Publicado en: La Patilla
La evidencia empírica lo confirma: solo aquellas oposiciones que se mantienen unidas, tienen más posibilidades de poner un fin a la dictadura. Casos de diferentes regiones y épocas nos ayudan a corroborar esa afirmación. Por ejemplo, en Filipinas, Salvador Laurel, siendo jefe del mayor partido de oposición, apoyó la candidatura de Corazón Aquino en las elecciones presidenciales que puso un fin a los 21 años en el poder de Ferdinand Marcos en 1985. En Kenia en 2002, los líderes de varios partidos de oposición, acordaron sumarse a la candidatura de Mwai Kibaki, todos bajo la llamada Coalición Nacional del Arco Iris (NARC), que logró convertirse en la primera fuerza opositora en ganar una elección general en más de cuarenta años. La alianza entre los partidos de oposición liderados por Viktor Yushchenko, Oleksandr Moroz y Yulia Tymoshenko en Ucrania contribuyó a la victoria de Yuschenko sobre Leonid Kuchma en las elecciones de 2004. Como podemos observar, en todos estos casos, las coaliciones de oposición fueron fundamentales para lograr un cambio de régimen.
Ahora bien, la unidad opositora supone el interés común de querer iniciar una transición. También hay evidencia suficiente que demuestra que aun cuando pueden existir diversos partidos opositores en regímenes autoritarios, no todos quieren desalojar al dictador. Siempre existirán algunos que deciden cohabitar, con tal de recibir algunos beneficios, por ejemplo, financieros, a los cuales la literatura ha denominado oposición leal; y habrán otros partidos que se dediquen a crecer lentamente para estar listos una vez que colapse la dictadura.
Aun cuando nuestra propia experiencia demuestra que solo unidos somos capaces de avanzar y ganar elecciones, así sea a nivel local, regional o parlamentario, ni los partidos, ni los ciudadanos se sienten cómodos con una alianza opositora. En parte es entendible. No resulta fácil aceptar que los partidos jóvenes, como PJ y VP, deben aliarse con líderes de ‘la vieja política’, como Henry Ramos o Manuel Rosales. Pero la realidad autoritaria y el mismo tamaño de los partidos así lo exigen. Ningún partido opositor por sí mismo puede movilizar más del 10% del electorado. Si no se suman los esfuerzos, recursos, capitales políticos, redes, no será posible iniciar un cambio de régimen y, más importante aún, lograr gobernabilidad el día después. Veamos.
En los últimos días hemos visto nuevamente como la fracción del 16 de Julio y los famosos líderes anti-unidad, María Corina Machado, Diego Arria, Antonio Ledezma, han cuestionado prorrogar la presidencia de Juan Guaidó, apoyándose en un acuerdo hecho en 2015 después de haber ganado la mayoría en la Asamblea Nacional. Cabe destacar nuevamente que ese acuerdo demostró el compromiso de los partidos de mantener la unidad desde el recinto parlamentario, algo que sin duda debemos valorar. Ahora bien, ese acuerdo se hizo en un contexto totalmente diferente: no había crisis humanitaria compleja, no habían huido más de 4,5 millones de venezolanos, el Zulia no se había quedado completamente a oscuras, no se había instalado una ANC inconstitucional y Maduro no había llamado a un proceso electoral ilegitimo. Si bien nunca debemos partir de la base de que todos los acuerdos son flexibles o pueden ser reformados en cualquier situación – de ser así perderían su relevancia – en esta situación particular es necesaria la grandeza de los partidos minoritarios de desistir en su reclamo de presidir la Asamblea Nacional.
¿Por qué? Porque la lucha en Venezuela no es partidista, o al menos no debería serlo. Y esto es algo que la mayoría de los partidos ha entendido, con excepción de Vente y sus aliados. El hecho de que Juan Guaidó, con el apoyo de la mayoría de los partidos, continúe al frente de la Asamblea Nacional, refleja el entendimiento de la complejidad de la política venezolana. Cambiar de presidente del recinto y, con ello, el presidente encargado de la república, sería cometer un error histórico. Después de llevar meses de organización interna, concesos entre los partidos, el amplio apoyo internacional, entre otros, no podemos volver a comenzar desde cero. El líder de la Causa R, Andrés Velásquez, ya hizo un llamado a todos los sectores y explicó que “no nos van a distraer, no nos van a generar dudas […] toda nuestra energía va a estar es enfocada a lo que es el verdadero objetivo que tiene Juan Guaidó.” Cambiar de presidente en este momento sería admitir ante Maduro y el mundo que los intereses cortoplacistas siguen triunfando en Venezuela. Por eso, este gesto de Velásquez es extremadamente importante porque demuestra la voluntad de la Causa R de luchar por el país y no por sus intereses particulares.
Cabe resaltar que, así como los partidos minoritarios apoyan al G4 y al presidente interino Juan Guaidó, estos últimos deberán valorar este compromiso por Venezuela. Sabemos que VP y Juan Guaidó indudablemente han ganado un protagonismo nacional e internacional por el momento en el que nos encontramos. Es por eso que, hoy, tanto Guaidó como VP tienen una responsabilidad enorme ante el país de demostrar que la lucha es por la democracia y no por el poder en sí.
Ni hoy, ni mañana llegaran los marines norteamericanos o cualquier otra fuerza extranjera a rescatarnos. Esta lucha es nuestra y debemos continuar en unidad, porque es lo único que nos ha funcionado a nosotros, y a otras sociedades a liberarse del poder hegemónico de unos pocos.