En buena hora se me ocurrió comenzar a producir unos videítos para difundir en redes y a mis listas en WhatsApp. Los hago en mi celular, que es un aparatico bastante elemental, y uso el app más básico que existe. Cada día garabateo unas ideas, busco una musiquita de fondo, me aclaro la voz para grabar y arranco. Tengo que hacer varias tomas porque una y otra vez la voz se me quiebra.
Alguien me apunta que más que “Soledad en voz baja”, la serie debería titularse “Soledad al desnudo”, porque sin tapujos desvisto mi alma, porque estoy poniendo al descubierto cuánto me duele todo, cuánto me escuece la terrible situación de Venezuela. Respondo que sí, que yo no me escondo, que no uso el arte de disimular, que no recurro a la coartada de la negación. Yo nostalgio, sí, nostalgio el futuro, el que está allá, tras salir de este marasmo de sinsabores, en la cuarta nube a la derecha donde está el letrero “Nueva Venezuela”. Yo nostalgio el país posible que está en maqueta y que tenemos que construir.
Yo leo mucho, escucho mucho, observó mucho. Ya sé que parece muy lejano o hasta imposible ese nuevo país mientras tengamos montado sobre el cogote al apoltronado y sus panas. Sé que a la mayoría le da grima el solo imaginar que el cambio sea que este régimen se esfume y pueda ser sustituido por los billete-de-treinta de ese coso, protoplasma viscoso que es la mesita. Sé que, además, hay una sensación de maldición eterna, de malos presagios, de un “de esto no saldremos nunca”.
Eso es exactamente lo que el barbárico binomio compuesto por Apoltronados+Mesitos quiere que usted sienta, que el país se lo agarraron ellos y que no lo van a soltar. No se le puede pedir dignidad y decoro a quien no los tienen. Que esas dos cosas no se compran ni tan siquiera con los billetes que nos afanaron y que necesitan lavar.
Pero usted y yo tenemos dignidad y decoro en abundancia. Y tenemos más. Tenemos decencia. Tenemos altura moral. Tenemos principios y valores. Tenemos coraje e hidalguia. Y no, no nos vamos a rendir. No estamos en venta. Ellos van brincando de mentira en mentira, de farsa en farsa, de pecado en pecado.
Algunos me apuntan que lo nuestro tal parece el largo y caluroso recorrido de los judíos atravesando el desierto. Cuarenta años refiere la Biblia. Yo creo, más bien, que estamos en un túnel. Oscuro, con el aire muy pesado y con el suelo empantanado. Para salir de él hay que seguir, sin desmayar.
Me niego a hablar y a escribir con el lenguaje rococó de quienes en su gigantesca pedantería se creen más que usted y que yo y mucho más que los ciudadanos de a pie. Con toda su palabrería docta en realidad no se han dejado la piel luchando. Lo que han hecho y hacen es colocarse a la distancia para llenar papeles que venden a buen precio, mientras el país sufre y padece.
Estamos sufriendo, estamos pasando roncha y de veras que cada día es más difícil encontrar la energía para no tumbarnos en cualquier esquina y declararnos vencidos. Pero hay una frase que leí por estos días y que, en medio del agotamiento, me insufló entusiasmo: “Si estás atravesando un infierno, sigue caminando”. Es de Winston Churchill.
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