impactados, con el estómago revuelto y el sabor a náusea. No pensaron que el régimen de Maduro se atrevería a tanto. Como pueblo no pedimos una invasión con soldados. Pedimos sí que este estupro sea enfrentado, que no quede impune.
Este gobierno ilegal e ilegítimo no puede ser reconocido por ninguna nación, presidencia, cuerpo legislativo, tribunal, corporación, iglesia, organización u organismo que tenga un miligramo de honor. Eso incluye al Vaticano, la OEA, la ONU, la UE y demás cónclaves de poder. El 21 de mayo se rompieron en Venezuela todas las normas, todas las reglas de la civilización, todos los mandamientos de las leyes de Dios y de los hombres.
Venezuela no tiene un gobierno. Esto es un ejército de ocupación que ha puesto a los ciudadanos bajo estado de sitio; es un régimen perverso que le ha declarado la guerra a sus ciudadanos y los está matando. Pero, que se sepa, la víctima no es tan solo Venezuela. Es la región, es el hemisferio, es el planeta. La manoseada barajita de la soberanía y la autodeterminación no puede ser enarbolada y aceptada como excusa para acolitar que Venezuela sea arrasada. Cualquier nación que reconozca a este gobierno está cavando su propia tumba.
Usted lee estas líneas y pregunta: y ahora, ¿qué? Por allá por los tiempos de la guerra de independencia, la Corona y los máximos estamentos militares realistas sintieron una enorme vergüenza cuando supieron de los deleznables actos de Boves, quien portaba el estandarte de los ejércitos españoles en Venezuela. De no haber muerto Boves en la batalla de Urica, la misma justicia militar española lo hubiera perseguido, procesado, juzgado y condenado. Luego de Boves la Corona entendió que incluso en el mayor de los conflictos el honor no podía ser ignorado, so pena de autodestrucción.
El pueblo está sufriendo. El pueblo fue violado. El pueblo quiere escuchar la condena. En alta y clara voz. De la comunidad internacional (de los cinco continentes). De las iglesias (incluyendo a Su Santidad). De todos los organismos multilaterales. El pueblo quiere solidaridad sin negociados ni cobro de favores y facturas. El pueblo quiere liderazgo que sepa conducir y tenga el coraje de hacerlo. Espero (y aspiro) que los liderazgos hayan oído bien el mensaje. El pueblo exige que se bajen los que no entienden y asuman los que comprenden. El pueblo mayoritariamente se unió y exige unidad.
Al que está sentado en Miraflores hay que decirle que el pueblo no sobra. Sobra él. Y sobran todos los que han privilegiado sus bolsillos y sus ambiciones por encima del Gloria al bravo pueblo.
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