Yo creo que Venezuela está muy mal, mucho peor de lo que puede parecer en la tonelada de informes, reportajes, analisis, hilos de tuits, etc.
Y el vecindario latinoamericano de punta a punta está en problemas, serios. El cambio de milenio y el pase de siglo, caray, nos han caído bastante mal. Y esto que algunos llaman la “primavera del subcontinente” ha puesto de relieve lo peor de nosotros, la ira, la facilidad para el insulto y la violencia, la debilidad de nuestras instituciones democráticas, la falta de creatividad, la ciudadanía transformada en montonera. Se dice que los políticos no están a la altura de las circunstancias. Manida frase. Quizás. Pero queda también claro que tampoco lo están la ciudadanía, las organizaciones de la sociedad civil, las iglesias, los intelectuales, los gremios, las organizaciones empresariales, los sindicatos y un largo etcétera. Todo indica que ellas, las circunstancias, aplicaron táctica de arrase, de caída y mesa limpia. Ah, pero para quienes se sientan triunfadores, una advertencia: llegará, implacable, el momento de crujir de dientes. Esto es, de hacer las cuentas del costo de la destrucción física, de lo que ha quedado roto, del inmenso gasto que supondrá la reparación, factura que pagarán los países y sus ciudadanos con deterioro de las ya tan magras cuentas, para finalmente entender que es un disparate destruir lo que produce bienestar poniendo como excusa que se quiere más bienestar.
Ah, pues resulta que doña Europa no anda mejor. Confundida, extraviada en desgastantes e interminables discusiones, aparentemente sin capacidad para entender su nueva realidad. Una Europa donde un tipo como Boris lidera un país tiene que preocupar y mucho. El francés parecía al principio como un tipo interesante y ha terminado siendo un apenas, uno más de mucho hablar y poco resolver. La Merkel llegó a donde podía llegar. Ya no tiene más en ese cerebro. Y el enredo en España supone ya costos de varios puntos en la economía. Lo menos que se puede decir de Europa es que, considerando la edad, no tiene justificación alguna para tamaña puerilidad.
Yo, en este rincón de Venezuela, triste por mi país y ya acostumbrada a esta tristeza de muchos años, veo una población reducida a pobre muchedumbre; una élite de pensadores, intelectuales y académicos montados en una protectora y cómoda flotante tierra del verde jengibre (cual casta con delirios de grandeza); unos liderazgos políticos exhaustos, vapuleados, con las espaldas desgarradas por latigazos y pendientes del qué dirán; unos empresarios casi todos quebrados y ya sin un ápice de creatividad que solo piensan en la supervivencia; unos trabajadores convertidos en esclavos de la miseria. Un estado destruido, con obesidad morbida, con instituciones hechas puré, una sociedad medio muerta que arrastra los pies. Una élite religiosa que llama a rezar y a fervorosamente refugiarse en la fe. Unos militares pasados de kilos que se comportan como milicos con privilegios en casas de prostitución. Esto no es un país; es la coincidencia geográfica de un gentío, un lugar donde no se trabaja, no se estudia, no se come, no se construye; un lugar del que se han ido millones (y se irán más) y millones quedan como poltergeists que deambulan. Un lugar donde la vida no vale nada, crecientemente prostituido, alcoholizado y narcotizado, hambreado, de familias rotas. Sucio, con los campos secos, las fábricas apagadas, los comercios cerrados, las calles y carreteras ahuecadas, en manos de delincuentes y mal vivientes. Eso es Venezuela hoy.
A ese país unos cuantos intelectuales y escribidores de oficio le hablan con enjundiosos textos con abundancia de “citas citables” que, por cierto, a Casilda y a Chuíto ni le rozan, porque Casilda y Chuíto presienten que para esos que escriben con palabras rebuscadas ellos son, con suerte, números, estadísticas, personajes de relatos para nutrir ensayos, tesis de posgrados y doctorados y “papers” a ser repartidos en bibliotecas virtuales donde Casilda y Chuíto no están ni quieren estar. A ese país algunos politicos le obsequian almibarados discursos rellenos de palabras huecas, esa retórica que llevan décadas repitiendo como loros con la que pretenden vender sus cuentos de camino. A ese país, adolorido y vejado, los curas le piden rezar mientras los militares ya sin empacho le roban en alcabalas. A ese país los periodistas le mandan tuits (en la competencia infinita por los “likes”) con noticias sin corroboración y le escriben textos con un dedo de profundidad, mientras la TV venezolana (la caja cada vez más boba) le regala concursos de belleza con trajes de polyester, novelas de hace 15 o 20 años y programas de opinión política en horario “prime time” que más parecen “realities” de las Kardashian. A ese país el gobierno le roba a la entrada y/o la salida del más elemental o complejo trámite; los jueces le cobran por cualquier sentencia. Huérfanos de ilusiones y asfixiados por una realidad que no admite maquillajes, solo nos quedan los deportistas (nuestros únicos héroes) que desde afuera nos inyectan algo que se parece a mínima felicidad.
Yo creo en la negociación. Y en elecciones. Es la única manera posible y probable de desenterrarnos de esta tumba en la que estamos. Pero no elecciones en manos de personajes que lo de menos es saber que formaron parte de la creación de este desastre, lo de más es saberlos mediocres sin remedio que por supuesto no pueden ofrecer sino remedios mediocres. Lo de más es verlos convirtiendo al voto en un mito y quitándole su condición de herramienta palpable, contabilizable y de allí poderosa. Los buenos políticos, que los tenemos, están siendo pisoteados por estos mediocres oportunistas y además por “los asesores”. Y entonces yo me acuerdo de Cabrujas: “ah, la ética, esa cosa que algunos creen hecha de plastilina”.
Todos los días me pregunto ¿qué hacemos? De responder esa pregunta se trata. Porque yo sé, y usted paisano que me lee sabe, que no nos vamos a rendir, que la palabra derrota no está en nuestro vocabulario. Usted y yo sabemos que los buenos no nos escondemos, que somos lo que siempre hemos sido y siempre seremos, venezolanos, buenos venezolanos. Aunque nos toque quizás hacer como los cipreses, morir de pie.
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