El habla es uno de los más crueles delatores de la estupidez y es claro que para alejarnos de su ácido autodestructor debemos cumplir con el trámite de pensar muy bien lo que vamos a decir.
Publicado en: El Estímulo
Por: Álvaro Benavides La Grecca
Tal como ocurre con aquello de matar moscas, tengo mi propio método para medir la estupidez humana. Es en el ámbito del lenguaje donde esta condición se me muestra más claramente, puesto que el ejercicio del lenguaje es un asunto de carácter público, mucho más en estos tiempos de comunicación vertiginosa y omnipresente.
El habla es uno de los más crueles delatores de la estupidez y es claro que para alejarnos de su ácido autodestructor debemos cumplir con el trámite de pensar muy bien lo que vamos a decir, hacerlo siempre sobre asuntos que manejemos con propiedad, cuidar la frecuencia de nuestras peroratas y, sobretodo, observar sine qua non la regla de oro: economizar palabras, acaso una de las virtudes que más disfruto cuando oigo o leo nuestra lengua.
Quienes se creen progresistas –su pensamiento es retrógrado mírese por donde se mire– se desviven por acuñar, uno seguido del otro, el masculino y el femenino de los sustantivos, como si se tratase de un descubrimiento digno de un premio Nobel.
La buena persona
No les basta con referirse, por ejemplo, a los niños: se sienten compelidos a decir niños y niñas, a pesar de que el vocablo niños se refiere a todas las personas durante la etapa de su niñez, independientemente del sexo que porten. Si una sola palabra comunica el concepto, ¿por qué, en nombre de qué, hemos de usar dos o más?
En nuestro idioma hay sustantivos comunes que tienen la misma forma para expresar los dos géneros gramaticales: niños, tiburones…
También existen los sustantivos epicenos, que tienen una forma única, a la que corresponde un solo género gramatical para referirse a individuos de uno u otro sexo.
Epicenos masculinos: el vocablo personaje denota por igual a Juan que a Juana. Decimos Juan es un personaje, o Juana es un personaje. Epicenos femeninos: el vocablo persona denota por igual a Juan o a Juana. Decimos Juan es una buena persona, o Juana es una buena persona.
La concordancia debe establecerse siempre en función del género gramatical del sustantivo epiceno (personaje, persona) y no en función del sexo del referente (Juan, Juana).
Tal y como ha evolucionado la pandemia del progresismo, nada de extraño tendría que uno de los obedientes militantes del pensamiento de alguien más (o una de las obedientes militantes, según el código progre), use el ejemplo de la palabra víctima y pregunte con énfasis ¿por qué esa palabra tiene que ser de género femenino? Adivino la respuesta progre: porque en las academias de la lengua hay muchos más hombres que mujeres. Ese disparate, lanzado al vuelo con mucha fuerza, avivaría la estupidez del hablante.
Tal cual sentenció Albert Einstein en su día, hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. De la primera –complementó–, no estoy completamente seguro.
La infinita estupidez humana
Hace más de una treintena de años me topé con La historia de la estupidez humana, del escritor húngaro Paúl Tabori, cuyo pórtico reza: Este libro trata de la estupidez, la tontería, la imbecilidad, la incapacidad, la torpeza, la vacuidad, la estrechez de miras, la fatuidad, la idiotez… Me cuesta no pensar en este párrafo cuando oigo o leo esta manía progre innecesariamente inclusiva que ha corroído la elegancia del buen lenguaje español.
En el primer pasaje de su Juan de Mairena, don Antonio Machado pone un magnífico ejemplo del valor de la economía de palabras como clave de eficiencia para la buena comunicación:
Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa», le dice de Mairena a uno de sus alumnos. El alumno escribe lo que se le dicta.
—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: Lo que pasa en la calle.
Con apenas dos palabras menos, la versión del estudiante es exponencialmente más eficiente en términos de claridad comunicativa que la que dictó de Mairena.
Escribir más contravendría mi propósito.