Gracias al suceso del 23 de enero se consolidaron las reputaciones políticas cuyo origen provenía de 1945, que entonces encontraron camino abierto para el control del Estado y para el triunfo de sus aspiraciones. Por su parte, la victoria del pasado 19 de enero en Barinas representa la alternativa de una novedad que ofrece oxígeno a sectores de la oposición que hoy se la ven negras para encontrar auditorios y fomentar entusiasmos. Lo de 1958 fue obra de un elenco reducido de protagonistas, mientras lo de Barinas 2022 fue exactamente lo contrario. ¿El ejemplo de los barineses puede aleccionar al resto de la sociedad venezolana?
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
El título anuncia un batiburrillo, las ganas de mezclar asuntos que no guardan vínculos inmediatos, ni razonables, pero quizá se pueda sentir que hay un análisis que los reúne. Veremos si es así. Como justo ahora estamos conmemorando un nuevo aniversario de la caída de Marcos Pérez Jiménez, la simultaneidad de la memoria de un hecho histórico con los resultados de otro, caliente, objetivo y cercano, facilita la licencia de meterlos durante un rato dentro del mismo saco.
Empecemos por el 23 de enero de 1958, efeméride de turno, debido a que, pese a lo que se ha repetido sobre su espíritu unitario contra las fuerzas del mal, fue todo lo contrario a la apoteosis barinesa. La cacareada unión de la sociedad contra la dictadura de Pérez Jiménez fue un invento de los políticos de entonces, de una publicidad cada vez más necesaria para la reunión de las fuerzas descoyuntadas hasta la fecha; porque, en realidad, fueron pocos los valientes que metieron la carne en el asador para deshacerse de Tarugo, y todo fue más militar que cívico en la memorable jornada. La gente se echó a la calle y se atrevió a tomar las guaridas de la Seguridad Nacional y a otros desahogos postineros después de que el mandado estaba hecho por el grupo reducido de políticos que militaba en la resistencia, y también luego de que los oficiales de las Fuerzas Armadas le mostraran los colmillos al dictador y lo obligaran a escapar en vuelo urgente.
“Cuando la apreciemos como merece [la gesta barinesa], sin necesidad de ponerla a competir con otros sucesos, sirva de aliciente en las luchas que se deben hacer en el futuro para la restauración de una República derrumbada”
Fue distinto en Barinas, ya que nos estamos atreviendo con el cotejo. La derrota de la dinastía “revolucionaria” fue el resultado de un desafío asumido por una reunión de partidos políticos que tenían clara la estatura de la proeza, y por una sociedad que se hizo cada vez más fuerte gracias a la dirección de una vanguardia pragmática y a que ya no soportaba la mediocridad y la rapacidad que habían reinado desde el pueblerino ascenso de la sagrada familia roja-rojita. Lo de 1958 fue obra de un elenco reducido de protagonistas, que la publicidad cambió en multitud enardecida y concienciada para que la historia se ufanara de una obra colectiva que no existió. Lo de la Barinas de 2022 fue exactamente lo contrario, un trabajo con prólogo compartido, con esfuerzo previo, con compromisos que no se limitaron a la incumbencia de unos pocos y que lograron con creces su propósito. Tienen aquí los lectores material para solazarse en los corolarios de la derrota de los Chávez en su cuna, más trascendentes que los de 1958 cuando de la analogía se empina una obra multitudinaria frente a la conjura de un breve número de protagonistas que casi se puede contar con el solo auxilio de los dedos de las manos.
“La derrota de la dinastía ‘revolucionaria’ fue el resultado de un desafío asumido por una reunión de partidos políticos que tenían clara la estatura de la proeza, y por una sociedad que se hizo cada vez más fuerte”
Hay otra diferencia susceptible de atención. Gracias al suceso del 23 de enero se consolidaron las reputaciones políticas cuyo origen provenía de 1945, que entonces encontraron camino abierto para el control del Estado y para el triunfo de sus aspiraciones. Hoy los hechos han dependido, en gran medida, de figuras poco conocidas a escala nacional, de actores lugareños que apenas provocaban el interés de la opinión pública, de individuos sin mucha historia de la cual ufanarse que no fueron estrellas de los medios de comunicación social, ni de ninguna tribuna relevante. No solo estamos ante una peculiaridad, sino también frente a una promesa. Seguramente muchos no pasarán de la medianía si nos atenemos a cómo declaran y opinan hasta ahora, con más superficialidad que lucidez, entre trancas y barrancas, pero pueden aprender, pero representan la alternativa de una frescura o de una novedad que ofrece oxígeno a sectores de la oposición que hoy se la ven negras para encontrar auditorios y fomentar entusiasmos. ¿Esta especie de relevo comarcal no puede conducir a la superación de las falencias que han acrecentado la orfandad de los líderes de las dos últimas décadas?, ¿su ejemplo no puede aleccionar al resto de la sociedad?
De todo lo cual se observa que predominaron las diferencias en la analogía, más que las similitudes, como era de esperarse. También los riesgos implicados en la comparación de hechos ocurridos en diferentes épocas y en escalas diversas, sobre cuya licitud sobran y sobrarán los reproches justificados. Pero, como excusa, el escribidor afirma que hizo la mezcolanza con el principal propósito de destacar la gesta barinesa. Para que, cuando la apreciemos como merece, sin necesidad de ponerla a competir con otros sucesos, sirva de aliciente en las luchas que se deben hacer en el futuro para la restauración de una República derrumbada.