Los psicólogos y psiquiatras no están para nada extraviados; saben muy bien lo que está pasando. Que ya los mensajes que amasan las emociones van perdiendo efecto. Que los días en reclusión nos están aplastando.
Hay mucho que uno puede hacer para rellenar las horas. Leer, ver películas o series, revisar las noticias de cualquier país, escuchar música. En mi caso, escribir. Cocinar, limpiar. Organizar. Mandar mensajes. Hacer llamadas. Conversar. Y hacerlo todo de nuevo. Nada de eso alcanza. Porque lo que tenemos montado encima no es un problema de cómo rellenar las horas que se nos hacen eternas, es qué hacer para no ahogarnos en esta vida sin libertad.
No es cuestión de aburrimiento. Es de sentir que este asunto no es finito. Y los seres humanos no sabemos qué hacer con lo que sentimos infinito. Es como estar en un largo capítulo de Dimensión Desconocida. Somos prisioneros de algo que no entendemos. Hemos caído en la celada de un absurdo.
Y nos imaginamos los mejores escenarios: que nos despertamos y el cartel de “breaking news” es el descubrimiento de la cura, de una protección o de la vacuna. Y de solo imaginarlo se nos punta una sonrisa. O que tal como llegó sin pedir permiso, el maldito bicho se fue, sin despedirse. O, también, los peores escenarios: que nos digan que en aquellos países en los que se aplanó la curva, hubo rebrotes. Que nos avisan que podemos dar por perdido este año y parte del siguiente. Que el claustro no tiene fecha estimada de fin.
La incertidumbre nos tiene acogotados. El tener que vivir todo el tiempo en el día a día se nos instaló como desagradable huésped. Tenemos miedo a tener miedo.
Estoy clara en que tengo una ventaja. Yo escribo y los escritores tenemos el recurso de la imaginación. Podemos inventarnos historias, armar ficciones y sumergirnos en ellas. No somos los escritores gente que tiene por fuerza que tener los pies puestos en la tierra. Nosotros podemos crear una realidad paralela y vivir en ella. Supongo que a los músicos y a los artistas les pasa lo mismo.
A estas horas escucho los ruidos de los desvelados. Alguien escucha Edith Piaf. Más arriba alguien ve una película de acción o de guerra. Lo noto porque se escucha balacera. Los gatos de la cuadra están en un pleito que recuerda la secuencia del enfrentamiento en West Side Story.
Si enciendo el televisor seguro caigo en el insomnio. Y dormir por estos días es casi una bendición.
Mañana será otro día. El cielo está extraño. Ojalá que llueva paciencia.
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