El petróleo para los venezolanos significó desarrollo, la apertura hacia valores esenciales de la democracia, y nos incorporó al club de los países ricos de Occidente. Quizá un inesperado milagro de san Petróleo, patrono tutelar de los venezolanos dulcifique el panorama actual. Los ojos del progreso nos vuelven a mirar, y aunque el grado de destrucción de la industria petrolera no conduce a pensar que Venezuela se vuelva socio y palanca en el corto plazo; pero las riquezas del subsuelo están allí. La oportunidad también. ¿El régimen tomará el tren que les ofrece boletos de primera clase?
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Pese a que ha significado la salvación de la sociedad desde los inicios del siglo XX, el petróleo ha sido uno de los elementos más denostados de nuestra historia. Que si cortó las raíces de la tradición; que si acabó con las santas labores de la agricultura; que si nos hizo menos criollos y más gringos; que si apisonó el camino de las dictaduras mientras se interpuso ante los empeños de la democracia; que si nos cambió la austeridad por la frivolidad; que si nos convirtió en colonia del imperio yanqui mientras dejábamos de ser lo que fuimos, unos laboriosos y honrados trabajadores… son algunos de los apóstrofes contra la influencia de los hidrocarburos desde cuando cambiaron el rumbo de la colectividad. En realidad el petróleo significó lo contrario desde el momento de su aparición, porque nos incorporó al club de los países ricos de Occidente con las inmensas ventajas que el hecho significó en áreas como la salud, la educación pública, la alimentación, la seguridad ciudadana, la información, las comunicaciones, el cosmopolitismo y la apertura hacia valores esenciales de la democracia y el republicanismo; que esperaban el turno de su florecimiento desde los principios del siglo XIX. Que hoy vuelva a sacarnos del atolladero solo sería un nuevo favor por el cual deberíamos agradecer postrados ante su altar.
Menos mal que los gobiernos del pasado reciente lo supieron sembrar oportunamente, hasta hacer que sus beneficios persistieran pese al empeño del chavismo en volverlos marginales y remotos, exiguos y ridículos. La fábrica material y las obras de convivencia social llevadas a cabo por los administradores de la riqueza colectiva fueron tan efectivas, tan colocadas en plataforma sólida durante cincuenta años, que el empeño asolador de la “revolución” no ha logrado el cometido de convertirlas solo en añoranza de tiempos fundamentales. Unos tiempos que se deben mirar con cuidado, desde luego, porque también nos hicieron más opulentos y fatuos de lo deseado, más soberbios y extralimitados, más pagados de nosotros mismos. Menos mal que la guadaña desoladora del “bolivarianismo” nos ha bajado los humos en relación con lo que somos de veras y sobre nuestro rol frente al vecindario latinoamericano, hasta el punto de sentir por fin la barrera de nuestras limitaciones y la necesidad de superarlas en la búsqueda de la realidad que merecemos como pueblo. Tal reforma de hábitos y sensibilidades también se la debemos al petróleo, o más bien a cómo su falta o su destrucción nos han dotado del comedimiento que necesitaremos mañana para levantar cabeza.
“Que hoy [san Petróleo] vuelva a sacarnos del atolladero solo sería un nuevo favor por el cual deberíamos agradecer postrados ante su altar”
Un comedimiento que debe también considerar la faena petrolera como producto de una necesidad internacional. El subsuelo no se hace portador de promesas halagüeñas por el acierto de unos administradores aldeanos y miopes que de pronto se hacen multinacionales y telescópicos, sino por la imposición de necesidades exteriores. La persecución de la riqueza es foránea y solo se hace comarcal poco a poco, cuando camina según su compás para moverse con mayor autonomía cuando la experiencia lo permite. Pero siempre funciona relativamente; es decir, partiendo de lo que demandan las colectividades extranjeras que las procuran. Debe mirar hacia extramuros necesariamente, no solo porque sus vicisitudes pueden producir aprietos y bonanzas debido a una dinámica que no se puede moderar desde nuestra latitud, sino también porque los poderes de fuera no siempre son tan avasalladores como parecen. Puede suceder que se vuelvan menesterosos en casos excepcionales, y que un pueblo expulsado de sus mejores tiempos y de la plata que acumuló en su transcurso se convierta en socio y en palanca.
El grado de destrucción de la industria petrolera no conduce a pensar que Venezuela se vuelva socio y palanca en el panorama de beligerancias y acomodos que hoy se experimenta en el planeta. Pensar no solo que los demoledores chavistas se hagan arquitectos del edificio que devastaron, sino también que cambien su idea del mundo por otra más orientada a la convivencia y a las aperturas de la mente, parece empresa irrealizable. O poco probable. O solo susceptible de concretarse a largo plazo. Pero no pueden ser tan idiotas para perder el tren que les ofrece boletos de primera clase, y que probablemente no regrese pronto al andén. Tampoco la sociedad que los ha soportado con bíblica paciencia puede darse el lujo de continuar en la contemplación de sus horrores y en su conformidad ante una ineficacia oficial que clama al cielo.
Aunque poco a poco, y ya que hablamos del cielo, quizá un inesperado milagro de san Petróleo, patrono tutelar de los venezolanos, aclare y dulcifique el panorama. Junto con peticiones a José Gregorio Hernández porque la recuperación de la industria petrolera se puede calcular en calendas griegas, pero la sobrevivencia de la democracia no puede esperar tanto.