Publicado en Caraota Digital
Por: Leonardo Padrón
Monotemáticos. Así andamos.
Nos redujeron los temas de conversación. Nos hemos vuelto aburridos en la tragedia. Como si ya no fuera posible otra tertulia que el dolor. Y nos sentamos a recorrer la herida. Herida de las que pueden infectarse. La patria mordida por el salitre del abandono. Ya hay signos de moho. Perdimos el suelo. Ya hemos dicho demasiadas veces hambre. Y no se cura. Demasiadas veces libertad. Y no. Demasiadas veces basta y aún no basta. Nos golpean todos los días. De una u otra forma. Salivan de placer ante cada nuevo zumbido de la tristeza nacional. Bailan sobre las lágrimas. No hay prójimo. Quieren a la gente aplastada en su misma ropa. Nos necesitan resignados. Como si la respiración fuera el único lujo posible. Son el miedo y el anatema. La peste. Y ni siquiera hay domingos para el dolor. No hay pausa. Solo existe el tema. Y sus protagonistas.
Sus nombres habitan nuestros diálogos. Manchan cada minuto de nuestras vidas. Son lastre. Virus. En cada conversación aparecen. Se sientan en nuestros muebles. Se asoman al fondo de los tragos. Así remuevas el hielo, así busques otro tema. No importa la situación que de pie al diálogo. Pasará con quien hables. Allí lo tenemos en la frente. Como un tatuaje: soy venezolano, y sí, nos pasa esto. La gente nos mira desde ese mismo balcón que pueden ser la solidaridad y la lástima. Y uno, o habla mucho o se alarga en el silencio.
Hoy un cubano, rozando los 70, me contaba cuánto se divertía oyendo los dislates de Nicolás Maduro. Yo le insistí que detrás de cada tropiezo hay demasiadas víctimas. Ya nadie se ríe del presidente. Solo hay una mirada de hartazgo. Un latigazo de indignación. Un clima general de duelo. Todo es tan grave.
Tan serio.
Los niños están muriendo.
Con esas cuatro palabras debería bastar.