Por: Jean Maninat
¿Qué sería de Jean Valjean, hoy en día entre nosotros? ¿A qué improperios hubiese sido sometido por aceptar su ulterior liberación de una condena desmedida por causa del robo hambriento de un mendrugo de pan? ¿O Mandela aceptando su libertad de manos del régimen racista que lo condenó? ¿Serían nuestras togas radicales opositoras -en permanente libertad neurocional- capaces de perdonar sus ansias de libertad? ¿Y si la entrañable campaña de navidad sin presos políticos de los comunistas venezolanos en los años sesenta hubiese producido un brote de camaradas saliendo de la cárcel musitando La Internacional entre dientes? Preso es preso y su apellido es… Pero solo la libertad lo redime, y sus cercanos lo agradecen.
El reciente decreto de indulto -engañifa del régimen, o como lo queramos llamar- de un número significativo de presos políticos, lejos de afilar el sentido político de un sector de la oposición, lo puso en modo hectic, disparando a lo que se mueva con su pistola de agua mojada, y denunciándolo como una maniobra, una componenda para conducirnos como borregos a votar el 6-D.
Lejos de preguntarse, ahondar sobre qué estará sucediendo para que lo que denominan una cruenta dictadura esté liberando presos políticos a granel, aún siendo omnipotente gracias a los cubanos y a pesar de nosotros los venezolanos. ¿Qué podría haber detrás? Ah, pero la inmensa capacidad de cobijarse bajo el síndrome de Miraflores, no permite hurgar una respuesta.
El Twitter malicioso dispara terribles sospechas sobre la alegría de los liberados y sus familias: no deberían haber salido de esa manera de sus encierros, la cárcel enaltece la lucha, los prefiero presos que libres gracias al usurpador, para atrás ni para abandonar calabozos, aceptar la medida es reconocer al régimen, y otros ingenios similares retozan en las redes sociales. Y no sorprende, son autopistas para la catarsis social de la iracundia y el libre tránsito de la necedad.
Lo que sí no deja de sorprender es la ausencia de respuesta política de una parte de la dirigencia opositora, absorta en el ombligo de su fracaso. Ya vendrán los detalles de la negociación, conversa, intercambio de opiniones, o como gusten llamarlo sus ejecutantes, que permitió la libertad de tantas personas injustamente detenidas y que abre un nuevo capítulo en el esfuerzo por recuperar la democracia en Venezuela. Veremos si marca el retorno de la política.
(Quedan, eso sí, para la pequeña historia de nuestro drama, el bochornoso desdén con el cual fue tratada quien presumía de ser la adelantada de una coalición internacional para la Operación de Paz y Estabilización, hoy bajo sospecha de sufrir los desvaríos del realismo mágico, of all things; y el desternillante argumento del aguerrido dirigente político que se niega a dejar su asilo diplomático -para desmayo del anfitrión y su familia- y asumir su “puesto de lucha” en la calle pues sería darle el gusto al Gobierno).
Ojalá y el Gobierno nos siga manipulando de esa manera hasta que no quede un solo preso político en el país para alegría de ellos y sus familiares y ofuscación de los miserables.
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