Publicado en: ALnavío
Por: Pedro Benítez
Es en su propia falta de cálculo y no en la unidad opositora venezolana donde Donald Trump y su equipo de política exterior encontrarán la auténtica causa de su (por ahora) fracaso ante Nicolás Maduro y Vladimir Putin.
Cuando hace casi 30 años se derrumbó el Muro de Berlín, el entonces presidente de los Estados Unidos, George H. W. Bush, conminó a sus asesores a no celebrar el acontecimiento.
Bush padre (un exjefe de la CIA) optó por dejar que el desmoronamiento del campo socialista fluyera por su cuenta sin perturbación del enemigo ideológico, pese a que para el bloque occidental encabezado por Estados Unidos ese era un triunfo gigantesco. La idea era no dar excusas a las fuerzas que se oponían al cambio dentro de los respectivos regímenes socialistas.
Esa prudente modestia no es la que en los casos de Venezuela y Cuba ha aplicado Administración de Donald Trump en lo que va de año. Por el contrario, constantemente han dado como un hecho (y presentado como un gran triunfo) la inminente caída de Nicolás Maduro.
Con respecto a Venezuela, hasta ahora, la estrategia general del presidente Trump, sus asesores y aliados en el Senado no ha sido acertada. En al menos dos ocasiones, una previa al 23 de febrero y otra anterior al 30 de mayo pasados, pronosticaron la inminente salida de Maduro del despacho presidencial de Miraflores. Lo cierto es que lo hicieron con razones de peso: los militares venezolanos (la clave del cambio) estaban dispuestos a retirarle el apoyo Maduro, y en la Casa Blanca lo sabían. Por lo tanto, en Washington no es que erraron el vaticinio, se equivocaron en la estrategia.
Porque los altos mandos militares venezolanos de hoy, que en su mayoría le deben sus respectivas carreras al expresidente Hugo Chávez, o tuvieron algún tipo de relación personal o influencia de su parte, o simplemente no se fían de la oposición antichavista. Ciertamente no desean que Maduro siga en el poder, pero eso no significa que estén dispuestos trasladar automáticamente su lealtad al presidente encargado por la Asamblea Nacional, Juan Guaidó.
Las evidencias que indican un quiebre del respaldo por parte del aparato militar y de los servicios de la policía política a Maduro son abrumadoras. Los oficiales le responsabilizan por el desastre total de Venezuela y comparten el descontento del resto de la población.
Pero la Fuerza Armada Nacional (FAN) ha demostrado la determinación de mantenerse unida, de no enfrentarse entre sí y actuar como corporación, bajo el liderazgo del general Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa desde 2014.
No obstante, la política desde Washington lo que ha hecho en lo que va de año es promover la cohesión del chavismo militar y político en torno a Maduro, y no lo contrario. Ese es el fondo del asunto.
Ningún jefe militar venezolano quiere aparecer ante sus compañeros de armas, por ejemplo, como obedeciendo la orden de un senador de los Estados Unidos.
La excepción han sido las declaraciones públicas del asesor especial de la Casa Blanca para Venezuela, Elliott Abrams, quien ha demostrado conocimiento de la realidad venezolana y de los matices dentro del régimen chavista. Sin embargo, su posición no aparece acompañada por la del secretario de Estado, Mike Pompeo, y el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton.
Las declaraciones de Pompeo (filtradas por The Washington Post y CNN) sugiriendo como un obstáculo para el cambio en Venezuela lo difícil de mantener unida a la oposición venezolana apuntan el tiro al blanco equivocado.
Porque la Casa Blanca bien podría lavarse las manos con el tema venezolano, después de todo no ha resultado una victoria tan fácil como creyó Trump en algún momento, y concentrarse en pelearse con México sobre asuntos como los aranceles y la inmigración, de cara a la campaña de reelección de Trump el próximo año.
Pero hay un hecho que Estados Unidos como potencia no podrá evadir: que Maduro sobreviva en el poder con el apoyo (nada más y nada menos) de Vladimir Putin es un fracaso de su política exterior y el aviso de uno de los peligros para la democracia en el mundo entero que reserva el futuro inmediato.
En el caso Venezuela es la tercera vez que Putin desafía a Estados Unidos en el mundo y que ese país retrocedería. Ya lo hizo en Ucrania y Siria (en este último salvando a otro dictador).
Hoy se sabe que Rusia con 10 veces menos recursos que Estados Unidos y desde las antípodas se ha empleado a fondo para sostener a Maduro.
Maduro saldrá por razones internas
La respuesta a esos desafíos del amo del Kremlin, tanto de la Administración de Barack Obama como de la actual, ha sido la de un esquema de apaciguamiento en algo parecido al que ingleses y franceses ensayaron con Adolf Hitler a finales de los años 30 del siglo pasado.
Porque es a Estados Unidos, la potencia que tiene la capacidad militar y económica de enfrentar a Rusia, a la que se puede señalar de apaciguamiento y no a la desarmada oposición venezolana, perseguida, encarcelada y exiliada.
Es allí, y no atribuyéndolo a la falta de unidad opositora venezolana, donde Washington encontrará la auténtica causa de su (por ahora) fracaso.
Después de todo, pocas veces el campo democrático venezolano ha estado tan cohesionado detrás de un líder y de su política, como lo ha estado desde enero con Juan Guaidó.
Eso no significa que dentro de las variopintas fuerzas que se oponen a Maduro exista unanimidad. Ni que las aspiraciones y ambiciones personales estén archivadas. Y ciertamente no faltan los pequeños pero ruidosos grupos de francotiradores dedicados a desprestigiar la línea mayoritaria del bloque opositor a Maduro. Pero esa no es, a fin de cuentas, la cuestión central.
Maduro va a salir del poder en Venezuela por razones fundamentalmente internas y no por presiones externas que, como la historia ha enseñado varias veces, si no van bien dirigidas terminan siendo contraproducentes.