Publicado en: Tal Cual
Por: Carolina Espada
“Aquí uno se zumba por el balcón o vamos a ver qué hacemos, porque el mundo se volvió loco”.
Así le dije a mi mamá el 11 de septiembre a mi regreso de Radio Caracas Televisión. Habían pasado no sé cuántas horas desde que el vuelvo 11 de American Airlines se estrellara contra la torre Norte del World Trade Center.
A las 08.46.30 de la mañana estaba en la oficina de un vicepresidente hablando de la telenovela que me habían comprado: “Mi Gorda Bella”. En lo alto de una pared colgaba un televisor con la programación del canal.
- ¡¿Y ese incendio qué es?!
- ¡Eso es Nueva York, Antonio! ¡Ay, por Dios, de ese piso para arriba esa pobre gente se va a morir!
El vicepresidente agarró el control remoto he hizo un rápido recorrido por los canales de la competencia: Venevision, Televen y Globovision (sí, porque el canal de noticias hacía mucho que estaba compitiendo gracias a sus reportajes dramatizados y musicalizados). Todos transmitían la misma imagen. Volvió a sintonizar el 2 y nos quedamos absortos.
- ¿Y tú no crees que suban a la azotea y unos helicópteros los rescaten?
- No es una película de acción, Antonio. Mira el humo. Si alguien llega a la azotea, se asfixia.
Los dos demudados viendo aquel espectáculo macabro, y aparece otro avión en pantalla y embiste la torre Sur. Era el vuelo 175 de United. 09.02.59 de la mañana.
- ¡Eso es terrorismo, Antonio! ¡¡¡Eso es un ataque terrorista!!!
Él sacó su celular y llamó no sé a quién. Yo agarré el teléfono lista para decir una frase que es solo para casos de terrible emergencia:
- ¿Aló, mamá? Quiero que sepas que yo estoy bien.
- ¡¡¡¿Qué pasa, Carola?!!!
- Es en Nueva York. Es muy grave. No se sabe todavía. A mí me parece que es un ataque terrorista. Pero ya va. Habrá que ver. Pon el televisor. Yo estoy bien. No sé a qué hora voy a regresar. Pero yo estoy bien.
Otra vez en silencio. Dos columnas de humo. Una al lado de la otra, como un 11 el 11 de septiembre, como si fueran las chimeneas del crematorio de un campo de concentración.
- ¿Tú crees que haya gente que se salve?
- Si logran bajar, Antonio, porque eso es demasiada escalera.
- ¿Y tú estabas hablando por teléfono?
- Sí, llamé a mi mamá.
- ¡¿A tu mamá?! ¡¿Y tu mamá cuántos años tiene?!
- ¡¿Y está sola en tu casa?!
- Sí.
- ¡¿Y tú le dijiste a tu mamá?! ¡¿Tú no crees que le puede dar algo?!
- Le da algo si alguien la llama con un ataque de angustia y ella no sabe en dónde estoy yo. Al menos ya sabe que estoy bien y que todavía no voy a regresar.
09.59.00: Implosiona la Torre Sur.
10.28.23: Cae la Torre Norte
Y entonces guardamos silencio. ¿Más silencio? No había cabida para más palabras. No las hubiéramos podido pronunciar. Eso no era otra cosa que el más lacerante horror.
Otro tipo de horror -y de vacío- ya lo había experimentado el 16 de diciembre de 1999. Mi mamá y yo -espantadas- veíamos Globovision sin poder tragarnos el sorbo de un café que ya se nos había enfriado. Allí no había narrador de noticias que hablara. Una musiquita de suspenso y las imágenes de la costa de Vargas, el estado que había desaparecido bajo un deslave. La gente de Los Caracas caminando hacia el Oeste; la gente de Catia La Mar caminando hacia el Este. Gente cruzándose en Macuto, que tal vez era la mitad del trayecto… si es que todavía existía una mitad. Centenares de personas que se cruzaban y proseguían su camino sin poder sostenerse la mirada. Gente perdida. Gente sin rumbo.
Siento que ahora también estamos completamente perdidos y disociados de la realidad. Si usted es privilegiado y puede trabajar desde su casa, está seguro en su cuarentena. Si no trabaja y su privilegio es tal que no tiene por qué preocuparse por el dinero, entonces usted encarga comida, medicinas, cigarrillos, licor, lo que usted quiera, a todos esos comerciantes a salto de mata que están haciendo “delivery”. Sí, en inglés: “delivery”. Nadie habla de entregas a domicilio con la economía dolarizada.
Pero están los otros, porque siempre hay otros: los que viven en la miseria. Para ellos no hay cuarentena que valga. Por las redes han llegado videos de Catia y de Petare, aquel gentío apiñado en las calles sin protección, a la deriva y sin eso que llaman distancia social. “Yo no tengo deso, señora, y tampoco me he bañao, ¿con qué agua? Yo tengo que trabajá”.
¿Le puede seguir pagando el sueldo a sus empleados? Pague. ¿Puede compartir comida con gente que no tiene? Comparta. ¿Puede armarse de paciencia y explicar el uso correcto de las mascarillas y de los guantes? Ármese y explique. No lo dude. Sepa que hay algo bueno que usted puede hacer.