Por: Jean Maninat
En pocos días Gustavo Petro, presidente electo de Colombia, ha desarmado los artefactos explosivos que sus contendores le habían sembrado en su largo camino hacia el Palacio de Nariño. Ahora, pareciera que es una oveja disfrazada de lobo.
No hubo cataclismos, ni tsunamis, ni las tinieblas se abrieron para aventar miles de demonios chillando maldiciones. Han sido horas más bien tranquilas, con una serie de fotos recorriendo los medios de comunicación internacionales, hasta hace nada inimaginables incluso para el más bienintencionado querubín colonial.
El encuentro con su némesis, Álvaro Uribe, equivale a un amistoso entre Superman y Lex Luthor, o entre Batman y el Guasón, posando ante la cámara cada uno con un helado de vainilla en la mano. Opacó la tenida con el presidente saliente Iván Duque, siempre tan a la sombra de su mentor, y dejó muy claro la dimensión de cada quien. (¿Pasará Duque a la “historia” como una equivocación, un mosquito disecado a pie de página?). Y qué decir del apretón de manos, con sonrisa de oreja a oreja incluida, con su excontendor, el viejito del Tik-Tok…
La galería de fotos ha disipado -por el momento- el clima de crispación e histeria que se había apoderado de los medios de prensa y redes sociales con la eventual elección de Gustavo Petro. Y han contribuido también a la calma una serie de nombramientos de esos que ahora les ha dado por llamar “moderados”, cuando en realidad son conocidos exfuncionarios públicos, algunos de extensa experiencia internacional, seguramente extrañados por la templanza que ahora le han pillado los detectores aristotélicos de los medios de comunicación.
Si las fotos calman, nos quitan el Jesús de la boca, no así algunas declaraciones que radiografían las mariposas amarillas que todavía le revolotean en el reservorio ideológico al empecinado presidente electo. En una entrevista concedida al diario El País de España (Bogotá, 28 JUN 2022) anuncia una serie de medidas salidas del folleto Progresismo para dummies que van, desde las ya arquetípicas, aumento de impuesto para los más ricos, reforma agraria profundizada, lucha contra la pobreza, hasta las más à la mode: “Ahora toca abandonar las economías de fósiles, desligarnos del petróleo, carbón y gas, y cimentar el desarrollo sobre la base de la producción y el conocimiento”. ¿Alguien podría estar en desacuerdo? Seguramente los jeques petroleros, pero convengamos que como objetivo para un mandato de cuatro años luce algo desmesurado.
El problema con tales objetivos es que se comienza por desmantelar lo que existe (la contaminante industria petrolera, p. ej.) sin que siquiera se hayan construido las mínimas bases del “capitalismo democrático” que se promete. La famosa paradoja clásica del chivo y el mecate. Además, todo sentenciado por un perentorio, “Las reformas se hacen el primer año o no se hacen”. Gulp…
Si a lo anterior le añadimos el vaticinio que constituye su primera respuesta, “Si yo fallo, vienen las tinieblas que arrasarán con todo; yo no puedo fallar”, es para preocuparse porque la verdad es que eso de andar prometiendo diluvios no es nada reconfortante para quienes lo van a sufrir. Ojala sea una frase retórica, un desliz egocéntrico en los que, según quienes lo conocen, cae a menudo. Nos quedamos con el político de las Petrofotos.