Por: Jean Maninat
En medio de tantas noticias infaustas que nos llueven a diario venidas de todo el planeta, en medio del hecho sobrecogedor de que una notoria dirigente opositora haya sido poseída en vivo y directo por el espíritu de una fallecida dirigente oficialista, en plena filmación de un video y ante los ojos aterrorizados de sus copartidarios, llegó la nueva que nos faltaba: que el inefable Elon Musk quiere comprarse la red social Twitter por 44.000 millones de dólares. Sí, como lo oye, su red social.
Digamos que el camaradita proveniente de Down Under se las trae y ya empieza a colmar de envidia la paciencia de muchos de nosotros, bípedos sin Tesla, ni viajes de cuatro días al espacio exterior con chapuzón en el Océano Atlántico de regreso incluido. El pobre de Cocodrile Dundee, su coterráneo australiano, quedó como carnada para… cocodrilos. Digamos que tanto éxito recubierto con jaquetonería de parvenu insolente, contrasta estridentemente con el bonachón encanto del gringo Warren Buffett o del gallego Amancio Ortega, dos creadores de riqueza a todo dar.
Tal como podremos descubrir en cualquier indagación que hagamos -y para nuestra siempre generosa capacidad de sorpresa-, Twitter es probablemente la red social más influyente pero sin ser la más usada, o glamorosa, ni siquiera la más favorecida para hacer de la intimidad de un bautizo familiar un evento público y notorio. Pero es adictiva, una jeringa colmada de pasiones, siempre a la mano, para darse un shot de adrenalina que anime la fastidiosa existencia cotidiana y nos de voz y capacidad de juzgar y condenar lo que sea y a quién sea. Una poblada de variopintos moradores con cuchillo entre los dientes. Pregúntenle a Trump.
Pero es una autopista democrática, donde como en Fiesta, de Serrat: “Hoy el noble y el villano. El prohombre y el gusano. Bailan y se dan la mano. Sin importarles la facha”. A muchos tanta apertura les incomoda, es famoso el varapalo de Umberto Eco en contra de las redes sociales según el cual, “Las redes sociales han generado una invasión de imbéciles que le dan derecho a hablar a legiones de idiotas…y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”. Si a ver vamos, lo mismo pudo decirse en su momento de la invención del teléfono, o del establecimiento del sufragio universal.
Como todo espacio democrático, se presta para que convivan toda laya de usuarios. Los de Twitter pueden ser pintorescos, empalagosos, bonachones, agudos, enjundiosos, anodinos, y los hay también ociosos, arbitrarios, camorristas, sectarios, insolentes, aporreadores de quienes piensen diferente y plañideros hasta la cursilería más sublime. Hay maestros de ortografía y fiscales del tránsito de las ideas. En algunos, Twitter resulta altamente pernicioso para su equilibrio emocional y mental.
Veremos si Musk se sale con la suya y se adueña de los trinos de tanta gente. Al menos ya ha manifestado que, “La libertad de expresión es el cimiento de la democracia, y Twitter es la plaza digital donde se debaten temas vitales para el futuro de la humanidad”. In Musk we trust.