Por Nicmer Evans – The New York Times
Este artículo fue publicado originalmente el 27 de agosto de 2019
Creí en Hugo Chávez y fue un error
Hugo Chávez es la génesis de lo que sucede hoy en Venezuela. Lo digo como alguien que creyó en él y en sus promesas de una Venezuela mejor, más justa, menos corrupta. Pero la historia, veinte años después de que Chávez llegara al poder, demuestra lo equivocados que estábamos yo y muchos venezolanos que nos considerábamos chavistas, muchos de los que lo asesoraron, de los que lo defendimos y justificamos en privado y en público, de los que votamos por él.
Hoy, con Venezuela en ruinas, admito que fue un error pensar que con Chávez había llegado una izquierda democrática, con arrastre popular y sin taras a Venezuela. No llegó. En cambio, se instauraron los cimientos de un régimen autoritario, diseñado para beneficiar a unos cuantos y económicamente fallido. Esta dolorosa equivocación de tantos de nosotros es inobjetable; es palpable en el hambre de la gente, la represión contra los civiles que protestan, los registros de tortura a militares disidentes, las ejecuciones extrajudiciales, la malnutrición infantil y la prohibición de cualquier tipo de crítica u oposición.
Estos son los saldos del chavismo en el que una vez creí. Así que es hora de hacer algo que todos los chavistas podrían hacer, una decisión muy personal e increíblemente difícil pero quizás necesaria para poder sanar y avanzar: reconocer su error y entender el enorme daño que el proyecto de Chávez le ha hecho a Venezuela.
Creo que con una especie de redención colectiva podremos empezar a salir de la hecatombe que vivimos, recoger las piezas rotas para empezar de nuevo y reinstitucionalizar el país.
A inicios del siglo, muchos intelectuales, activistas y ciudadanos estábamos deseosos de encontrar alternativas al modelo neoliberal. Cuando llegó Chávez a la presidencia, democráticamente electo en 1999, algunos vimos en su Revolución bolivariana esa vía.
Como sabemos, no lo logró. Ya en 2009, era evidente que su estilo de liderazgo era nocivo porque generaba una dependencia estatal en su persona. Ningún presidente autodenominado de izquierda debe sustentar la institucionalidad del gobierno en el personalismo y el mesianismo. En ese año lo critiqué públicamente y comenzó mi gradual deslindamiento del chavismo.
Para 2013, cuando Chávez murió, buena parte de las instituciones —que en una democracia deben ser autónomas e independientes— dependían de él y sus designios. Fue Chávez quien eligió a su sucesor, Nicolás Maduro, quien ha terminado de dejar a Venezuela en una situación de crisis humanitaria.
El chavismo y su éxito se originaron de la indignación popular y de la necesidad de superar la corrupción de los gobiernos de los partidos que se habían alternado el poder por cuarenta años sin atender la profunda desigualdad del país. Pero ya en los últimos años de Chávez, la complicidad con la corrupción y la fuga de capitales —calculada en más de 400.000 millones de dólares entre los años 1999 y 2013— dejaron claro que su revolución había sido aún más corrupta que los cuarenta años anteriores a Chávez, del que se fugaron 70.000 millones de dólares.
Siempre existirá la duda de si la situación con Chávez hubiese sido mejor o peor que con Maduro; de si el artífice del proyecto del socialismo del siglo XXI habría podido evitar el desastre venezolano. No pretendo hacer una defensa de Hugo Chávez, pero estoy seguro de que hubiese sido diferente y quizás no tan precaria como ahora.
Las políticas sociales de Chávez giraban en torno a la educación, la salud y la productividad. Aunque se puede argumentar que la intención final era el control social o el rédito electoral, lo cierto es que muchos venezolanos recibieron beneficios tangibles que mejoraron su vida mientras preservaban la libertad de criterio. Las primeras fases del programa social Misión Barrio Adentro llevaba servicios médicos a los barrios más pobres del país y se crearon centenares de dispensarios populares. Con el tiempo, y especialmente con Maduro en poder, los beneficios sociales se han condicionado a la sumisión política. Antes de las elecciones presidenciales de 2018, Maduro prometió premios a quienes votaran con el Carnet de la Patria, el documento de identificación que sirve para transferir bonos —comida o pagos— a los ciudadanos. El régimen de Maduro se ha aprovechado de la dependencia alimentaria de los venezolanos que, para algunos analistas, los ha convertido en “rehenes del hambre”.
Para preservar el poder, Maduro ha recurrido a estrategias contraproducentes para el país: ha comprometido parte de la producción petrolera y mineral de Venezuela a actores extranjeros —como Cuba, China y Rusia— y ha optado por la represión y violación sistemática de los derechos humanos de los civiles.
Según el informe sobre Venezuela de la Comisión de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el gobierno de Maduro ha echado a andar una estrategia para aniquilar el periodismo independiente y limitar la libertad de expresión; ha criminalizado a la oposición y ha reprimido violentamente el descontento social. El informe de la ONU le adjudica al Estado venezolano 6800 ejecuciones extrajudiciales y revela que ha sometido a prisioneros a la tortura, entre ellos, al capitán Rafael Acosta, quien mostró señales de tortura durante su juicio en el tribunal militar y murió esa misma noche. Al día de hoy, hay 217 oficiales, entre activos y retirados, que se encuentran detenidos en las cárceles venezolanas.
Para pasar página de estos veinte años de destrucción del régimen que inició Chávez podríamos asumir una dura tarea, más a los que alguna vez fuimos chavistas: refundar, con paciencia, las instituciones democráticas que Chávez socavó, empezando por el Consejo Nacional Electoral. Asegurar su funcionamiento independiente y transparente, con monitoreo de observadores electorales internacionales, es vital para empezar la reconstrucción de un sistema democrático Venezuela.
Tanto las fuerzas armadas y el sector del chavismo que aún respalda a Maduro deben dar el paso que yo y tantos venezolanos que alguna vez creímos en Chávez hemos dado: sentir empatía por el sufrimiento de los venezolanos de a pie, 4 millones de los cuales han tenido que salir del país junto a aquellos que se han exiliado por oponerse al chavismo y a la dictadura de Maduro. Es un proceso complejo, exige mucho de nosotros reconocer una equivocación, pero debemos intentarlo. Es hora de romper con Chávez y su heredero, Maduro.
El chavismo tiene posibilidad de sobrevivencia si admite sus tropiezos y redefine su proyecto político. Solo así, ese sector, aún poderoso pero leal al dictador, podrá sumarse a la reconstrucción de Venezuela cuando vuelva la democracia.