Venezuela es un país de periqueras fugaces. Y de bochinche, diría Miranda. Pero quienes tienen que hablar de asuntos cruciales, esos callan. Mudos, como jirafas. Acaso sintiendo que desde su altura no tienen que rebajarse a mirar a los de abajo, los ciudadanos, a quienes quizás suponen seres inferiores que no están a su altura y tal vez linaje.
Hablan “expertos”, que pontifican y están persuadidos que sus certificados académicos son como suerte de títulos nobiliarios. Debaten entre ellos en tono altivo, usando un lenguaje de tertulia de palacio. Desfilan por los programas de radio, televisión y redes, dictando cátedra.
Casilda no entiende nada. Pero presiente. Y sabe. Casilda tiene sabiduría de calle. La vida de Casilda es de riesgo permanente. De angustia. Porque su agenda es la supervivencia de hoy. Ella no tiene ni la menor idea quiénes son esos señorones del nuevo CNE. Pero sospecha que su silencio grita que ella, los suyos y los que se parecen a ella no importan. Son público de galería, en la más lejana de las gradas.
De vez en cuando Casilda oye la radio o vela televisión. Los poquitos megas que tiene en el celular los guarda para cuando le avisen de asuntos importantes. La electricidad, el agua, el gas o si va a llegar el clap. No hay novedad sobre las vacunas. Pero vio que llegó un actor muy gordo a pasillanearse y hubo una ridiculez de unas espadas. Ah, también se enteró que llegó un tal Zapatero. Y el tal Correa, ese que fue presi en Ecuador. Y eso, ¿para qué sirve?
Casilda camina entre periqueras. Y se prepara. Otra vez vendrán con las monsergas de siempre. Ella tiene muy claro que este país es de los de arriba, dueños de todo, de las decisiones y también de los silencios. Los de abajo quedan como burros amarrados en la puerta de un baile.
En fin. A ver si consigue algo para hacer que rinda un sancocho. Que tiene que alcanzar para varios días.
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