Veo las campañas electorales. Lo que tienen en los medios y las redes. Las cuñas, los tuits, los mensajes, los casa X casa, los videítos. De todos los bandos, que son por cierto varios y no solo dos. Todo un revoltijo. En unas y otras campañas (de los diversos tirios y troyanos) es notoria la falta en la estrategia de un punto absolutamente clave: la defensa de los derechos humanos. Se entiende que los candidatos del régimen ni mencionen ese tema. Pero que los candidatos de oposición le echen tipex, vamos…
Las campañas con las que nos bombardean tienen “promesas básicas” con olor, sabor y color de los años ’90. Como si este estado de cosas que vivimos tuviera alguna semejanza con aquellos escenarios.
A ver cómo lo explico. La catastrófica situación de las violaciones de derechos humanos no se restringe a la crueldad en el trato a los presos políticos, o la innegable barbarie desplegada en la persecución a miles por pensar distinto. Es decir, sin duda el asunto es clave, tanto que hay que preocuparse y ocuparse de esas víctimas del salvajismo del régimen y no permitir que se conviertan en “parte del paisaje”. Pero la violación de derechos humanos como política de Estado de este régimen no se limita a los cientos o miles contra quienes el régimen se ha ensañado con juicios arreglados, torturas, persecuciones y asesinatos. Eso es un capítulo del tenebroso expediente de los delitos que el régimen comete contra los venezolanos. Espantoso, sí, pero es uno de los capítulos de esta novela de terror.
Hay muchos derechos humanos pisoteados constantemente en Venezuela. Todos los días. Mañana, tarde y noche. Derechos que -valga reiterarlo- están consagrados en la Constitución, el estamento legal y todos los tratados internacionales. Y las víctimas de esas violaciones son millones de venezolanos que no son una ficción, caminan por las calles.
Hablemos, pues. Hablemos de los jubilados, millones de condenados a pensiones de miseria extrema. Hablemos del deplorable estado de los hospitales convertidos en centros donde un verdadero ejército de ángeles y héroes -eso son los que allí trabajan- reciben unos salarios que dan pena. Hablemos de la carencia de insumos médicos y farmacéuticos, de los pacientes que tienen que agenciar hasta las curitas. Hablemos de los enfermos graves que han sido abandonados en su desgracia.
Hablemos, pues. Hablemos de las miles de “alcabalas” instaladas por todo el territorio nacional en las que los ciudadanos son obligados por uniformados a “bajarse de la mula”. Hablemos del “ñereñere” que ciudadanos del común y empresarios tienen que cancelar bajo la mesa para lograr hacer cualquier trámite. Hablemos de los días y semanas que las comunidades son condenadas a la sequía. Hablemos de las eternas horas sin electricidad y de cómo la compañía eléctrica sin asomo de vergüenza le pide a los vecinos que hagan una colecta para pagar la reparación de transformadores o arreglar un poste. Hablemos de las colas para la gasolina y el gas en las que cualquier abuso puede pasar. Hablemos de las calles y carreteras sin iluminación donde lo que prospera es la delincuencia y las malas costumbres. Hablemos de la falta de saneamiento y limpieza. Hablemos de la inseguridad, de las cifras de muertos, asaltados, hurtados y estafados. Y dele que son pasteles. Hablemos entonces de violaciones a los derechos humanos.
Hablemos de las cárceles. Ahí los seres humanos son lanzados a un infierno de degradación. Hablemos de los ancianatos, que son sepulcros en vida. Hablemos de los orfanatos, criaderos donde los niños que tienen la desgracia de no contar con padres son tratados peor que cucarachas. Hablemos de los indigentes, que para el régimen no califican ni tan siquiera como personas. Hablemos de los maestros y profesores, que han sido convertidos en esclavos del sistema educativo. Hablemos de los niños, nuestros carricitos (que todos los niños venezolanos son nuestros), comiendo de esa basura vendida por el tal Alex Saab y otros delincuentes como él, con el concurso y anuencia de los más altos niveles del régimen. Hablemos de los carricitos con las tripas infladas de parásitos, con los ojos blanquecinos por la desnutrición y sin energía. Hablemos, pues, poniendo los puntos sobre las íes: todo eso son violaciones de derechos humanos.
Día tras día, con aberrante inclemencia e impunidad, los derechos humanos de millones de ciudadanos son violados, estemos o no tras rejas.
Una campaña de cualquier producto o servicio tiene que hablar de lo que es importante para el consumidor.
Una campaña electoral tiene que encender luces y prender a todo volumen los altavoces para destacar eso que es relevante para los ciudadanos, en especial a lo atinente a la ética (que no es un adorno) incluso si los ciudadanos, por agotamiento o por confusión, no atinan a saberlo o no hablan de ello, por la razón que sea. No se trata de hablar de lo que la gente está hablando, o poner al candidato a repetir frases hechas, las más de las veces cursis, en la equivocada teoría según la cual los ciudadanos son ratones de laboratorio. Se trata de lograr que la gente hable de lo que es necesario hablar. Ese concepto tan elemental está ausente en estas campañas.
Cuando los candidatos sacan de su agenda de campaña el asunto de los derechos humanos, o lo minimizan poniéndolo de último en la lista de “asuntos”, la conclusión es simple: para esos candidatos los derechos humanos no importan. Y si no les importan los derechos humanos, pues no les importan los ciudadanos. Cual si jugaran al “como si nada”. Y eso es ser miope e irresponsable. Es no entender ni la “o” por lo redondo.
Van a ganar los que van a ganar. Si a la falta de unidad le sumamos estas campañas frívolas, sin sustancia ni peso específico y fabricadas en laboratorios que, por cierto, violan un axioma de la comunicación y más específicamente de la comunicación política, diferenciación, el resultado no puede ser otro que la derrota. Si no hay diferenciación, pues colocan al elector de frente al “da lo mismo cuál”. A la gente le parecerá igual votar por uno o por otro. Y todo decanta para el elector (ese que quizás decida ir al centro electoral, que con suerte será un 50% del electorado) en poner el dedo sobre el que esté mejor ubicado en la pantalla.
Me pregunto, por ejemplo, ¿cuántos de los miles de candidatos siquiera se enteraron de la visita al país de Karim Khan, el fiscal de la Corte Penal Internacional o, si por casualidad lo supieron, si creyeron que era un “asunto sin importancia”? En el día de hoy me estuve escribiendo con el jefe de campaña de un candidato (me reservo el nombre de ambos). Al preguntarle si habían hecho contacto con Karim Khan me respondió que ellos no tienen entre sus contactos a ningún representante de la industria gastronómica árabe en la entidad. Ni supe qué contestar ante tamaña estupidez.