Por: Jean Maninat
Los dramas, las tragedias colectivas, crean sus formas de comunicación, los viejos significantes adquieren nuevos significados (con la venia de Saussure), y las ya estropeadas certezas lingüísticas se desplazan sobre reglas movedizas de corte ideológico.
Otra cosa es que los lenguajes sufran una fertilización cruzada -es preferible cross-fertilization, pero quién aguanta a los puristas- y una abeja multilingüe va enriqueciendo nuestro vocabulario con expresiones que no hacen sino darle cierta alegría cosmopolita a nuestra conversa vernácula. Los gringos han sido duchos en tomar prestado de los idiomas que los rodean algunos términos sin sonrojo alguno: Hasta la vista baby.
De la más reciente pandemia nos quedará un término que seguramente sobrevivirá en la “nueva normalidad” (whatever that means) y que amenaza con determinar la vida de muchos, más no de todos: reinventarse. La más banal de las preguntas: ¿Hola, cómo estás? Tendrá por respuesta: Aquí, reinventándome. Y en el fondo subyace una perplejidad teológica, la capacidad de los inventados para mejorar la defectuosa obra de quien los inventó. ¡El libre albedrío en medio de una devastación mundial… hecho tapabocas!
(Y surge así mismo, otro término de origen anglosajón: el delivery, que hoy indica en tantos lugares de nuestra vecindad que otros asumen los riesgos de birlar la reclusión para traernos de comer a nuestras casas. Y sus emisarios son recibidos con la debida “distancia social” que no nos merecemos).
Pero en nuestro medio hay quienes son resistentes al cambio, a dejar atrás el envite, los enroques perennes en el mantra, la imperturbable incapacidad para sentarse unos días -cosa tan propicia en medio de una reclusión- a reflexionar un poco y trazar vías políticas que reconecten con la insatisfacción generalizada que recorre el país. Lejos de ello, la reclusión no ha hecho más que alborotar los viejos demonios de las declaraciones epilépticas y sin destino.
Despejados de toda duda, satisfechos con sus hechuras, prefieren “interpretar” oficialmente al supuesto valedor del norte, que descifrar las querencias y ausencias políticas de quienes dicen representar. La estrambótica petición de que sean otros los que le hagan el trabajo que corresponde a los venezolanos realizar, (es decir, que les hagan un delivery de recuperación democrática con papas fritas) es una confesión de sus propias flaquezas. Pero eso poco importa si se está del lado correcto de la historia, y del lado siempre cálido de la autoficción.
Pero sucede que los aliados se cansan por aquello de ayúdate que yo te ayudaré, y el entusiasmo inicial empieza a languidecer como los pasiones que corroe la duda una vez que la infatuación pasa. Basta con echar un vistazo a la prensa internacional que todavía se preocupa por la situación política en Venezuela, para darse cuenta que el lastimero argumento de es lo mejor que tenemos, no critiquen poco convence afuera y nada adentro. De no haber un giro en la conducción opositora para mostrar resultados y no consignas altisonantes, será relegada a la irrelevancia nacional e internacional.
Qué bien sería que regresaran todos sensatamente “reinventados” de su confinamiento político. Sería la mejor noticia de la “nueva normalidad” y al menos algo que agradecerle a la terrible pandemia de nuestros días. El regreso del simple pero imprescindible sentido común a la política.
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