¿Cómo escribir una crónica atemperada, si se trata de episodios de maleadores? La política convertida en “un negocio entre ladrones”, como afirmó Henrique Capriles, merece insultos en lugar de análisis. Es la única respuesta de un republicano frente a sus enemigos mortales, los antirrepublicanos que ahora ejecutan el capítulo estelar del derrumbe que pretenden.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Los venezolanos estamos presenciando el último capítulo del desmantelamiento de la República. Se había venido desarrollando poco a poco frente a nuestras narices, pero ahora llega a la cima de la grosería sin embozo. El régimen trató de guardar las formas del operativo mediante las artes propias de una arremetida aliviada con vaselina, con ungüentos aceitosos, pero ahora decidió realizar una violación corporal sin aditivos y en plaza pública. A simple vista es un procedimiento propio de los bajos fondos, que Henrique Capriles calificó con las palabras utilizadas para titular el escrito de hoy.
Una maniobra de este tipo necesita la complicidad de sujetos habituados a existir en los rincones de la sociedad que dan acogida a los malvivientes, de individuos que solo ascienden con el auxilio de malas artes o que han sido echados del centro de la actividad política para arrinconarse sin remedio en penumbrosas periferias. Pueden ser personajes menores y desconocidos, pillos sin relevancia como los tránsfugas de Primero Justicia (PJ) cuyos nombres descubrimos ahora debido a la resonancia de sus tropelías, pero que antes pertenecían a anonimatos pueblerinos. Personajes de última página, criaturas con más pena que gloria, pretenden ser estrellas de un Parlamento del cual se sienten dueños pese a que solo son los títeres de un guiñol.
Pueden ser como los individuos de la llamada “mesita”, antiguos dirigentes que fueron expulsados del centro de la escena por el fardo de sus errores, por la debilidad de sus luces otrora atractivas, porque la mengua de sus actos condujo al declive de unas organizaciones condenadas a los agujeros de la politiquería. Los malos pasos de su responsabilidad les aconsejan el chance de aprovechar la primera escalera que se ofrece para volver por sus fueros, así sea de tramos improvisados y maltrechos. Puede ser, y ahora estamos ante un predicamento de más ardua explicación, el Secretario Nacional de Organización de Acción Democrática (AD), sobre cuya cabriola que lo saca del Partido del Pueblo y de una proverbial intimidad con el Secretario General para meterse en las fauces del león “rojo-rojito”, cabe un camión de suspicacias. Puede ser un sujeto que pasa por inteligente y ha llevado sus letras a la imprenta, o la cascada de su discurso habilidoso a los estudios de la televisión, hasta el punto de que pase por liebre siendo solamente el gato que salta sobre la oportunidad que al fin se le ofrece de salir del montón al cual pertenece.
Tipos de esta calaña han sido los convocados por el Gobierno para asaltar a los partidos esenciales de la oposición, y para controlar el Concejo Nacional Electoral (CNE) que debe dirigir los trámites de las elecciones que se lleven a cabo en el futuro. La sola comparación de las credenciales de los líderes agredidos con el prontuario o con la irrelevancia de quienes ha seleccionado la usurpación para reemplazarlos, justifica con creces la dureza de las palabras utilizadas aquí, o clama por vocablos más enfáticos y procaces. Porque de procacidad se trata, de desvergüenza, de osadías e insolencias que no merecen el equilibrio que habitualmente se pide a los opinadores.
¿Cómo se opina con ecuanimidad sobre unos tahúres que marcan las cartas y se roban la apuesta con la aprobación de los gerentes del casino?, ¿con qué cara se acude a las contemplaciones cuando se debe comentar un asalto a mano armada?, ¿cómo escribir una crónica atemperada, si se trata de episodios de maleadores? La política convertida en “un negocio entre ladrones”, como afirmó Capriles, merece insultos en lugar de análisis. Es la única respuesta de un republicano frente a sus enemigos mortales, los antirrepublicanos que ahora ejecutan el capítulo estelar del derrumbe que pretenden. Pero que no se ofendan por estas intemperancias, porque será peor lo que en el futuro se opine sobre ellos cuando se desentierren los testimonios de sus bribonadas.
Pero no hablemos del futuro, sino de cómo defendernos de los ladrones de nuestros días cuando cuentan con las garantías de sus padrinos. Sellando las puertas que no blindamos antes por incautos, o encerrándonos en nuestras domésticas cuevas, parece lo más urgente. Pero no lo más sensato.
Ante la dificultad del rompecabezas se requiere la ayuda de los primeros asaltados, arrinconados y vulnerados: Los partidos políticos. Esperamos sus luces, para ver de a cómo nos toca.
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