Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
A veces estos decires populares, en general bastante triviales, llegan en un momento en que se convierten en un recordatorio útil. Lo pudiéramos usar hoy para la dama inmóvil que se dice es la oposición en manos de Guaidó y su entorno y sus partidos, el G4, y los cincuenta y tantos países que lo reconocen. El argumento principal de todo esto es que su tiempo terminó, ya sonó la campana, e incapaz de lograr lo que había prometido en horas pasadas y promisorias, básicamente el cese de la usurpación, el derrocamiento del gobierno despótico de Maduro, por ende, hay que cambiar de carta, de estrategia, de mantra, de maneras de hacer política y, por ende, de sus responsables.
Esto de que se acabó su cuarto de hora no deja de ser curioso en una oposición que tiene dos décadas fracasando en lo mismo, sacar a los tiranos. Y hasta que yo sepa pocos se han retirado por culpa de sus fracasos; las causas de algunas deserciones han sido otras, a veces poco honorables. Yo pondría el ejemplo de los cultores de la invasión bélica, si apelamos a un baremo podríamos comparar el tiempo de la “derrota” de Guaidó con la que estos tienen predicando el advenimiento de la guerra liberadora. Y las veces que le han dicho que no los invasores posibles, tan flagrante y groseramente como lo hizo Abrams que los llamó surrealistas, son ya incontables. Y allí siguen a la espera de su mesías, años y años, con su cara muy lavada. O la de elecciones, malas y peores, que hemos perdido son incontables. La mayoría fraudulentas, pero era cuestión de saberlo a tiempo y tomar medidas. Los únicos que no lo saben son los de la mesa chiquita, pero estos andan volando bajo y lo que quieren son algunos residuos del banquete, para sobrevivir. Pero otros deberían hacer su mea culpa por tratar de empujar a la oposición por ese barranco. ¿Serán pecadores también los que fallaron los diálogos, que supuestamente le dieron oxígeno a Maduro? Y así, habría que hacer el inventario de veinte años de actos fallidos, que no es el caso. En síntesis, quién lanza la primera pedrada.
Y si a ver vamos, más allá de sus pecados mortales, que los ha tenido, Guaidó ha logrado una buena cantidad de cosas que antes de él eran impensables. Como ser presidente interino y constitucional de la república, sin salir del territorio. O haber desafiado no pocas veces no solo la sacralidad institucional sino hasta vérselas personalmente y a pecho descubierto con los esbirros chavistas. O montar un aparataje internacional que más de una le ha ganado al poder fáctico. O, simplemente, haberse ganado el afecto popular, acepto que en fase de decaimiento, cosa que no pasaba desde aquella campaña presidencial de Capriles contra Maduro.
Pero volvamos al principio. Por ahora, y no sé por cuánto tiempo, Guaidó será el líder mayoritario. No se ve una fórmula sustitutiva viable. Por ende, afincarse contra este me parece improcedente políticamente. Hay que cuidar el entorno internacional y la poca cuantía, pero cuantía, del 4G. Y el prestigio que todavía tiene Guaidó, sea cual fuese y preguntarse si es recuperable. Y no presionar a quedarnos, ahora sí, con cartas tan raras como una guerra, la toma del palacio de Miraflores contra las armas de Padrino, las elecciones a toda costa y costo esperando el milagro y cosas parecidas.
Guaidó no debe desesperarse porque lo conminen a actuar en gran escala, ya, porque si no se muere políticamente. Y hay proyectos que me parecen responden a ello, como la consulta, un juego en que se apuesta demasiado y las garantías son pocas. Ojalá me equivoque. Tampoco, claro, la inacción y la espera, la pausa. Se acaba de ganar una buena partida internacionalmente en el ámbito de los derechos humanos. Las elecciones no diría que se presentan para el régimen como una florida primavera. La gente empieza a moverse exasperada, desesperada, por aquí y por allá en nuestra sangrante geografía. No es el salto, pero no diría que es la inacción. Ni la prisa ni la pausa per se. Hay que encontrar la prisa realista y eficiente, y eso cuesta.
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