Por: Jean Maninat
La prédica radical está de capa caída, sus argumentos ya poco convencen cuando hasta hace poco se colaban por los entresijos del discurso opositor atemorizado por el qué dirán los ruidosos de la primera fila. Las poses grandilocuentes que lo acompañaban, el índice acusador y el tono regañón que eran la marca registrada de la casa hoy resultan fastidiosos, algo démodé, como una publicidad de brillantina Palmolive en la radio.
En su fase inicial las premisas radicales se sustentaban en valoraciones fisiológicas: la ausencia de testículos en los líderes opositores que por una alteración providencial de la naturaleza, le sobraban a una mujer. Así, midiendo la capacidad de producir testosterona de los dirigentes de los partidos sentados en la fenecida MUD, se valoraba la pertinencia de su conducción política. A la búsqueda del cuatriboliao perdido pudo haber sido la novela que retratara la imaginería radical de entonces.
Luego vino el turno del selfie-testimonio de mi lucha, la carrera loca por ver quién se retrataba con un mayor número de convocados por La Salida a salir ya del gobierno. Fotos sonrientes con jóvenes, niños, ancianos, saludando al porvenir desde los bastiones de la clase media, ya no tardamos, recuerden somos nosotros, no se olviden de estas caras, parecen decir, antes de montarse raudos en sus motos tripuladas a ver quién llega primero a la próxima concentración.
Y cómo olvidar los tiempos del gran happening patriótico, de esas miradas perdidas, el rostro transfigurado, mientras se ondean banderas patrias desde las tarimas y como respondiendo a un metrónomo interior cada cierto tiempo se llevan la mano extendida al corazón y sonríen con ternura: vean cuánto los quiero. Yo soy ustedes, mis criaturas. Don´t cry for me Venezuela suena en el fondo.
Y montados en nuestro auto DeLorean DMC-12 transgresor del tiempo regresamos a la actualidad y constatamos que las muecas, gesticulaciones y pucheros siguen allí, la argumentación tóxica sigue engatillada, solo que luce ajada, cuarteada de tanto repetirse a sí misma sin capacidad alguna para producir un cambio. De golpe, se quedaron sin reflectores, mientras el discurso sigue incansable pero son cada vez menos los oídos atentos a su contenido. Hay otros actores que ocupan la escena.
Pero no crean que se dan por vencidos, no, no, no señores y señoras. Están hechos de la misma materia de Bruce Willis, son de grafeno y reaparecen siempre como nuevos en la próxima película. Su aparición más reciente ha sido en la taquillera comedia Bring me the head of Bachelet con banda sonora de Miguel Bosé. Y como producto de su actual ánimo bélico y buscapleitos ya se anuncia la superproducción Los cañones del TIAR con los mismos actores y guionistas.
(Siempre habrá sectores radicales, son parte de la escenografía política, la condimentan con sus chifladuras, hasta que toman el poder y ponen sus diabluras en marcha. Basta con voltear hacia México).
El país está fatigado, harto del exhibicionismo verbal. Afortunadamente -quisiéramos pecar aquí de ingenuos- el pensamiento de centro que siempre primó en Venezuela, parece regresar como opción para salir democráticamente de la nomenclatura gobernante que todo lo destruye. Es solo una percepción, pero nos tinca, como dicen en Chile. Mientras, seguiremos -algo divertidos, vamos a confesarlo- expectantes por conocer qué sorpresa nos tienen preparada nuestros entretenidos radicales.
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