Por: Jean Maninat
A estas alturas está bastante claro que el debate acerca de la participación en las elecciones presidenciales, legislativas estadales y municipales del 20 de mayo se ha estancado, y la esgrima argumental amenaza con convertirse en una brutal pelea a machetazo limpio. Las contiendas políticas suelen ser apasionadas (tanto como las religiosas) de manera tal que no nos vamos a persignar, o esconder la mirada tras la celosía de los dedos de la mano, para proteger nuestra sensibilidad de los atajaperros verbales que empiezan a explotar aquí y allá en las redes sociales. La verdad… hasta divertidos son.
La nueva parcelación de la oposición: la radical de toujours, el recién estrenado Frente Amplio, y quienes favorecen la ruta electoral tras la candidatura de Henri Falcón, enfrentan a un grupo que ha demostrado gran capacidad para mantenerse en el poder a pesar de su propia incapacidad para gobernar con un mínimo de cordura, no digamos eficiencia.
Para asombro del mundo (engloba a la “comunidad internacional”) mientras peor es la aceptación del gobierno y su presidente, mientras mayor su descrédito, mayor es la falta de cohesión y sindéresis de la oposición. Las palmaditas en el hombro que se reciben en diferentes foros internacionales tienen mucho de conmiseración: pobrecitos, la tarea les quedó grande. Y, al fin y al cabo, las audiencias internacionales van perdiendo interés frente a un “relato” repetitivo, poblado de ayes y ausente de una política concreta para salir de la situación.
El sector radical de la oposición tuvo su cuarto de hora de gloria con el resquebrajamiento de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Con su enemigo declarado herido de muerte, se suponía que emergería con fuerza en la calle, abriría finalmente las compuertas a la salida, y colorín colorado, esta historia ha comenzado. Nada por el estilo, su nuevo flagship “Soy Venezuela”, sin siquiera navegar naufragó en la orilla. Sus tripulantes, como si nada, volvieron al oficio de descalificar a diestra y siniestra y proponer dislates de tanto calado que ni el Canal de Panamá los podría albergar.
El Frente Amplio nació con una crisis de identidad severa, abrazó la no participación electoral (no, no es abstencionismo) y ha puesto su esperanza en la comunidad internacional como aliada para forzar al régimen -o dictadura- a propiciar elecciones transparentes, libres y democráticas en algún momento. ¿Cómo? Luego de las elecciones del 20 de mayo lo sabremos. Por ahora, y muy lamentablemente, el mensaje se desliza abruptamente hacia la descalificación de la candidatura de Henri Falcón.
A pesar de las furias, y los jeribeques que causa en algunos, la única iniciativa política con tracción real es la candidatura de Henri Falcón. Si las encuestas no mienten -y mire que suelen mentir- estaría ya por encima del candidato del oficialismo, y si logra captar la atención del 80% descontento en el país, se podría convertir en una opción creíble de triunfo.
La dirigencia del Frente Amplio tiene una buena oportunidad de enderezar el tiro sin salir corriendo a quitarse el traje no participativo (sic) ni lanzar al río Guaire (la mayoría son caraqueños) sus banderas de lucha por la limpieza definitiva del sistema electoral: darle la libertad de voto a los militantes de los partidos que lo integran.
Está en el librito, y le otorgaría una salida armoniosa con la desobediencia militante que empieza a agitarse en las regiones. Luego será muy tarde y la estampida participativa no dejará una sede ni un liderazgo intacto.