Publicado en: El Universal
1943. El poder aterrador de Hitler estremecía al mundo y movilizaba millones de alemanes enfebrecidos. Todavía Dwight Eisenhower, el arcángel Miguel, no se le había presentado con su espada flamígera el Día “D” a pisarle la cabeza. Nueve universitarios, el grupo la Rosa Blanca, decidieron desafiar el terror totalitario y en un acto extremo de coraje, lanzan en la facultad panfletos reclamando el fin de la guerra, la salida de Hitler y el regreso a la democracia.
Atrapados por la Gestapo, en un juicio rápido, los condenan a decapitación. La conducta estoica de la joven de 21 años, Sophie Scholl, fascinó al interrogador, quien le sugiere que se retracte para salvar la vida. Pero ella no escribió la proclama sobre la grandeza del nacionalsocialismo que le pedían. No temió a la muerte, a Hitler, y menos a la opinión pública.
En medio de la euforia revolucionaria del arranque bolivariano, sus movilizaciones aplastantes, un grupo de ciudadanos resolvió oponerse al gobierno, pese a los consejos de dejar hacer para no dar la espalda a la opinión pública (“ve sus manos, no su boca”). Por fortuna Chávez no resultó sanguinario como Fidel Castro o Chapita Trujillo (luego vendría la masacre del 11 de abril), y la oposición organizada renació, en medio de graves errores en los que insiste.
Papel existencial de los demócratas es mantener la llama viva con cuidado de sus seguidores y eficacia, porque no todo el mundo es Sophie Scholl. La muy “banalizada” Hannah Arendt, judía escapada de campos de concentración en Alemania y Francia, reta al consenso mundial en una secuencia de reportajes para New Yorker, luego libro, sobre el juicio al esbirro nazi Adolf Eichmann.
¿Demonio cretino?
Plantea que este no era el monstruo infernal que pintaban, sino un pobre diablo común atrapado por la maquinaria hitleriana, como otros cientos de miles de burócratas del Reich. Fue acosada por la opinión pública (a la que no halagó), por muchos de sus amigos y colegas, y atentados a su casa. Gracias a su firmeza, hoy tenemos una perspectiva filosófico sociológica que aún se debate, de cómo opera la perversidad extrema de los regímenes totalitarios, en el alma de la gente común.
Eichmann escogía entre su desgracia y la de otros, y obviamente no era Sophie, pero Hannah si lo era, en sus propias circunstancias. Estudiar la historia política, obliga irremediablemente a hurgar documentos y uno de ellos es el Manifiesto de bienvenida a Fidel Castro (E.N: 01/02/89) por “todo lo que había logrado por la dignidad de su pueblo… y de toda América Latina”.
Esa declaración de amor y fe ocurre cuando la izquierda estaba atravesada por el debate anti totalitario y los crímenes del régimen cubano eran un escándalo. En 1971 el poeta Heberto Padilla y su mujer fueron encarcelados porque al gobierno le parecieron sus libros, Fuera de Juego y Provocaciones, “intimistas”, “criticistas” y sin “la historicidad que caracteriza a un revolucionario”.
Lo obligaron a hacerse una vergonzosa autocrítica y la atrocidad provocó una carta a Castro firmada por Sartre, Beauvoir, Calvino, Enzenberger, Moravia, Mandiargues, Paz, Durás, García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, los Goytisolo, Semprún, Rossanda et.al. No eran gusanos ni contrarrevolucionarios sino la crema de los escritores fidelistas del mundo.
Muerte por iguana
Se conoció de los campos de concentración para homosexuales, las torturas atroces, el secuestro de familiares de fugitivos. En 1979 el mundo se horrorizó ante el llamado “éxodo de Mariel” por el puerto de ese nombre, por donde migraron 130 mil cubanos a Florida. Después las denuncias de Reinaldo Arenas sobre como secuestraban homosexuales en las calles y los policías les practicaban violaciones colectivas, hasta con rabos de iguana y rolos.
El caso de José Lezama Lima, autor de Paradiso, considerada una de las cien más grandes novelas del siglo XX, aunque el gobierno la calificó de “hermética, morbosa, indescifrable y pornográfica” por describir una relación homosexual, es de los más desgarradores que conozco. Vivió marginado, en ostracismo interno y miseria, y le impidieron recibir dos grandes premios internacionales, el Maldoror de poesía en Madrid y a la mejor novela hispanoamericana traducida al italiano, en Roma.
Asmático, cardíaco, según escritores cubanos exilados, lo dejaron morir en un Hospital de La Habana por gusano. Aunque no sea importante sino solo para nosotros, y para nuestros más allegados, en el Congreso del Pensamiento Político Latinoamericano que se realizó en Caracas en 1983, al que asistieron más de mil delegados, Jean Maninat y este servidor denunciamos tales atrocidades y las que comenzaban los sandinistas. El Congreso lo organizó mi querido maestro Ramón J. Velásquez.
De hecho, este artículo lo escribí a partir de las notas que usé aquél día. Corrimos con las consecuencias y afrontamos a los inquisidores, que nos persiguieron mucho tiempo, entre ellos varios de los firmantes de la bienvenida a Castro, que eran también blade runners. Creo que había suficientes razones para no firmar semejante incunable y que procedimos bien al no rendirnos a la idea de muchos. Estuviéramos hoy pidiendo perdón.