Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
Para los políticos, comunicadores e “influencers” de oficio, en estos tiempos de inmediatez. Especialmente para aquellos que subestiman el valor absoluto de las ideas.
“Lo que pronto se hace, pronto perece”. Baruch Spinoza.
La pregunta que interroga en el título de las presentes líneas se propone cuestionar el carácter afirmativo -y, por cierto, abstractamente absoluto- con el cual es presentado lo relativo en la actualidad, no solo en los predios propiamente cientificistas sino, además, en el quehacer político y, por supuesto, entre las firmes -en realidad, positivas- convicciones automatizadas propias de la vida cotidiana, casi siempre guiada de la mano por el sentido común, cuya viscosidad esponjosa, en los últimos tiempos, parece haberse dejado someter por la hegemonía de la posverdad, absorbiéndola o, quizá, dejándose absorber por ella, auxiliada como está por el inmenso fractal de las redes sociales que es, en sí mismo, expresión, imagen y semejanza, de la propia relatividad.
Para saber qué es lo relativo, es necesario saber qué es lo absoluto. Porque, como conceptos recíprocamente opuestos, son términos interdependientes, es decir, que tanto el uno como el otro se encuentran en una posición de necesaria determinación recíproca. Lo uno está determinado por lo otro y viceversa, de manera que no es posible comprender lo uno sin comprender lo otro, en tanto que cada uno es -por cierto- el correlato del otro. Basada en sus amplios estudios investigativos -y cabe advertirlo, porque algunos necios imaginan que a los filósofos de oficio se les ocurren frases sin ton ni son, “de la nada”, y las sueltan cual pomposas sentencias-, una de las definiciones más precisas que haya producido la historia del pensamiento acerca de lo absoluto ha sido formulada por Spinoza. Como se sabe, según Hegel, la filosofía de Spinoza es una filosofía, precisamente, del absoluto, que si bien se deriva de Descartes se remonta a Parménides. Y Hegel sostiene que su concepción de lo absoluto es nada menos que la base de toda filosofía -“o Spinoza o no hay filosofía”-, de donde a su vez se derivan los fundamentos del historicismo filosófico, para el cual ser y verdad son idénticos La libertad es consciencia de la necesidad.
Dice Spinoza que lo absoluto es causa sui, sustancia “una y toda”, aquello que no necesita de otra cosa para ser lo que es y cuyo valor es independiente de cualquier condición, a diferencia de los atributos y modos -estos últimos, relativos- que son “lo que es en otro”, cabe decir, el necesario correlato de lo absoluto, dado que lo absoluto consta de infinitos atributos e infinitos modos, cada uno de los cuales es expresión cabal de su esencia. Remo Bodei ha explicado el absoluto -la sustancia- de Spinoza con un ejemplo muy didascálico: es como la inmensidad del mar, dentro del cual existen los más diversos y múltiples seres. Sin él estos seres no podrían existir. Pero sin ellos el mar dejaría de ser lo que es. Sin lo absoluto no existiría lo relativo, pero sin lo relativo no existiría lo absoluto.
No obstante, en los últimos tiempos -en esta era “líquida”, que se declara orgullosamente “relativista” y que celebra como un logro el autocalificarse como “la era del fin de los grandes relatos”-, se ha puesto en tela de juicio la existencia de lo absoluto para condenarlo y promover como única -¡y absoluta!- la existencia de lo relativo, percibido como soporte de las ventajas y beneficios de lo desechable. Como nunca antes, finitud, deseo y consumismo han estrechado sus vínculos. Y se cita de continuo a Einstein -quien por cierto, fue un convencido seguidor de Spinoza- para hacer valer el carácter estrictamente científico del sobredimensionamiento de la relatividad: “Todo es relativo”, afirman, sin detenerse a pensar por un instante a qué se refería precisamente Einstein, y sin percatarse de que la sentencia en cuestión confirma, en sentido enfático, lo absoluto mismo, porque cuando se dice que “todo” es relativo no se hace más que confirmar que lo relativo ha adquirido -aunque abstractamente- un estatus absoluto, toda vez que al decretar su muerte, pretende reclamar su lugar. Lo cierto es que “la era del fin de los grandes relatos” no parece haber comprendido que su propia declaración -en realidad, su petitio principii– no es otra cosa que la confirmación de un “gran relato” absoluto. Con lo cual, lo relativo termina por volverse en contra de sí mismo. De ahí que no sea de extrañar que el relativismo termine sosteniendo el absolutismo -el totalitarismo- político.
La verdad de lo relativo no consiste tanto en la abstracción de su condición efímera como en la continua -y necesaria- adecuación de los fenómenos entre sí. De hecho, es el fenómeno en sus relaciones y nexos con el resto de los fenómenos, en la recíproca interdependencia que existe entre ellos. Que algo sea relativo solo quiere decir que está en mutua relación con otra -o con otras- cosas, que entre las cosas se genera un proceso de co-relatividad. La teoría de la relatividad de Einstein tiene cabalmente este significado: todo está relacionado con todo. Y si bien es cierto que tanto el movimiento de la fenomenicidad como el de las formas que estas llegan a adquirir resulta ser ilimitadamente limitado, sustituyéndose las unas por las otras sin cesar, poniendo de relieve su condición finita y pasajera -precisamente, su correlato-, no menos cierto es el hecho de que cada pequeña expresión de lo relativo es la confirmación de la presencia en él de lo absoluto, porque lo contiene en sí mismo, siendo parte constitutiva -necesaria y determinante- de su infinita experiencia, pues, a diferencia de lo que puedan llegar a afirmar la teología filosofante o el entendimiento abstracto, lo absoluto no es como “una pintura muda sobre el lienzo”, algo fijado y acabado en sí mismo, sino, todo lo contrario, la acción continua en su historicidad, el devenir que, para poder afirmarse, necesita determinarse de continuo, immerwieder, siempre de nuevo. Como dice Hegel, lo absoluto es, esencialmente, resultado, y “sólo al final” de un determinado período histórico llega a ser “lo que es en su verdad”. Lo absoluto no es un presupuesto situado en el más allá. La verdad del ser parmenídico se encuentra en el devenir heraclíteo. Verum et factum convertuntur. Por eso mismo, la verdad del relativismo, tarde o temprano, deviene abstracta y, por ende, falsa, porque las reiteradas manifestaciones de su efímero triunfo sólo le sirven para confirmar el carácter concreto de lo absoluto.