Por: Jean Maninat
¿En qué momento se seca una generación política? ¿Languidece como Penélope esperando en el andén, todavía joven? ¿Se entrega puerilmente al azar de los dados que otros lanzan perdiendo su autonomía y respeto? Como esos pueblos que desaparecen de la faz de la tierra sin percatarse de su suerte, deslizándose irremediablemente hacia la más absoluta falta de pertinencia histórica. Pareciera que hay una rutina inconsciente del “autosuicidio”, un no hacer que requiere, sin embargo, de cierto arte para aniquilarse sin remedio.
Millones de alemanes caminaban entre los escombros que les había dejado el Tercer Reich por herencia, atónitos, sin comprender qué les había llovido del cielo. Cuando la verdad sobre su apoyo inerme al nazismo, su incapacidad para ver la monstruosidad que se estaba gestando ante sus narices salió a la luz, toda una generación de alemanes comenzó su procesión, cargó su cruz entre compungida y altiva. Pero tuvo la entereza para reconocer sus omisiones y elaborar su duelo. Renació.
En la pequeña Venecia caribeña una generación de políticos jóvenes -con la ayuda de otros algo más adultos- dilapidó en espacio de cinco años el triunfo electoral que le puso en las manos a la Asamblea Nacional (AN) en 2015. El “pueblo” le dio una oportunidad de demostrar que sí era posible cambiar, que la nomenclatura gobernante podía ser derrotada y la recuperación democrática podía avanzar, pese a la arbitrariedad y acoso político institucionalizado. Sabemos lo que vino y, la verdad, ya resulta harto fastidioso -por no decir doloroso- repasar la lista de tanta torpeza acumulada.
(No deja de llamar la atención, eso sí, el interminable cargador que alimenta el arma de sus estrategias y la inconmensurable lealtad de sus extremidades inferiores para aguantar la lluvia de balazos que se ha dado en los pies. Desde el caballo en Troya, y Custer en Little BigHorn no se veía nada igual).
Pero todo indica que no habrá proceso de contrición pese a que las fiestas religiosas cristianas se acercan. Menos aún una reflexión comprometida para tratar de indagar en la desconexión con el país maltratado. Non, rien de rien, non, je ne regrette rien… Se cambia la seña sin mayor explicación, se deja a los seguidores de buena fe a la intemperie, al interino en el aire haciendo equilibrio, y a la manoseada comunidad internacional preguntándose si no es una charada más, si esta vez sí se puede confiar.
En todo caso, la estación de aridez se prolonga intensamente, como vivir en un sertón político, entre cráneos de políticas fracasadas y pieles rugosas de triunfos colectivos sacrificados a quimeras personales. Después del 6/D, luego de la resaca, quizás surja algo diferente, o lo igual cambie, evolucione y abra las compuertas al agua fresca que deje atrás estos cinco años de indómita sequía mental y nos permita regenerarnos. Te lo pedimos Señor…
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