No hay República sin control del territorio – Elías Pino Iturrieta

No hay República sin control del territorio - Elías Pino Iturrieta
Cortesía: La Gran Aldea

La hegemonía de las guerrillas colombianas en los estados Apure y Táchira, que ha reemplazado el control que ejercía el Ejército y burla la legalidad que formaba parte de las rutinas de unos habitantes que ahora viven a salto de mata, sin la posibilidad de controlar sus movimientos, sus propiedades y sus vidas, evidencia una contramarcha que llega a los extremos del escándalo. ¿Será que frente a un territorio sin alternativas de control puede parecer convincente el “Atlas Físico y Político de la República de Venezuela” que publicó Agustín Codazzi en 1840?

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

El reciente combate sucedido en Apure entre unidades del Ejército venezolano y miembros armados de la guerrilla colombiana, nos pone frente a un problema sobre cuya magnitud no se puede llegar a apreciaciones certeras sin entender lo que ha significado para nuestra sociedad la dominación del territorio. Como nos ha bastado con mirar el papel de los mapas, sin considerar que solo trasmitió durante mucho tiempo una fantasía, sentimos que el espacio físico nos ha pertenecido desde siempre y que apenas nos ha correspondido administrarlo para que sirva de común aposento hasta la actualidad.

Nada más alejado de la realidad, debido a que el asunto nos remonta a una ilusión de república que no pudo existir debido a que carecía de las áreas que debía dominar, debido a que solo se gobernó a duras penas en la capital mientras en la mayoría de las regiones la gente hacia  lo que le venía en gana porque no existían fuerzas respetables que la metieran en cintura. Este combate de Apure, al cual se agregan otras entregas de espacios llevadas a cabo por la “revolución”, reflejan una dejación de proporciones gigantescas, un retroceso sobre cuyas consecuencias tal vez se tenga noción después de pensar sobre lo que se planteará a continuación.

El tema fue tratado por primera vez cuando Venezuela se separó de Colombia. En su Memoria de 1831, el ministro de lo Interior, Antonio Leocadio Guzmán, soltó una afirmación que puede dejar boquiabiertos a los lectores de la actualidad. “El país es un misterio, no sabemos dónde estamos parados”, afirmó. Debido a la falta de unos caminos que no se han mejorado desde el período colonial, las regiones no se comunican entre sí para la atención de sus necesidades económicas, aseguró, y no hay manera de plantearse orientaciones políticas o simples medidas de orden público en esta situación de desgajamiento. La República solo existía en las sesiones de la Cámara y en las reuniones del Consejo de Ministros, por consiguiente. Lo que resolvía el Presidente, lo que opinaban sus consejeros o lo que pensaban los intelectuales sobre problemas fundamentales, difícilmente superaba los límites de Caracas.

¿Cómo saber de los entuertos de Guanare o de Barcelona, por ejemplo, si no existían los conductos que los llevaran hasta la casa de gobierno?, ¿cómo diagnosticar la situación de Guayana, o de Los Andes, sin datos concretos sobre sus urgencias?, ¿cómo perseguir a los bandoleros de Coro, o a los contrabandistas de comarcas aparentemente cercanas a la capital, como La Guaira, sin rutas expeditas y practicables?, ¿cómo evitar erizamientos y alzamientos, sin contar con elementos accesibles para el movimiento de  tropas? Mucho peor, ¿cómo comunicar el pensamiento sobre el naciente estado nacional, sin correos puntuales que lo llevaran a unos destinatarios que, para colmo, eran en su mayoría analfabetas?

Para no llenarlos de datos sobre un territorio sin alternativas de control, puede parecer suficiente ahora, y convincente, el Atlas Físico y Político de la República de Venezuela que publicó Agustín Codazzi en 1840. Colocado el autor ante una topografía descoyuntada, no se conformó con describirla en términos científicos. Para no ser excesivamente escueto, se dedicó a pronosticar su porvenir. Codazzi insistió en anunciar el paisaje que sería, los beneficios materiales que se sacarían de un territorio que clamaba por  pioneros que lo domaran. La imaginación de un espacio como promesa, la apuesta sobre el conjunto de comarcas que eran un rudimento sin hilo, pero que serían un paraíso sin tropiezos cuando la mano del hombre las civilizara y las pusiera a producir riqueza, confirman los valladares que debían superar los políticos y los pensadores que lo habían puesto a escribir su primordial obra cuando debían atender el reto de una república sin los pies en la tierra. Una república que treinta años más tarde Antonio Guzmán Blanco comparó con un cuero seco, y sobre cuyo arduo dominio de los contornos tenemos hoy múltiples testimonios en la esencial investigación sobre el poblamiento en el siglo XIX que debemos a Pedro Cunill Grau, necesaria para millones de lectores a quienes les parece que su parcela y el pasar coherente en el interior de ella han existido desde que nuestro mundo es mundo.

“Este combate de Apure, al cual se agregan otras entregas de espacios llevadas a cabo por la ‘revolución’, reflejan una dejación de proporciones gigantescas”

Pál Rosti, un viajero húngaro de mediados del siglo XIX, consideró que los venezolanos de su tiempo no eran aptos para la convivencia civilizada debido a que no tenían una noción precisa del tiempo, ni de las distancias. Los tenía sin cuidado el movimiento del reloj y no les importaban los trechos que apartaban a las comunidades. Les daba lo mismo, no les interesaba, porque carecían de la disciplina que imponían los almanaques y los trajines para ganarse la vida que era pan de cada día en Europa y en los Estados Unidos.  No estamos ante un comentario superficial, sino frente a una comprobación de nuestro alejamiento de las obligaciones requeridas por el Ejercicio republicano que solo se hará distinto, o existirá de veras, después de la segunda década del siglo XX.

Debido a la mengua del caudillismo, pero especialmente a los recursos provenientes de la explotación del petróleo, las carreteras unificaron el mapa, las comunicaciones modernas acabaron con el país archipiélago y permitieron la administración coherente de la colectividad desde un solo centro político, esto es, la existencia de una República que antes solo se detallaba o se soñaba en la cartografía. Desde entonces se pensó sobre los asuntos colectivos desde una sola brújula para que las ideas se concretaran, para que dejaran su histórico limbo y Venezuela fuera, por fin, un estado liberado de la fragmentación.

Desde al advenimiento del chavismo, el proceso de unificación republicana se ha echado al cesto de la basura. Por influencias ideológicas, por ignorancia supina o por la búsqueda de recursos materiales después de la bancarrota de PDVSA, que ha llevado a tratos oscuros para el reencuentro de un tesoro dilapidado o saqueado a mansalva, la dominación territorial que parecía un aporte firme de la historia, hasta el punto de convertirnos en uno de los países más cohesionados y uniformes de América Latina, ha sido víctima de un retroceso sin paliativos. Casi de un descamino difícil de superar cuando, algún día, se retorne al sendero histórico de la República.

La hegemonía de las guerrillas colombianas en Apure y Táchira, que ha reemplazado el control que ejercía el Ejército y burla la legalidad que formaba parte de las rutinas de unos habitantes que ahora viven a salto de mata, sin la posibilidad de controlar sus movimientos, sus propiedades y sus vidas, evidencia una contramarcha que llega a los extremos del escándalo debido a que se ha llevado a cabo gracias a un plan del oficialismo con la complicidad de las Fuerzas Armadas. Pero a ese voluntario desistimiento se añade la entrega del llamado Arco Minero del Orinoco a una explotación realizada sin método ni rienda, a un expolio cometido por factores desconocidos por la opinión pública a los cuales mueve el motor de una riqueza sin reglas ni pudor, y que reparten sus ingresos con los cogollos “bolivarianos” y con el Ejecutivo que los ha convertido en virreyes con más poder que el detentado por  los funcionarios homónimos durante la época colonial. Tales situaciones han conducido a la sociedad hacia una disgregación susceptible de destruir un patrimonio de esfuerzos y de siglos.

Como la República es una creación temporal, no acaba del todo con sus enemigos cuando se está formando. Los detractores esperan en los rincones del futuro para sofocarla en los sótanos del remedo. Bajo la orientación de  Chávez y ahora según la voluntad de Maduro, la plataforma de su edificio se ha desmantelado. El paraje inhóspito que no tuvo más remedio que rendirse ante los dictados del calendario y ante la voluntad de los hombres, ha impuesto de nuevo su espesura y su aspereza. Los feroces golpes contra la nobleza de una construcción digna de continuidad, pero sometida a la furia de la barbarie y la codicia, remiten a una hecatombe cuya profundidad solo se puede comprender cabalmente si la relacionamos con la paciente expectativa de nuestros antecesores, tan ignorados como el desafío de su legado que ahora agoniza en los albañales de la historia.

No hay República sin control del territorio - Elías Pino Iturrieta
Portada del “Atlas Físico y Político de la República de Venezuela” publicado por Agustín Codazzi en 1840.
Cortesía: La Gran Aldea

 

 

 

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