Vagos, empastelados, fanáticos, extraviados – Carlos Raúl Hernández

Vagos, empastelados, fanáticos, extraviados - Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

En la ciencia ficción de Marx, las revoluciones corresponden a la “ley histórica”, y son un estadio ineludible de las naciones avanzadas en su ruta al comunismo y la felicidad. Fuerzas motrices desatadas, incontrolables, que convierten a los hombres en briznas de paja en el huracán. Nacen, según él, de condiciones materiales objetivas (la industrialización convierte al proletariado y sus familias en mayoría social, más la “lucha de clases”, la pobreza, la explotación, la tiranía, la injusticia, etc.)

Ocurrieron, no obstante, justo en países que carecían del patrón de “condiciones” supuestas por Marx. Las revoluciones castigan la crueldad del “capitalismo. Pero la “etapa superior de la historia”, se desplomó porque fue una pesadilla desde 1793 hasta el socialismo XXI. Pone orden analítico la estasiología que estudia los partidos políticos y su relación con revueltas, jackeries, turbas, golpes de Estado, guerras civiles.

Diferencia enfáticamente los desórdenes, de las revoluciones propiamente dichas, que quebrantan la propiedad, la familia, las relaciones de poder y el derecho a la vida, con el fin de crear la nueva sociedad. Esta perspectiva permite varias conclusiones. Por ejemplo, que la relación de las revoluciones con la pobreza se limita a dos aspectos: la demagogia de los candidatos a dictadores y el futuro de los países que sucumben.

No estallan en la miseria, sino por el contrario, en sociedades de riqueza creciente, pues seres postrados de hambre se concentran en buscar proteínas para sus hijos. Es por eso que asedios económicos no promueven cambios sino los dificultan. Los gobiernos cercados actúan con síndrome de Stalingrado, la desesperación del cul de sac. En reciente curso posdoctoral que impartí, analizamos autores paradigmáticos del tema, Crane Brinton, Gordon Tullock, Samuel Huntington, Chalmers Johnson.

¡Cómpreme Ud. Señorito!

Ellos desmontan los mitos de la pobretología política. Por ejemplo, Rusia pre revolucionaria vivía un incipiente y rápido proceso industrial y por impacto de la producción petrolera de Bakú. El comité central de los bolcheviques era de señoritos ideólogos, mantenidos por familias y amigos y tenían simbólicamente un solo obrero, Tomsky. Fueron los jefes de la pequeña minoría que asaltó el poder sin un tiro ante adversarios inútiles.

Francia en 1789 era rica por años de crecimiento, pero tuvo el invierno más rudo del siglo, perdió el trigo, y el gobierno ese año padecía un alto déficit fiscal. El régimen cae en 1793 por las torpezas de los defensores y el talento político de los revolucionarios. Aunque un tanto anacrónicomente, perdura el momento a través de la imagen romántica de Jean Valjean de Víctor Hugo, preso y perseguido toda su vida por una sociedad miserable, al robar un pan.

Cuba en 1958 era un edén turístico y de negocios con altos niveles de vida, pero los ideólogos impusieron el ícono lastimero del “guajirito”, mientras los negros ascendían meteóricamente con el boom de música afrocubana. Es común que se confundan movilizaciones de calle impulsadas por activistas de partidos, con “el pueblo”. Según Tullock surgen resentimientos por lo que llama “privación relativa”: en los ciclos de modernización devienen gaps de ingresos entre sectores de las clases medias.

Profesionales de punta y empresarios ganan más que otros menos calificados y líderes e intelectuales convencen a parte sustancial de las élites y clases medias de que la situación es desastrosa, para resquebrajar así el bloque de poder que mantiene el orden. Ocurrió en Venezuela cuando la democracia corregía sus errores en un período de renacimiento, con descentralización, reforma municipal, reforma del Estado, desempleo mínimo y crecimiento económico más alto del mundo, 10%, igual que China.

Consejos de la abuela

Tan poderoso fue el impacto ideológico y político del socialismo XXI, que treinta años no bastan para el aprendizaje. Lo apoyaron entonces, han roto con sus consecuencias, pero por ciertos síntomas y lenguajes, demasiados parecen creer que habría que hacer lo mismo, pero mejor (eso sí: ¡sin corrupción!) Es la misma matriz conceptual de los que quieren revolución en Chile, país con óptimos niveles de calidad de vida, democracia, oferta de bienes, salubridad, servicios, y más bajas tasas de desempleo, inflación, pobreza.

Antisociales salen desnudos a quemar dispositivos de alta tecnología, iglesias, comercios, el metro, pedir “libertad sexual” y que se elimine el IVA a los libros. Ruego que Chile se salve de volver a un allendismo “mejor hecho”. Esperemos que los políticos e intelectuales instigadores no cuenten con una eventual torpeza de quienes resisten al Frankenstein, que trabaja con pericia de relojero para descomponer los mecanismos de poder.

Revolución es la idea política más funesta de la modernidad. Por dos siglos contagió los programas de los partidos democráticos con colectivismos y estatismos que pusieron en jaque la civilización hasta finales de los 80 –siguen latentes- y laceraron el avance de Europa que había inventado la industrialización. Tan persistente es su carcundia, que cuando se creía apagada, reaparece en Venezuela, avanzó en Latinoamérica y cruza el Atlántico hacia España.

 

 

 

 

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