Publicado en: El Universal
Tras la suspensión de las jornadas que facilitó el reino de Noruega y que lograron el efímero “milagro” de juntar al gobierno venezolano y a la oposición vinculada a la Plataforma Unitaria, la posibilidad de reactivar la ruta del diálogo vuelve a despuntar. El incierto escenario global ha generado incentivos para que esto ocurra. En octubre de 2021, un gobierno en apariencia cómodo, desentendido de presiones externas e internas y a punto de celebrar comicios regionales, se apartaba de la mesa aduciendo que su retorno dependía de la (improbable) liberación de Saab. Meses más tarde, a expensas de un mercado estremecido por la invasión a Ucrania y luego del cónclave entre funcionarios de la Casa Blanca y Miraflores, el asunto retoña. Y lo hace bajo la promesa, eso sí, de un “reformateo”, la inclusión de sectores políticos y sociales que la agenda mexicana no había considerado.
Esto no deja de avivar resquemores. El primero, que el gobierno pretenda eludir la mediación experta que ofrecía Noruega, asumiendo la conducción unilateral de un proceso al que concurrirían interlocutores políticos debilitados, dispersos; con mermado influjo, por tanto, para afectar transacciones. Las condiciones de este nuevo diálogo podrían ser muy hostiles para una oposición que antes acudió a llamados similares bajo el paraguas de una instancia de coordinación estratégica; una que era eficaz, por representativa.
Las circunstancias son otras. Esa oposición plural que ayer lucía más o menos sintonizada en sus visiones democráticas, hoy resbala en los fangos del autoritarismo endógeno y exógeno, la cortedad de miras, la des-identidad. Por más que un sector intente vender a sus sponsors la impresión de que la “unidad” está ilesa, sabemos que en ello hay más ficción -y fricción- que verdad. Los resultados del 21N lo confirman. Habría que preguntarse, entonces: ¿conviene despachar la oportunidad de echar mano a espacios de diálogo ampliado, a santo de esa calamitosa anemia? ¿O más bien -conscientes del erial que el abandono de la arena política local dejó como legado- ver cómo pujar allí por acuerdos que, finalmente, le sirvan a un país azotado por la incompetencia de los liderazgos?
Resolver el dilema pasa también por poner el ojo en esa relativa holgura que exhibe el gobierno frente a sus adversarios. Si bien es cierto que el primero, un pugilista solitario en el ring político, se ha quedado prácticamente haciendo boxeo de sombra, no puede menospreciarse el cuadro de nuevos “cocos” económicos que encara. Hasta ayer, la crucial relación con la Rusia de Putin -cabeza del club de socios no democráticos- le permitió seguir operando, aun con sanciones. Hoy ese piso cruje, compromete lo que ya era equilibrio inestable. “Algunos creen que el único interesado de resolver el tema petrolero es EEUU y Maduro está en posición dominante”, apunta al respecto Luis Vicente León. Pero olvidan un detalle: “¿dónde creen que irá a parar el petróleo ruso sancionado? A competir (con ventaja) en el mismo mercado que Venezuela, si no se flexibilizan las sanciones”.
Tanto el aumento de la gasolina en EEUU como la reducción del mercado de colocación del crudo venezolano (ahora ante el reto de desplazar al excedente ruso vetado por occidente), ponen el choque entre actores racionales que desconfían uno del otro, que compiten y se influyen mutuamente, en una órbita distinta. En vez de las asimetrías que en otro momento determinaron la interacción entre ambos países, acá las amenazas e intereses acortan las distancias. En suerte de juego de “caza del ciervo”, la promesa de recompensa aumenta en virtud de la cooperación/coordinación, y reduce el riesgo total (lo que Nash llama “payoff dominant”, equilibrio de recompensa dominante). Riesgo que, no obstante, parecería menos manejable para el gobierno venezolano en caso de que el de Biden opte por evitar el costo reputacional inmediato, considere a otros proveedores y mantenga sanciones. Esto es: de cara al 2024 y en atención a la imprevisible tormenta, si alguien requiere de esa ancla (condicionada, sí) es Maduro.
¿Se habrá colado en dicho paquete de recompensas y buenos oficios el pedido de activar el diálogo nacional? Visto lo visto, el barrunto es pertinente. En ese punto, y entendiendo la urgencia de que la política venezolana sea manejada por venezolanos -certeza que se vigoriza en misma medida en que la estrategia de abstención, “quiebre” y colapso quedó en cueros- el pragmatismo también obliga a dosificar la gravitación de los externos. De nuevo, una convocatoria a dialogar en este contexto, incluso bajo las pautas del bloque de poder, es propicia para visibilizar posturas y exigencias que transversalizan a la sociedad civil venezolana. Algo que, también a expensas de su diversidad, le confieren la cualidad de un bloque con noción de destino compartido.
Sin cooperación, no hay paraíso. En paisaje signado por la disminuida auctoritas de los partidos y la reconfiguración del cuadro de fuerzas post-21N; así como por procesos de reinstitucionalización potencial como la renovación del TSJ, tal “reformateo” podría llevar a descubrir modos alternativos de abordar el conflicto. La fórmula del Cuarteto de Túnez sigue siendo un buen referente. Sin paladines apelando al salvacionismo o disputándose una hegemonía que hoy resulta esquiva, la responsabilidad de otros actores en aras de una coordinación apegada a esta nueva realidad, se ensancha. La caza múltiple de soluciones concretas para la gente, nuevas voces, guías y luces democráticas, en fin, ahora es cuando pide redoblarse.