Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Un problema de larga data, básicamente para psicólogos y filósofos: ¿existe algo, un proyecto o un estilo vital, que acompaña toda nuestra existencia, que se suele confeccionar en nuestras edades muy tempranas o, por el contrario, nuestra identidad se hace y se rehace mientras ejercemos el oficio de vivir? Pregunta similar podrían hacerse a propósito de la sociedad, como saben, sociólogos e historiadores. ¿Cuando hablamos de épocas de la humanidad, la modernidad verbigracia, nos referimos a rupturas radicales, esenciales, que hacen que un campesino medieval sea otra cosa que el obrero industrial del capitalismo avanzado? ¿O dos jóvenes de hace mil años, como pretende la historia de largos plazos, hablan en el fondo de los mismos problemas, angustias y esperanzas, de unos millennials de hoy?
Aquí vamos a tomar las cosas mucho más modestamente para preguntar qué habrá de ser del venezolano de mañana después de haber atravesado estos años, esta larga noche de piedra. Al fin y al cabo siempre cambiamos, así no sea en esencia. No será igual, a pesar de la misma luna y los mismos árboles. Por lo menos para unas cuantas generaciones.
Yo comenzaría por decir que hemos vivido en carne propia, que es la forma más radical de mutar, que el hombre, el venezolano para el caso, puede llegar a honduras del mal realmente abismales. Que estamos lejos de ese arquetipo popularizado y bastante folklórico del vástago del petróleo, amable, igualitario, alegre, algo irresponsable… en el fondo chévere, aunque fuese poco productivo o cabalmente cívico. No somos suizos, dijo genialmente un politiquero para justificar nuestro desorden y nuestra falta de disciplina. Pero sin duda buenos tipos, generosos y capaces de joder en toda circunstancia. No importaba que muchos pasasen hambre y otros engordaran como cerdos, pero nos tuteábamos y éramos capaces, a despecho de las crueles diferencias, de tomarnos juntos un trago el Día del Padre. Venga, Benigno, siéntese con nosotros un rato que usted también es padre y de los buenos. Once hijos, don Carlos, uno ahijado suyo.
Ahora sabemos, por ejemplo, que tenemos los índices de criminalidad más altos del mundo, lo dice el veraz OVV. O que militares, que otros vecinos han domesticado, siguen aquí ajusticiando menesterosos y protestatarios y usurpando comarcas suculentas del poder y desbancando el erario público: Venezuela es un cuartel, decía el oligarca aquél. Nos han sometido a la mentira y a la calumnia más descaradas y alevosas como manera de ejercer justicia, manejar el discurso oficial, afrontar cualquier movimiento opositor (recientemente Jorge Rodríguez ha debido batir todos los récords del discurso cloacal e inverosímil, tratando de embarrar a Guaidó y a Voluntad popular en corrupción por hechos nimios o que les son ajenos, convertidos en vómitos), ese es el alimento ideológico con que el gobierno trata de drogar al pueblo desde hace ya décadas. Millones de venezolanos caminan por América Latina buscando comida y salud para sí y para los suyos. Hemos visto devastar los salarios y los precios, la salud y la alimentación, los servicios básicos, la producción nacional… Todo lo cual, y mucho más, ha de convencernos de que el país de caribeños amables, sonrientes y solidarios era sociología de botiquín, de oro negro. Ahora vivimos más bien crispados, odiando, ansiosos.
Una amarga visión del país nos acompañará un largo tiempo, con el narcogobierno o sin él. Habermas dijo alguna vez que Alemania era un país que no tenía posibilidad de silenciar su pasado nazi. Algo así nos pasará, en muy menor escala por supuesto. Se me dirá que los alemanes de la república de Angela Merkel parecen haber olvidado las hienas de Hitler, sus abuelos. Sí, el olvido y el tiempo…
Nos alegraremos sin duda del inevitable advenimiento de la libertad, luego vendrán nuevos problemas y brotarán las cicatrices hondas de nuestro lado de sombras, de destrucción, de miedo, de muerte. Ojalá nos hagan más densos, comunitarios y realistas. Ojalá nos permitan encontrar un rostro más adusto y permanente de la dicha social. Será larga la cura.
Lea también: “La coctelera de América Latina“, de Fernando Rodríguez