Por: Floralicia Anzola
Quizás uno de las cosas más difíciles que tenemos que enfrentar los periodistas en estos tiempos de dictadura y represión en Venezuela, es entrevistar a víctimas de la violencia del Estado.
Estoy acostumbrado por más de 40 años como periodista en sentarme con analistas, con Presidentes y otros políticos, con economistas, artistas y escritores, pero confieso que entrevistar madres que pierden a sus hijos, hermanas que defienden la libertad de un hermano detenido, hijas que no saben en qué cuerpo de seguridad tienen secuestrado a su padre, es lo más fuerte que he tenido que hacer.
Me mueven dos motivaciones a hacerlo. Uno es apoyar y ayudar a esa otra víctima en la que se convierte la familia, que no cuenta con el apoyo de grandes medios para exigir justicia y respuestas, cuya voz buscan silenciar. Lo otro, es dar cuenta y testimonio a nuestra gente y al mundo entero, frente a la censura impuesta, de los atropellos y violaciones a los derechos humanos de nuestros ciudadanos para que se pueda ofrecer esa justicia cuando llegue el momento.
Esta mañana, en nuestro espacio “Al punto y seguimos”, respondiendo a la solicitud de ayuda que me pidiera Waleska Pérez, viuda del capitán Acosta Arévalo, tuvimos una breve entrevista con ella.
Saber de antemano todas las torturas a las que su esposo fue sometido, ver su imagen de mujer joven con rostro de interrogante, ahora a cargo de dos hijos, y luego escucharla exigir le entreguen tras 9 días de espera el cuerpo de su esposo asesinado por el Estado, es devastador.
No es exigir que le entreguen a su esposo, es pedir que le devuelvan lo que quedó de él, un cuerpo golpeado y mancillado. Y dice Waleska en voz muy baja, que quiere darle “sana sepultura”.
No la conozco, nunca hubiese sabido de ella, si el Estado represor de Maduro no hubiese intervenido nuestras vidas de una forma tan atroz.
Estos días, hemos entrevistado a un preso político escapado tras 15 años detenido y sólo 33 días como cuenta acumulada de exposición al sol, a un diputado que ha tenido que huir para no terminar tras las rejas y sin su poder de acción política, al dueño de un medio de provincia también encarcelado durante tres años en distintas prisiones del oriente de Venezuela sometido a la deprivación solar y a la soledad como castigo en celdas sin ventanas ni compañía. También al hermano de una jueza que fue violada, ultrajada en prisión, a la espera de una potencial libertad plena.
La cualidad de estos entrevistados, pasa por la pérdida, por la desviación forzada e involuntaria de sus destinos, pasa por el dolor, el dolor constante, punzante de enfrentarse a esta realidad tan espantosa un día y todos los días por venir.
Desde la tribuna que nos brinda una generosa audiencia de venezolanos también dispersos, a la fuerza, por el mundo entero, uno se remueve, se conmueve, quisiera tener el poder de hacer más.
La cualidad de nuestros entrevistados, también habla de la calidad de este régimen. Esta inmensa máquina de destrucción humana que es el aparato de Diosdado, Jorge, Maduro y Cilia. Habla de su ferocidad para producir dolor y pérdida.
Luego, como hoy, termina la entrevista con Waleska y uno se pregunta: ¿Cómo será su día hoy? ¿ y, mañana? ¿Cómo enfrentará la vida con sus hijos ahora sola y con ese terrible antecedente ? ¿Logrará alguna vez justicia?
Colgamos el teléfono, pero no la responsabilidad.
No hay tono en el aparato, pero escuchamos un inmenso coro de voces clamando justicia.
Su número de teléfono se desdibuja pero no su rostro, no su pedido, nunca, su voz.
Más que nunca ser periodista duele pero hay que seguir y con más compromiso que antes.
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