Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
Se cumplió, el pasado 25 de abril, un año de la lamentable y triste partida de Miguel Rodríguez Mendoza. Sé que la Cámara de Integración Colombo Venezolana (CAVECOL) le prepara un homenaje, en el cual le van a entregar de manera póstuma, el Premio Sebastián Alegrett, que concede esa cámara a las personas que, como Miguel, han aportado y contribuido de manera significativa con la integración binacional; de allí la motivación de dedicar a su memoria estas líneas, pues no podía dejar pasar este aniversario de su fallecimiento para refrescar lo que, en su momento, escribí sobre Miguel y que envié a sus hijos y esposa.
Conocí a Miguel en la Universidad Central de Venezuela, a finales de los años 60 y principios de los 70, donde él, en esa época, estudiaba Derecho y yo Psicología. Compartimos amigos, pasillos de la Facultad de Derecho, cafetines, quioscos de libros −en los que buscábamos los mismos autores− y vicisitudes políticas, entre ellas el allanamiento y posterior cierre de la UCV por casi un año.
Por poco tiempo, años más tarde, fuimos compañeros de trabajo en el Instituto de Comercio Exterior (ICE), a finales de los años 70 y principios de los 80, hasta que yo me fui a estudiar en el exterior y él se fue del ICE, siguiendo el rumbo del comercio, los organismos y las negociaciones internacionales, que marcaron su ruta y vida y la de muchos de los que tuvimos la suerte de cruzarnos en su camino.
Nos reencontramos nuevamente a principios de los años 90, cuando le encargaron la tarea de lograr el acceso de Venezuela al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), hoy Organización Mundial del Comercio, OMC, en donde fue años más tarde Director General Adjunto. Me invitó a que participara en esa tarea del acceso al GATT, lo hice gustosamente, no solo porque era el GATT, sino porque lo dirigía Miguel, que con su carisma y su capacidad, seguramente sería un éxito, como en efecto lo fue. La negociación de acceso de Venezuela al GATT fue una negociación eficiente, rápida −menos de un año−, brillante, como todas las negociaciones en las que se involucraba Miguel. Yo participe como representante de la empresa privada, donde yo me desempeñaba en ese momento y en donde permanecí siempre. Asistí a reuniones y tuve el privilegio de opinar sobre los temas en los que yo estaba profesionalmente involucrado, en las respuestas que se preparaban para responder al panel del GATT que evaluaba el ingreso de Venezuela. Acompañé a la delegación venezolana en casi todas las reuniones en Ginebra, en donde se llevó a cabo la negociación, en representación de la Cámara de Comercio e Industria de Caracas.
Con la empresa en la que yo trabajaba en esa época, Espiñeira Sheldon y Asoc. (Price Waterhouse), apoyamos la negociación, aun antes de que se iniciara, organizando seminarios internacionales en Caracas y −una vez iniciadas las negociaciones− en Puerto Ordaz, por sugerencia del propio Miguel, pues esa ciudad era la sede de gran cantidad de empresas del Estado −e importantes siderúrgicas privadas− que en ese momento exportaban y que seguramente se verían impactadas por las negociaciones de comercio internacional, las del ingreso al GATT y otras en las que él se estaba involucrando: el relanzamiento del Grupo Andino, la negociación del Grupo de los Tres (México, Colombia y Venezuela) y otras.
Finalizada la negociación de acceso al GATT y una vez que lo nombraron presidente del ICE me pidió que me mantuviera cerca y lo hice a través de dos tareas específicas; en una de ellas tuve el honor de que me designara su representante personal en las negociaciones sobre el acuerdo automotriz en el Grupo Andino, designación que sorprendió a muchos, pues como dije, yo trabajaba en la empresa privada. Pero, ese era el estilo negociador de Miguel, quien decía: “…que mejor, para darle confianza al sector privado, que sea un asesor venido de ese mundo, el que me represente en esas negociaciones”. La otra tarea, fue mi último trabajo para el ICE que él presidió y fue participar con varios de sus funcionarios en la redacción del Reglamento sobre Regímenes Aduaneros Suspensivos, reglamento que concluimos, fue publicado en Gaceta Oficial y a pesar de que no se aplique, sigue vigente hoy en día.
Ya fuera del gobierno, su carrera lo llevó de nuevo a la OMC, como Director General Adjunto, como ya mencioné, y yo continúe en la actividad privada. Solo una vez más, en Margarita, lo vi en persona, cuando nos invitó a celebrar con él su 60 aniversario, el 29 de marzo de 2008; allí conocí a Josefina, su última compañera. Pero, aunque no lo vi más en persona, de vez en cuando recibía sus mensajes, incluso llamadas telefónicas, opinando y preguntando mi opinión sobre la situación del país −que nunca dejó de preocuparle y de la que nunca dejo de estar pendiente− a sabiendas que yo estaba involucrado en algunas actividades políticas.
Miguel fue un hombre útil a su país, al que ayudó a engrandecer, a ponerlo en la esfera mundial; Miguel fue la clase de funcionario público con imaginación, que trabajaba sin descanso y entrega, que reunía gente a su alrededor, a la que consultaba y tomaba en cuenta, que contribuyó a construir un país moderno, al que conectó a las principales corrientes del comercio internacional, el país que tuvimos hasta 1999, cuando comenzó este proceso de destrucción que no ha cesado, el de hoy es un país muy distinto al que forjaron hombres como Miguel Rodríguez Mendoza.
Como amigo, Miguel ofrecía esa amistad que deja huella; de esos amigos que sabes que están allí, aunque haya muchos kilómetros de por medio y sabes de su cariño sincero, sin ningún tipo de afectación y protocolo. Me sorprendió su fallecimiento y me entristeció mucho saber de su delicada salud en los últimos años de vida.
Al recordarlo hoy, por este merecido homenaje que se le rendirá en CAVECOL el próximo 29 de junio, no queda sino recordar al amigo, que dejó una huella profunda en sus hijos y en todos los que lo conocimos. En alguna parte, en el futuro, nos volveremos a encontrar.