Publicado en: El Nacional
Por: Jacobo Dib
Nos das esos bonitos colores brillantes/ Nos das los verdes de los veranos/ Te hace pensar que todo el mundo es un día soleado/ Kodachrome. Paul Simon. 1973
Admirador desde siempre de Carl Sagan, no pude sino maravillarme cuando en 1990, desde el Jet Propulsion Laboratory de la NASA, se dio la orden a la sonda Voyager 1, ya en los confines de nuestro sistema solar, de girar su cámara hacia la tierra y tomar una foto de aquel punto azul pálido casi invisible que era nuestro planeta. Todos fuimos testigos de lo pequeños e insignificantes que somos. Aquella instantánea sugerida por el científico y divulgador se convertía así también en un llamado a la humildad.
Desde 1999, con sus altas y sus bajas en la detentación del poder absoluto, Venezuela ha estado continuamente sometida al chavismo. Sin embargo, nunca se resignó ni dejó de tener resistencia aunque liderada por una oposición que, en su mayoría, solo nos ha demostrado torpeza con el pasar de los años.
La insatisfacción de la población por quienes nos gobiernan tuvo su cenit en aquel annus horribilis de 2017. Desde entonces, resignados, parece que hemos aceptado nuestra realidad. Solo en términos migratorios, en el contexto de un país oficialmente en paz, protagonizamos la mayor oleada migratoria en la historia de América Latina, a niveles comparables a países que han vivido guerras terribles como Irak, Afganistán o Siria.
Mientras tanto, ¿qué ha hecho al respecto el mundo civilizado? Nuestros vecinos, casi todos, como Colombia, nos tienden la mano. Mantienen una actitud que, junto a los organismos internacionales de ayuda humanitaria liderados por la ONU, han aliviado la pena y el dolor del éxodo venezolano. Sin embargo, la mayoría de las naciones del primer mundo se limita a declarar y vociferar que no está de acuerdo con lo que aquí sucede. Las noticias, con una documentación fotográfica pertinente, pueden decir mucho de una situación. Aun cuando hay suficiente registro detallado dentro y fuera de Venezuela de compatriotas sobrellevando dificultades pareciera no causar asombro.
En días recientes, visitando a mi hija (también migrante) en Madrid, tuve la oportunidad de disfrutar la obra del fotógrafo Steve McCurry. Lo que ha plasmado en sus imágenes a lo largo de décadas de trabajo es desgarrador. Su Mona Lisa, aquella niña afgana icono de un campo de refugiados en Pakistán, con unos ojos tan bellos como tristes, conmovió al mundo entero en una portada de National Geographic en 1985. Sharbat Gula, de la etnia pashtún, entonces tenía 12 años de edad.
Casi todas sus fotografías están dedicadas a inmortalizar la pobreza, el sufrimiento diario de personas que, en guerra o no, padecen escasez y que, muchos, en palabras del propio McCurry, son generosos, agradecidos y solidarios con familiares y amigos. La muestra, con contadas excepciones, se ubica en países que él ha visitado innumerables veces: India (incluyendo la región de Cachemira), Pakistán, Irak, Sri Lanka… no vi ninguna que retratara la realidad y el dolor en Venezuela.
Me sentí, al final de aquella fabulosa exposición, cómo nos hizo sentir la fotografía de la tierra en 1990, insignificante. ¿Cómo es qué, con tanto dolor y sufrimiento venezolano, aquella exposición que recogía el dolor de la humanidad en las últimas cuatro décadas, no mostrara una sola fotografía que reflejara la miseria de nuestro pueblo?
Una instantánea, del Voyager 1 o de McCurry, ¡puede decir tanto! Pero hay que tomarla. En 1962 Héctor Rondón Lovera, con una imagen en la que un sacerdote sostenía a un combatiente herido, plasmaba aquella época de sublevaciones en contra de una naciente democracia. Al año siguiente le merecería el premio Pulitzer a mejor fotografía. Venezuela sigue esperando su foto actualizada. Que se exponga, que se difunda y que enseñe nuestro dolor en pleno siglo XXI.