Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
A mi amigo Pedro Nikken, que se fue.
Las actuales e inevitables luchas contra una pandilla que ha usurpado el poder para su beneficio, a cualquier precio, a ratos disfrazados de socialistas, tiene que concluir. O, mejor dicho, no podemos sino llevarlas hasta el final. Es la lucha por la libertad y la dignidad y ella conforma una serie de formas políticas determinadas tal como se ha dado, en primer lugar el frentismo, la unificación de diversas posiciones ideológicas y políticas no solo distintas sino representativas de intereses contrapuestos. Eso debe estar claro.
Pero no menos claro debe concebirse, a un mediano plazo que, dados los avatares de veinte largos años, ella no representa sino una fase transitoria hacia los conflictos y alternativas esenciales de una Venezuela inédita, dramática y volcánica. Lo que hay en el fondo permanente y sustancial de esta tragedia histórica es que hemos llegado a la desigualdad social como se dice ahora (para no llamarla de otra manera), de proporciones pocas veces vista. Basta recordar la acreditada encuesta Encovi, de este y otros años, que revela que tenemos ochenta y tanto por ciento de pobres y un minúsculo 15% de bienaventurados que disfrutan de viajes, del este de Caracas y otros remansos y toman whisky escocés de 12 años. Semejante barbaridad no puede sino explotar, por elementales leyes de la física ya no de la sociología. Ni Marx en sus más delirantes ensoñaciones llegó a concebir una polarización tan extrema que la conduciría al estallido histórico casi natural.
Según destacados economistas la dolarización que hoy vivimos no puede conducir no tanto a aumentar, es difícil, esa desigualdad insólita, sino a perpetuarla entre los que tienen y no tienen el preciado billete verde. Y a dibujar y colorear un paisaje social grotesco, entre los que disfrutan los bodegones y los que mendigan las cajas CLAP para sobrevivir. Llámense estas como se llamen esos subsidios o mendrugos en el futuro país liberado del cartel en el poder que hoy nos avasalla. O sea que se van a descentrar y reubicar las contradicciones decisorias de la sociedad en un mundo en el que las desigualdades, a veces bastante sofisticadas, producen explosiones desmesuradas, como en la modélica Chile. Lo sustancial queda y el accidente cambia decía el sabio Aristóteles.
No hay duda que entre los clientes de los bodegones hay en buena medida los que han saqueado, de manera nunca vista, aun en la región de Rafael Leonidas Trujillo y Odebrecht, el dinero público. Con ellos habrá mucho y afanoso trabajo que hacer para satisfacer a Temis, la diosa griega de la justicia, que siempre pide su parte. Pero hay sin duda muchos coleccionistas de divisas que hoy se sienten indemnes de esta por ser oposicionistas y por ende con franquicia para disfrutar del innegable bienestar en que viven, viejos y nuevos mercaderes de toda laya. Un decoroso caballero político, a ratos combativo, decía que en Venezuela se solía disfrutar plenamente, asunto de costos y privilegios, el dinero blanco o sucio. No tengo dudas que lo disfrutaba comme il faut. Razonable observación.
Si ese es nuestro destino esencial, hay que prepararse para él. La historia menuda, Maduro, puede prevalecer y hasta perdurar al azar; pero es eso circunstancia, cruce de caminos, ante los arrolladores y estructurales números de Encovi y otras muestras similares, río cuyo caudal crece.
Queda prepararse para eso, en lo posible, no es fácil redistribuir razonablemente los bienes terrenales en tiempos de demolición, tenemos milenios tratando de hacerlo y mira que no hemos avanzado muy lucidamente que se diga. Pero habría que tratar de hacerlo en esta apartada orilla, con buen y presuroso tino, ¿no es así Mauricio Macri o Sebastián Piñera, enfermos de mucha menor gravedad de las tales desigualdades?. Atención con el FMI y universidades gringas.
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