Publicado en Al Navío
La propuesta del Gobierno venezolano para reestructurar el servicio de la deuda externa está respondiendo hasta ahora no a un plan financiero sino a un plan político para consumo interno. El objetivo es desviar la atención del público de un hecho: Venezuela es el único exportador importante de petróleo en el mundo con problemas para cumplir con los pagos de su deuda.
Por Pedro Benítez
El gobierno de Nicolás Maduro ha perfeccionado la capacidad leninista de presentar como grandes victorias políticas lo que en realidad son monumentales fracasos. Así por ejemplo, no habla de crisis económica sino de “guerra económica” y a la situación de escasez algún ministro la ha denominado como “estado de reorganización productiva”.
Esto es lo que está aconteciendo hoy con el default selectivo de la deuda de Venezuela y la propuesta oficial de reestructurarla.
El país, que hasta hace poco era el séptimo exportador mundial de petróleo y el primer productor y exportador de América Latina, viene de nadar sobre el mayor y más prolongado boom de precios de los hidrocarburos de la historia moderna; sin embargo, durante el mandato del expresidente Hugo Chávez (1999-2013) no sólo no se ahorró un céntimo de esos ingresos (a diferencia de Arabia Saudí o Noruega), sino que además se multiplicó por seis el monto del endeudamiento externo. De paso (para completar el cuadro) buena parte del aparato productivo nacional (privado) fue seriamente mermada, destruyendo así las posibilidades de generar ingresos distintos al oro negro.
En 1998 el 35% de las exportaciones venezolanas eran distintas al petróleo. En 2014 ese índice cayó a 3%.
Hoy Venezuela es el único exportador importante de petróleo en el mundo con problemas para cumplir los pagos programados de su deuda; eso pese al draconiano recorte de importaciones que el gobierno de Nicolás Maduro le ha impuesto a la sociedad venezolana durante cuatro años seguidos para honrar esos compromisos externos. Estos son los hechos.
Se supone que Maduro y sus asesores tienen un plan para reestructurar esa deuda y aliviar la carga sobre las finanzas nacionales, pero si existe hasta ahora eso no se ha hecho público. Lo que sí tienen es un plan para construir un relato favorable a sus intereses políticos.
Esta actitud no es nueva en Latinoamérica, tiene antecedentes durante la llamada crisis de la deuda externa de los años 80 del siglo pasado. Los presidentes de México, José López Portillo (1976-1982), y de Perú, Alán García (en su primer gobierno, 1985-1990), usaron las dificultades de esos dos países con el servicio de la deuda como un tema de agitación política. Una forma de distraer la atención del verdadero origen del problema.
Sin embargo, la crisis de la deuda latinoamericana se convirtió en un problema político regional muy serio, aunque la solución no se encontró al culpar a los países desarrollados y a las instituciones financieras internacionales (que un grado de responsabilidad tenían). Por esa época, el presidente del Consejo de Estado de Cuba, Fidel Castro, también intentó hacer política del tema, aunque su país no era parte del problema.
Luego de tres décadas, la deuda externa no es para Latinoamérica un problema de las magnitudes de aquella época. El único país que lo seguía arrastrando como una dificultad seria a inicios del siglo XXI era Argentina; pero el resto hizo un uso fiscal muy prudente de los años del auge de las materias primas para mejorar la relación PIB/deuda. Con una notable excepción: Venezuela.
El problema no son los precios del petróleo
De modo que en esta cuestión Maduro se queda solo en una región donde hasta los gobiernos aliados de Nicaragua y Bolivia intentan mantener las mejores relaciones con el capitalismo internacional. Su retórica, que suena fuera de época, es para el consumo interno. Además, es notable la disposición que ha tenido desde que llegó al poder en 2013 de cancelar religiosamente y por encima de cualquier otra consideración sus compromisos de deuda.
Así las cosas, en Caracas se presume que los gobiernos de China y Rusia son (o pueden ser) parte de un plan para reestructurar la deuda externa nacional. No obstante, lo que esas dos potencias han hecho por Maduro es darle respaldo diplomático (con lo que dan la sensación de que no está ni tan solo, ni tan aislado) y reprogramar los respectivos pagos por los compromisos de Venezuela con ellos. Lo que algún alivio temporal les brinda a las finanzas nacionales. Ya se hizo con China y la semana pasada con los 3.150 millones de dólares de Rusia, como lo informó el ministro venezolano de Economía y Finanzas, Simón Zerpa, y el vicepresidente del área económica, Wilmar Castro Soteldo.
Un alivio, pero nada más, porque ni Pekín ni Moscú le han extendido más créditos en divisas fuertes a Caracas ni a la estatal Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), precisamente lo que Nicolás Maduro necesita con urgencia.
Los rumores de impagos y retrasos parecen indicar una sola cosa: el Gobierno central venezolano y PDVSA se están quedando sin divisas fuertes. No es que no quieren pagar (Maduro ha demostrado todo lo contrario), es que no pueden.
La clave no reside, como se repite dentro y fuera de Venezuela con mucha frecuencia, en la caída de los precios del petróleo (el precio del barril venezolano casi se ha duplicado desde 2015) sino en el colapso progresivo de la producción petrolera nacional combinado con un régimen económicamente depredador.
Así que la pregunta en este punto es: ¿Puede Maduro lidiar con los problemas de la deuda venezolana sin negociar con Estados Unidos y la Unión Europea? ¿Puede no negociar con el Fondo Monetario Internacional (FMI)?