Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
Decía Heidegger, en un bello ensayo sobre Hölderlin y la esencia de la poesía, que el alemán es el idioma propicio de la filosofía. El traductor de dicho ensayo al español fue Juan David García Bacca, cuyos méritos en materia filosófica no son precisamente pocos. La densa y extensa contribución de García Bacca al pensamiento contemporáneo abruma. Eso sin agregar que se trata del maestro indiscutible de la filosofía en Venezuela, siendo, además, uno de los primeros decanos de la Facultad de Humanidades y Educación y el fundador del Instituto de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela. Sí, de esa Casa de Luz que en otros tiempos, más felices, fuese una referencia mundial, no solo de los estudios filosóficos, por cierto, y que hoy ha sido objeto de la peor saña –premeditada y alevosa– por parte de la narco-tiranía que mantiene secuestrada a Venezuela. El maestro García Bacca tradujo el texto de Heidegger, en efecto. No obstante, hizo la advertencia de que si bien la lengua de Lutero vindica efectivamente el discurrir filosófico, la lengua de Cervantes nada tiene que envidiarle y de nada puede sentirse avergonzada a la hora de dar expresión y plasticidad al pensamiento.
En todo caso, la palabra Untergang es, como casi todas las construcciones del idioma alemán, una intersección, un encuentro entre las múltiples calles por las que transita el decir del ser. La preposición Unter significa “por debajo”, mientras que el sustantivo Gang significa “curso”. Se trata de la inclinación del curso de las cosas, de su progresivo de-caimiento, de su hundimiento o caída. En una expresión, es la cadencia de lo que declina, la de-cadencia. Como se podrá observar, la lengua alemana invita a pensar. Y es probable que haya sido esto –la invitación a pensar– lo que tanta irritación causara a los cartesianos frente a cierto napolitano hispanizado de nombre Giambatista Vico, cuya extraordinaria inteligencia estética solía introducir, una y otra vez, las más diversas voces griegas y latinas en las semovientes aguas del río del Oscuro Heráclito, hasta hacerlas confesar la flexión inherente a sus más íntimas verdades. Vico fue en su tiempo –como Heidegger o García Bacca en el suyo– un deconstructor de la rigidización del verbo, en manos de los intereses de la vil canalla metodologicista.
La decadencia de Occidente –Der Untergang des Abendlandes–, de Oswald Spengler, es uno de esos ensayos de filosofía de la historia que obligan a repensar con sentido enfático la cadencia-de este menesteroso presente. Es verdad que el filósofo alemán –lo mismo que su contemporáneo Heidegger– llegó a sentir sincero entusiasmo por el movimiento fascista. Pero no menos cierto fue su abierto rechazo del nacional-socialismo alemán y del bolchevismo ruso –según él, los más grandes fraudes políticos de todos los tiempos–, al punto de que su temprana muerte dejó abierta la sospecha de un asesinato político. (Curiosamente, en la vieja Escuela de Filosofía de la UCV, quien mayor empeño hacía en citarlo y recomendar con entusiasmo su lectura era el maestro J. R. Núñez Tenorio, a quien los pegadores profesionales de estampillas suelen juzgar sin haber conocido tan siquiera un poco).
Spengler tuvo el honor de administrar por años el Archivo Nietzsche, y denunció la manipulación de los textos nietzscheanos acometida por el nazismo. Fue un apasionado seguidor de Goethe y Schopenhauer. De ellos recibió la idea de la existencia de formas universales inmanentes a los acontecimientos históricos específicos, suerte de macroestructura sobre la cual van fluyendo los llamados “hechos” de la historia, cuyo movimiento circular va en la misma dirección que las agujas del “eterno retorno” nietzscheano. Las primeras tonalidades grises del amanecer de la humanidad, tarde o temprano, terminan entregándose a los brazos de las sombras del atardecer, del Dämmerung o crepúsculo, desde donde volverá a surgir el nuevo ciclo. Todo está isomórficamente conectado. Si el alba surge en el Oriente y, llegado un determinado momento, alcanza su clímax fáustico, la cadencia de las circunstancias lo conducirá hasta el inevitable ocaso del Occidente, a su Untergang. La traducción literal de Abendlandes, Occidente, es “la región nocturna”. Pues bien, llegado el anochecer, la humanidad se encuentra con su destino y alcanza su decadencia.
Decía Hegel que América era la región (das land) del por-venir. “El futuro –observa Ortega y Gasset– se aloja en el absoluto pretérito que es la pre-historia natural”. En todo caso, conviene preguntarse si dentro de las actuales circunstancias, de los “hechos” que parecieran conducir directamente a la decadencia de la civilización occidental, cabría la posibilidad de incluir los horrores del proyecto trazado por el narco-tráfico, después de la creación del cartel paulista. En nombre de un socialismo deformado y pervertido –tumoroso desde sus cimientos–, se promueve la intoxicación e inminente estupidización de lo que va quedando del anunciado porvenir. Occidente está, en efecto, siendo intoxicado y se encuentra cada vez más enfermo. Y mientras eso ocurre, los narcos amasan ingentes sumas de dinero, con lo cual su poderío crece cada vez más. Muy probablemente, el narcotráfico sea la mayor fuente de riqueza en la actualidad. Y es evidente que la complicidad desde las altas esferas del poder global tiene que ser inmensa. La cadencia del narco-tráfico anuncia la de-cadencia de Occidente.
Los grandes imperios de la historia han caído por causa de sus vicios. El espíritu del mundo yace tirado sobre el polvo que, esta vez, no solo muerde sino inhala. Desde Cuba, Fidel Castro concibió y gestó el plan. Y aguardó el momento oportuno. La vuelta de Chávez al poder, después de aquel funesto golpe del 11 de abril y del llamado “paro petrolero”, le permitió a Castro encontrar su brazo ejecutor. De ahí en adelante, no fue “la espada de Bolívar” la que comenzó a recorrer la América Latina, sino la gran industria de la cocaína y sus derivados, una auténtica amenaza, un monstruoso sistema industrial con todas las etapas o estaciones requeridas, desde la siembra de la “materia prima” hasta su distribución y comercialización a escala mundial, con conexiones y filiales en las más diversas regiones del planeta. Oriente, desde la lejanía, sonríe. La nueva versión del Caballo de Troya ha penetrado las murallas de Occidente, con su venia. El resto es cuestión de tiempo. Porque la diferencia es que, esta vez, Troya arderá por dentro, desde sus entrañas, hasta implotar. Un poderoso movimiento subversivo y terrorista se ha hecho de las herramientas organizacionales de la mafia. La praxis política ha devenido cartel internacional y su centro de operaciones está ubicado en Venezuela, estratégicamente entre la América del Norte y la América del Sur, justo en el corazón de América. Y desde ella, sometida, secuestrada y mancillada por el cartel, se trabaja día a día en función de conquistar su principal objetivo: la caída –Der Untergang– de Occidente.
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