Todos los venezolanos de bien, y en particular los que hemos hecho de la lucha por la democracia nuestro propósito de vida, sabemos que podríamos vernos forzados a migrar, a tener que irnos.
Entonces, con cierta frecuencia, mi marido y yo hablamos sobre el asunto. Y nos planteamos a dónde nos iríamos.
Sería un lugar pequeño, un pueblo o una ciudad de pocos habitantes, dónde la vida sea sencilla, sin adornos ni miriñaques. Nada de grandes urbes cosmopolitas. Tendría que ser un lugar donde conectar con los parroquianos, con los del abasto, la panadería, la carnicería, la pescadería; un lugar de saludarse con el frutero, de tomar un café en una esquina cualquiera y que la gente responda el buenos días con una sonrisa. Donde se escuche el canto en una iglesia los días de culto y las gentes caminen por parques y plazas y se den la bienvenida con gestos amables. Un lugar donde el silencio sea preciado y las compras cotidianas las pueda hacer casi a pie con un carrito para aliviar el peso.
Como estamos en el siglo XXI, pues que haya conectividad de primera. Un pueblo o pequeña ciudad con buen sistema de transporte público interno y foráneo. Y en donde los perros y gatos formen parte de lo de todos los días.
Un lugar donde la comida honesta sea materia de preocupación, porque se la considere pieza de la cultura. Una villa donde las gentes presten atención a las manifestaciones de la historia y cuiden su legado.
A esta edad, por supuesto, pensamos en evitar los climas fríos extremos, que hacen muy difícil las horas al aire libre. Sería una población de calles vestidas de árboles y flores, y con aceras que los parroquianos barran a diario por la mera comprensión del gusto por la limpieza. Un lugar con aroma a buen quehacer.
Una ciudad o pueblo donde la música sea importante. Y el arte. Y la literatura. Tiene que ser un lugar donde los niños sean queridos y cuidados como preciado tesoro, los mayores sean respetados y apreciados y las mascotas sean entendidas como habitantes con derechos.
Como voy a seguir luchando por mi país, seguiré ayudando, escribiendo, colaborando. Seguiremos siendo venezolanos, porque no importa donde nos toque estar, el tricolor lo tenemos tatuado en el alma y la piel.
No queremos tener que irnos. Pero entendemos que muchas veces eso no depende de uno, depende de los vientos.
Y si tenemos que emigrar, nos llevaremos a Venezuela puesta. Porque nadie nos la puede quitar.
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