Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
La mala fe, según ilustres moralistas, consiste en la paradójica figura de mentirse a sí mismo, a la vez que se engaña al otro. Hablar de cosas tan ambiguas que permitan una suerte de autoengaño que nos libera o aligera de culpas, de responsabilidad. Es posible que ella forme parte cuantiosa de nuestras decisiones y acciones políticas (ordené la violencia por la paz de la república y no por mi regodeo en la crueldad como ejercicio de autoridad). Y a lo mejor es un buen instrumento analítico para entender situaciones complejas porque alguna dosis de ello hay en nuestras bajas actuaciones.
Pero hay discursos o ejecuciones que son tan diáfanos que no pueden sino provenir y evidenciar la sórdida y torcida, depravada, voluntad del sujeto moral. Suelen exhibir esa desvergonzada inmoralidad del emisor y pueden ser desmontadas con mínimos esfuerzos racionales. Su descarada evidencia puede provenir de la pobreza intelectual de los emisores, y la esperanza de calar al menos en los sectores más atrasados. O, de lo más curioso, puede ser un utensilio pertinente –digo lo que me viene en gana, hasta lo más sórdido e incoherente– porque evidencia poder y eso refuerza los fines despóticos, la obediencia, la sumisión inducida. O, y es lo que más nos interesa ahora, se utilizan con fines contrarios a los que aparentan perseguir. Soy grotescamente maula para que los dominados abandonen los caminos justos y probos en los que nos pudiesen realmente golpear. El diálogo o el voto verbigracia. Y el largo plazo y la historia.
Esta vez le tocó de nuevo el desairado papel a Jorge Rodríguez, que suele hacerlo con frecuencia, goce y oficio. Resulta que el mundo, como dicen, es muy pequeño y acontecimientos tan disimiles como que mataran al presidente de Haití; que el Koki se enfureciera porque le maltrataron a un compañero de El Valle y le diera por echar plomo a diestra y siniestra –cosa que ha hecho ya unas cuantas veces–; un atentado contra Maduro, suceso más bien habitual y banal; y fraguar un golpe de Estado contra el constitucionalmente impoluto régimen en el poder, situación permanente desde hace más de dos décadas… todo ello está perfectamente ligado, una unidad cuyas partes están insólitamente combinadas y remiten a Voluntad Popular y, en última instancia, al presidente de Colombia Iván Duque, Ya ha sido detenido, en consecuencia, Freddy Guevara, alto dirigente de VP que había sido indultado no ha mucho a pesar de las acusaciones de las más terribles intenciones contra la integridad y la paz de la patria, que ahora se repiten. También hacia otros cuatro militantes con nombres y apellidos y siga sumando. Se amenazó en su casa al propio presidente Guaidó con armas largas. Y se lanzaron mediáticamente todo tipo de infundios y dislates.
Es necesario no dejar de señalar que este espectáculo surrealista (cuya estética tiene como una de sus premisas mayores unir las cosas más dispares) ocurrió mientras una comisión de la Unión Europea calibra las condiciones de su eventual participación en las elecciones regionales de noviembre, lo que implica que deben ser prístinas y puras. Supongo que habrán tomado buena nota de la actitud de los malandrines con que tendrían que luchar para no contagiarse con los peores efluvios. ¡Qué pena con esos señores!
Por supuesto que todos esos embustes tendrán poca vida y por repetidos y grotescos no serán sino efímero alimento para los medios, de aquí y de afuera, Pero no todo es circo barato, algunos jóvenes venezolanos, los citados y seguramente otros que serán parte de la cacería, pagarán caro, en la cárcel, la tortura y el paredón el miserable operativo. Pero ojalá que la dignísima y valerosa actuación de Guevara y el ya proverbial coraje de Guaidó rindan inesperados frutos en un país inmovilizado por la miseria y por la búsqueda de la supervivencia, pero también por el temor y la apatía apolítica. Y ojalá los “políticos” no sigan concediendo acríticamente lo que su supuesta astucia les recomienda, que sepan sopesar las verdaderas intenciones de los pranes de la política, que no volteen el tablero como provoca sin sopesar lo que está en juego, ni tampoco se la pasen de resabidos y terminemos doblemente humillados.
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