No tengo dudas de que lo que impulsa, nutre y sostiene a un país es la cultura. Y cada golpe a la cultura es un golpe al mismísimo corazón del país. Venezuela ha guapeado en ese sector como una campeona. Porque hay que ver lo que significa soportar puñetazos directo al corazón. Eso se lo debemos a los cultores, intelectuales, artistas y músicos que no han dejado que la patria se nos muera. Pero no nos engañemos: Venezuela no ha muerto, pero su agonía prosigue lentamente. Sus asesinos son tan devastadores que no cejan en su empeño de no dejar piedra sobre piedra, una suerte de Pol Pot redivivos.
Uno de los sectores que más ha sufrido los embates del chavismo ha sido el de las librerías. Una fuente de saber, de estudios, de conocimientos, otrora prósperos y honestos negocios, donde los dueños y los clientes eran más amigos que otra cosa, donde la palabra de los libreros era, más que una recomendación, una obligación leer, hoy clausuran uno a uno, no por la pandemia, sino por los embates de la peor desgracia que le ha caído a Venezuela.
En Caracas –y en todo el país- han ido cerrando las librerías. Ahora le tocó el turno a Entrelibros, en Los Palos Grandes. La librería que con tanto amor fundaron e hicieron crecer mis amigos Montserrat Sarri de Bertolotto y Luciano Bertolotto, está rematando todo, previo a su cierre definitivo. Atrás, en la memoria de quienes pasamos allí tantos momentos gratos, quedarán las amenas tertulias con escritores, los cafés, los foros, las tenidas de poesía, por donde pasaron los mejores escritores venezolanos contemporáneos. Quedarán también las gratas reminiscencias de un trato cordial y personalizado, en un país donde las groserías y los agravios se han convertido en la manera de ser.
Del segundo piso, niños y jóvenes conservarán los recuerdos de la maravillosa selección de libros que había para ellos. Pero será sólo eso… un recuerdo. La lectura, ese primer paso del aprendizaje de todo ser humano que desee prosperar, se desdibuja con el cierre de las librerías. Ciertamente la tecnología permite leer en línea, por fortuna, pero no hay nada más placentero para un lector que pasar una página detrás de otra. Ese sonido que es casi una melodía, se desvanece con el cierre de los locales que albergan esos objetos mágicos que son los libros.
Estoy triste. Triste porque termina una fuente de trabajo más. Triste por la tristeza de mis amigos. Triste porque un país que no lee está condenado a no levantar cabeza. El escritor estadounidense Liam Callanan, hablando sobre las librerías, dijo: “Cada libro en una librería es un nuevo comienzo. Cada libro es la siguiente iteración de una historia muy antigua. Cada librería, por lo tanto, es como una caja de seguridad para la civilización”.
Gracias, queridos Montse y Luciano. Gracias por su esfuerzo en divulgar el conocimiento. Gracias por su trabajo. Gracias por su decencia. Gracias porque en Entrelibros siempre hubo algo que leer…