Por: Jean Maninat
Cuando estábamos felices celebrando que ya todos -o casi todos- se habían convencido de la necesidad de recuperar la ruta electoral y nos preparábamos como duendes ingenuos para vestir con votos el arbolito de navidad, cuando pensábamos que lo peor iba quedando atrás y que mal que bien la dirección política opositora jugaría en equipo, presentaría su selección en conjunto, chocarían puñitos ante las cámaras, besarían la camiseta mientras cantaban entre sollozos el himno nacional, explotó el absurdo que en el fondo todos temíamos en las gradas: apenas el árbitro dio el pitazo para comenzar el juego cada quien comenzó a correr como gallina clueca de aquí para allá, picoteándose los ojos, cacareando improperios y descalificaciones, sin concierto -¿o en concierto?- para que nadie en la oposición despuntara con el traje limpio de excrementos en la contienda electoral regional. O gana el mío… o pierden todos.
Se entiende, somos gente apasionada, y al fin y al cabo -como dice el librito- la diversidad de opciones y la competencia nutre la democracia y obliga a escoger con responsabilidad y precaución. Así que se pasa por alto interesadamente el abordaje filibustero cometido en Táchira, Miranda y Lara, donde el país hubiese ganado tres importantes gobernaciones más de no ser por el saboteo premeditado y con alevosía de una oposición a otra oposición. ¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelón?
El espectáculo de las regionales no ha podido ser más lastimoso, lejos de animar una reconexión de la gente con la opción electoral, reforzó la prédica de los mismos que se encargaron de sepultar el voto durante años y lo querían desenterrar ávidos como quien busca un tesoro en Sierra Madre.
(Afortunadamente, queda la cantera de las municipales, de donde podría surgir un nuevo liderazgo político. To dream the impossible dream).
El vuelvan caras al voto se hizo sin explicación alguna, sin rendición de cuentas, como quien comienza de nuevo a ensayar sigiloso una canción que prometió más nunca cantar en familia. Y, encima, escenifican un aquelarre de navajas corroídas buscando órganos vitales fraternos, traiciones e infidelidades voceadas en los mercados, el manido ardid de gritar al ladrón, al ladrón cuando se descubren las cartas marcadas. ¡Ah, si tan solo Arsenio Lupin, los entrenara!
Y para cerrar el año y comenzar el otro, el Affaire Barinas, que dislocó al PSUV que venía triunfante y declaró al estado llanero -así lo mienta la prensa internacional- como una especie de tierra santa donde ningún infiel podrá dejar su huella sin pagarlo caro. De regreso al pasado, y lejos del futuro, con las fuerzas opositoras fragmentadas y jugando a Rosalinda, como si de una mesa de juego se tratase. ¿Qué pasará de aquí al 9 de enero? Solo los Reyes Magos lo saben.
Los sufragiocidas, de lado y lado, seguirán intentando deslegitimar la opción del voto, soñando con calles, humo, golpes de estado, invasiones extranjeras y gobiernos interinos que duran para siempre. Y está la otra cara de la misma moneda, una parte poderosa de la nomenclatura gobernante que vive para la confrontación y el odio y no quiere diálogo. El país poco importa en la lógica destructora del todo o nada.
Los sufragiocidas se alimentan mutuamente, son de la misma especie, como vampiros le chupan la sangre a la democracia y luego chocan copas.