Por: Sergio Dahbar
La carrera por el armamento nuclear que desataron dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, entre 1950 y 1968, pusieron en vilo al planeta. En ese tiempo se registraron 700 accidentes significativos con 1250 armas nucleares.
Estos datos son incluidos por el periodista estadounidense Eric Schlosser, en su nuevo libro: Command and Control (Penguin Press, 2013). Celebrado por críticas en The New Yorker y The Guardian, este volumen de 640 páginas se lee como un thriller que relata lo cerca que estuvimos de desaparecer de la tierra.
Documentos desclasificados por el gobierno de Estados Unidos en setiembre pasado, revelan por ejemplo la existencia de un accidente que ocurrió el 23 de enero de 1961. Pudo haber cambiado el curso de la historia de América.
Dos bombas de hidrógeno Mark 39 cayeron accidentalmente sobre la ciudad de Goldsboro, en Carolina del Norte, desde un borbadero B-52 de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos que presentó una falla: se partió en dos.
Los explosivos eran 260 veces mayor que las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Uno se comportó como se esperaba que lo hiciera una bomba nuclear de la época. Comenzó el proceso de detonación una vez que el paracaidas se abrió. Un interruptor evitó que la bomba estallara.
Todo lo que cuenta Eric Schlosser en su libro en otra de las consecuencias del horrendo episodio de Hiroshima, cuando Estados Unidos dejó caer un cilindro de 3 metros de largo, 71 centímetros de diámetro y 4 toneladas sobre una población civil indefensa. Corría el 6 de agosto de 1945.
Esa decisión, que buscaba cancelar la Segunda Guerra Mundial, mató en fracción de segundos a 80 mil personas. Y una cifra similar más tarde, por enfermedades cancerígenas, lesiones colaterales y daños hereditarios.
Todo se originó con Albert Einstein, quien le escribió unas líneas al presidente Franklin D. Roosevelt. Quería fabricar una bomba de uranio. Esa carta incluía una precausión sobre la posibilidad de que Alemania buscara un objetivo similar.
Rossevelt puso al mando del proyecto Manhattan al brigadier Leslie Groves. Seis mil personas fueron trasladadas a Los Alamos, New México, para construir en el más estricto secreto una bomba que costó dos mil millones de dólares.
Los científicos que se sumaron a Los Alamos eran de prestigio internacional: Robert Oppenheimer a la cabeza, y detrás los húngaros Edward Teller y Leo Szilard, el danés Nils Bohr y el italiano Enrico Fermi. Todos habían escapado del horror nazi.
Los tripulantes de los aviones se prepararon para la misión durante un año en Wendover, pueblo perdido de Utah. El lider de los pilotos era Paul Tibbets, quien dejó caer a Little Boy desde un bombardero B-29 que atravesó dos mil kilómetros y que se llamaba como su mamá, Enola Gay.
Cuando se acercaba la fecha del lanzamiento, todos fueron trasladados a la isla de Tinian, perteneciente a las Marianas, que bañan aguas del Mar de las Filipinas y el Océano Pacífico.
Las consecuencias del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima -y después sobre Nagasaki- no tiene límites. La primera fueron ochenta mil muertos inmediatos. Después, ocurrió la rendición de Japón.
Einstein, Oppenheimer, Bohr y Fermi se arrepintieron de lo que habían hecho posible y pasaron el resto de sus vidas con esa carga sobre sus conciencias.
Algunos murieron en el ostracismo; otros cayeron en el alcohol y el juego compulsivo; uno fue encarcelado por conducir a altas velocidades de noche con los ojos cerrados.
La controversia se extendió por años. Un comité de técnicos, aglutinados alrededor del Franck Report, propusieron que con la bomba hicieran una demostración de fuerza sin afectar vidas civiles. El alto mando militar lo deshechó. Pensaban que sólo un ataque aéreo letal frenaría la locura japonesa que se había desplegado desde Pearl Harbor.
El presidente Harry S. Truman se defendió de los ataques alegando que las otras opciones eran impensables: continuar la guerra o invadir Japón.
Los japoneses se rindieron y terminó la Segunda Guerra Mundial, pero la carrera nuclear apenas comenzaba. Y sobrevivió dos décadas, con equívocos y peligros mayores en una época que fue gris para la humanidad. Como bien lo refiere Eric Schlosser.