Por: Jean Maninat
Hay un morbo particular por espiar cómo viven y sufren los Rich&Famous, nos deslizamos en sus mansiones, chalets y yates de la mano de ¡Hola!, encerrados bajo llave en el excusado de nuestros hogares, lejos de las entrometidas miradas familiares, con el discreto y agradable encanto que otorga el voyerismo. Por unos minutos, (antes de que alguien nos derribe la puerta a golpes de nudillos) pertenecemos a su grupo íntimo, somos primos, tíos, o amigos cercanos de toda la vida, acostumbrados a pasar con ellos los veranos en Marbella o los inviernos en Gstaad. Es, con un poco de licencia, un ejercicio igualitario y democrático, la abolición por un instante de las diferencias de clase y el distanciamiento social.
Succession es la más reciente serie de televisión norteamericana que nos introduce de polizones en las tribulaciones de una poderosa y disfuncional familia: los Roy. Nariceados y constantemente humillados por el patriarca, Logan Roy, sus cuatro hijos pasan la vida disputándose el favor del padre y soñando cruelmente con quedar en la cúspide del conglomerado de medios de comunicación y “entretenimientos” que fundó el viejo Logan. Ya van tres temporadas de un delicioso “quítate tú pa’ ponerme yo”, donde la capacidad de maniobra, y las apetencias filiales se tornan cruelmente infantiles, desguarnecidas de la mínima altura de miras. Ambición y lujo en su estado crudo e inútil, hasta casi alcanzar la caricatura.
No hay manera, pero las últimas décadas nos han inoculado el vicio de asemejar las historias que vemos o escuchamos con la situación del país que sufrimos. Y si no fuera porque el resultado de la gestión gubernamental y de la dirigencia opositora ha sido tan lamentable, podríamos argumentar que se trata de una de las mejores comedias de situación desde Seinfeld. Hay capítulos desternillantes (no me lo discuta usted) como aquel donde los dos superhéroes interinos quedan varados en una autopista, viendo el reloj inquietos, a la espera de la sublevación militar que solo existía en su fantasía.
(Este espacio entre paréntesis es una cortesía de la casa para que ustedes, queridos lectores, añadan su capítulo preferido).
Quién quita, y en estos momentos un guionista recóndito se encuentre pergeñando la estructura de una serie criolla que nos entrometa en los laberintos de las escaramuzas internas de la nomenclatura gobernante y de la cúspide opositora, retrate la entrega idealista, la hermandad, el glamour, el suspenso, los golpes de fortuna, la hidalguía, los finos sablazos (nos referimos al golpe dado con un sable, no con un monedero) que han caracterizado los últimos años de las guerras de sucesión en el país. Sería un éxito indiscutible.
(N.B. Regresamos en enero, gracias por la lectura en este año harto complicado. Felices fiestas).