Por: Jean Maninat
Vivo en un país tropical, bendecido por Dios/Naturalmente bonito/que maravilla en febrero/hay carnaval.
Jorge Ben
Es una gripezinha dijo Bolsonaro cuando la pandemia empezaba a desatarse y cobrar sus primeros cientos de muertos. En tono jaquetón, el presidente de Brasil desestimaba los efectos del virus a la par de lo que hacía el entonces presidente de los EEUU, Donald John Trump. Dos filibusteros políticos jugaban con la vida de millones de sus conciudadanos en los dos países más grandes del continente americano. Difícil que no venga en mente la cohorte de personajes excéntricos, chiflados, pero con poder para destruir de Dr. Strangelove, la mordaz sátira de Stanley Kubrick sobre el poder nuclear. ¡Qué bien hubiese interpretado Peter Sellers a cualquiera de los excéntricos y letales mandatarios populistas de la región!
Al sur del Río Grande, allí donde alguien escondió un tesoro en Sierra Madre, un mandatario también conocido como pejelagarto se dedicó a negar el peligro de la COVID 19 desde el inicio con la autosuficiencia de un chamán yerbero: “No apanicarnos, vamos hacia delante y no dejen de salir. Todavía estamos en la primera fase sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas”. Gracias a los 198.239 decesos acumulados hasta el 22 de marzo, México es tercero en el ranking de decesos por la pandemia, detrás de quién: los Estados Unidos y Brasil. ¡Faltaba más!
Quizás algún experto, una especialista, puedan explicar la extraña disociación cognitiva con la realidad que sufren los líderes populistas de izquierda o derecha. Lo que está a ojos vista para el resto de los mortales (hoy más mortales que nunca), para ellos es producto de la conspiración de un enemigo, la fábula interesada de la industria farmacéutica, el designio de un siniestro genio mundial tipo Soros y similares. En medio de la pandemia y sus rigores destacan por la ligereza de juicio, la ingenua y dañina pretensión de conjurar la enfermedad con palabras y gestos histriónicos.
Como Juan Preciado llegando a Comala en busca de su padre, no se percataban de la muerte a su alrededor, pero a diferencia del pueblo habitado por fantasmas, en las grandes ciudades de los países que gobiernan, la realidad les ha dado un sacudón y en el caso de México al menos reaccionó a tiempo, pero eso sí, envalentonado como si hubiera nacido en el bronco Jalisco y no en la tranquilidad jarocha de Tepetitán, Tabasco. Pero al menos, López Obrador ha reconocido la gravedad del problema, y, si bien a duras penas, ha tomado cartas en el asunto iniciando el proceso de vacunación. Eso sí, le exigió a Biden que compartiera vacunas con él. A lo mero mero.
Mientras, en el país de Jorge Amado y Drummond de Andrade, de Vinicius y Jobim, un desafinado Bolsonaro desestima la gravedad de la pandemia y sigue “…propiciando aglomeraciones y volviéndose contra los gobernadores que intentan endurecer la cuarentena”, según reporta El País de España hace unos días. Comme il faut para un populista con pedigrí ya está prometiendo millones de vacunas, con la sonrisa en los labios libres de mascarilla.
“Vivo en un país tropical…” La danza macabra de los tres mil muertos diarios de Jair Bolsonaro.
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