Por: Jean Maninat
Como si no tuviésemos suficientes problemas en el país, el sector cabeza caliente de la oposición se ha abrazado a un nuevo amuleto para conjurar la tragedia que vive Venezuela: una intervención extranjera. Se puede entender que un ciudadano de a pie, desprovisto de los instrumentos básicos para navegar el complicado espacio de las relaciones internacionales, y adicto a las teleseries, pueda suponer que una ingerencia de fuerzas externas sería no solo necesaria sino también positiva. Pero que gente informada, -preparada, se decía antes-, recurra a semejante despropósito político es prueba de lo mal que estamos.
Hay que reconocer que el niño es llorón y la madre que lo pellizca, y el entusiasmo creció gracias a las declaraciones destempladas de altos funcionarios de uno que otro gobierno, que luego tuvieron que recoger velas a toda carrera. Era más que obvio que ninguna instancia intergubernamental iba a apoyar una intervención armada extranjera por más nobles que fueran sus intenciones. Las señales enviadas desde la Unión Europea fueron contundentes: sus principales socios reconocían a Guaidó como presidente encargado al tiempo que abogaban por una salida pacifica y democrática entre venezolanos.
De manera tal que a nadie debe sorprender -y menos alterar- que la reciente reunión del Grupo de Lima, en Bogotá, reiterase que debían ser los venezolanos quienes condujeran la transición democrática en “el marco de la Constitución y el derecho internacional, apoyada por medios políticos y diplomáticos, sin uso de fuerza”. Así, el Grupo de Lima y la Unión Europea han descartado cualquier intervención militar foránea en Venezuela. Quien siga evocándola comete un acto infantil de irresponsabilidad política que solo favorece al cada día más aislado régimen. (Afortunadamente, los principales voceros de esa posición han perdido peso ante la opinión internacional lo cual merma su capacidad de rayar a la oposición democrática con sus posturas).
Nadie más interesado que el régimen en situar la crisis venezolana en el tablero bipolar -¿tripolar?-, le viene bien al roñoso argumento de la revolución injustamente asediada por los poderosos del mundo. La presión democrática interna y externa ha sido el más eficaz instrumento de lucha para recuperar la democracia. Los triunfos obtenidos -en el caso venezolano- han sido todos en ese ámbito.
El país opositor haría un muy mal negocio en rendirse a la espera de que desde afuera le resuelvan el problema. Entre traspiés, la oposición ha recuperado fuelle y debería seguir insistiendo en una salida pacifica, democrática y electoral. Esa es su mayor fortaleza. De lo contrario se irá aislando internacionalmente y perderá la relevancia recuperada.
Las ficciones bélicas son muy atrayentes en la sala de cine o en la pantalla del televisor, comiendo cotufas embrujados mientras zumban los proyectiles o un equipo de fornidos Seals realiza una operación quirúrgica para eliminar un objetivo. Al fin y al cabo las películas siempre terminan y nos podemos ir a dormir en la santa paz de nuestros hogares. Pero en la vida real…
Afortunadamente todo parece indicar que Mambrú no va a la guerra.
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