Por: Pedro Pablo Peñaloza
Como en toda época preelectoral -y ya estamos inmersos en otra- se pone de moda hablar de “el proyecto”. Se dice -repite- que lo fundamental para la oposición es “el proyecto”. Pero, en realidad, a estas alturas el único “proyecto” novedoso de la oposición tiene nombre: México.
Parte de la narrativa que ha impuesto el chavismo -y que ha sido asumida por todos- afirma que la oposición no tiene proyecto. “Son la antipatria”, dispara la propaganda oficialista, que primero dice que el plan no existe y, luego, se dedica a analizar -tergiversar- la propuesta.
Allí donde el plan de la oposición anuncia -por ejemplo- que rescatará la educación pública, respetando el espacio del sector privado, el chavismo lee que un gobierno de oposición privatizará todo el sistema educativo nacional. Entonces, “la nada” sí es “algo”, pero antipopular.
La oposición sí ha elaborado distintos proyectos, el más reciente denominado Plan País, que contó con la participación de muchos de los técnicos y expertos más reputados de Venezuela. Los mismos que son tomados como referencia en sus áreas por su experiencia y conocimientos.
Claro, cuando un vocero político exponía las virtudes y contenidos de Plan País, la reacción automática era: “Chévere, pero ¿cómo salimos de Maduro?”. Dicho más elegantemente: ¿cómo logras el cambio político para ejecutar las medidas que contiene “el proyecto”?
Debe apuntarse que el relanzamiento de “el proyecto” puede contribuir a la unidad y la movilización. Básicamente porque sirve -otra vez- para convocar reuniones, mesas de trabajo, hablar con el empresario, escuchar al sindicato… En fin: reforzar los vínculos desgastados.
Y ese es otro punto de “el proyecto”: la unidad. Difícilmente alguien pueda atribuir los éxitos electorales de la oposición a lo bien definido de sus “proyectos”. Allí más ha pesado la unidad opositora y el hartazgo de la población con otro “proyecto”: el chavista.
Las respuestas a temas como la inflación y la crisis de los servicios públicos han sido plasmadas en papel. Partiendo de esta premisa, ¿qué es lo más “rompedor” o novedoso que puede presentar la oposición? Un proyecto de transición consensuado con el chavismo.
La oposición podría anunciar hoy que se compromete a ratificar a Padrino López y a todo el alto mando militar. Que aprobará el retorno a un Parlamento bicameral, con un Senado que incluirá sillas para Maduro y cada uno de los miembros del alto mando político de la revolución.
Que designará a los jefes de los poderes en estricto apego a la Constitución. Que aplicará una justicia transicional ejemplar, con asesoría de la ONU. Si este “proyecto” se presenta como una “iniciativa” particular de la oposición, se puede adelantar la reacción del chavismo.
México -entendido como un espacio de negociación formal- daría garantías políticas a todos, bajo la premisa de que la negociación no se limita o agota en la materia electoral, sino que apunta a un objetivo mucho más ambicioso: sentar las bases de la convivencia nacional.
Ningún candidato de la oposición -incluidos aquellos que se hacen o dejan querer por el chavismo- tiene la credibilidad suficiente para impulsar por su cuenta un plan de este calibre. Si no han tenido la capacidad de convencer a la mayoría de sus partidos, ¿podrán persuadir al oficialismo?
Además, no solo se trataría de “la palabra” o “el proyecto” de la oposición, pues allí estarían involucrados Estados Unidos y la comunidad internacional para verificar y facilitar el cumplimiento de los acuerdos.
Dicho esto, debe reconocerse que hoy México es “mala palabra”. Nadie cree que ese proceso arroje algún resultado. Sectores de oposición -que tienen representantes en la delegación- sugieren ir olvidándose de México, buscar alternativas. Cuestionan que México es para “lo político”, aunque su único acuerdo ha sido una mesa de atención social.
Sin México, la oposición se ha quedado sin “política” en la calle. El chavismo sabe que si reactiva la negociación, también fortalece a la oposición, pues le estaría dando protagonismo y un discurso, una hoja de ruta que mostraría el camino hacia una posible transición.
En definitiva, un plan que no solo respondería a la pregunta “¿cómo salir de Maduro?” o cómo lograr el milagro de que salga agua por el grifo, sino que daría estabilidad política, social y económica a la República. El gran proyecto.