Publicado en: El Independiente
Por: Thays Peñalver
Diez mil muertos en 15 días en España. Esa es la única cifra que importa más allá de las especulaciones. Como decimos en Venezuela las estadísticas no son rostros. Mientras escribo son casi mil caras diarias, mil historias, mil familias las que caen por la pandemia, por lo tanto no es una guerra de números, ni una competencia, solo importan los caídos y los miles que caerán. Cada cifra es una vida perdida, una familia deshecha.
En el Reino Unido hablan de que un “buen pronóstico” podría ser de 20.000 muertos (Bloomberg), mientras Estados Unidos prevé 80.0000 (Reuters) el doble que sus soldados muertos en combate en Vietnam. En Ecuador los muertos aparecen diariamente en las calles. ¿La culpa? En parte es nuestra, como sociedad.
No me estoy refiriendo a que votáramos por aquellos políticos idiotas que frente al “brote, misterioso de virus” decían que las patadas de burro y la mordedura de serpientes eran más peligrosas que el nuevo virus, o que incluso hicieron que la televisión educara masivamente que no había que alarmarse por una gripecilla, porque no pocos expertos dijeron lo mismo.
No me refiero a los políticos que como López Obrador en México que educaban a sus votantes con declaraciones como: «No debe haber alarma, no es tan fatal este virus». O aquellos que explicaban que había que «poner en su sitio la alarma social» y no al coronavirus porque al fin y al cabo «solo mata» a los mayores. Sea de derechas o de izquierdas, la idiotez y los virus no discriminan, porque ambos son asesinos en masa.
La culpa
Digo que la culpa es en parte nuestra, porque si nosotros no les hemos creído jamás a nuestros políticos, ¿cómo diantres vamos a creer en los políticos comunistas justo en la hora en que los están culpando del virus? Sería, apreciados lectores, como creer en los políticos soviéticos que hablaban de un pequeño incendio en las afueras de un bosque de Chernóbil.
Pero la verdad quedó escrita para la posteridad desde que en noviembre pasado se generó una alerta sobre un «misterioso brote viral parecido al SARS» en China. Para el 31 de diciembre Taiwán y Hong Kong declararon la emergencia y eso es lo único que debieron haber tomado como cierto.
En vez de maravillarnos porque los chinos construyeron un hospital de 10.000 camas en dos días mientras lapidaban ciudades enteras, no eran los números, ni las estadísticas ni lo que decían lo importante, sino para qué lapidaban sus ciudades y construían 16 hospitales gigantes.
Es decir, si usted ve humo en casa de su vecino y observa que está llevando cubetas de agua a montones, puede decir que el incendio se originó allí, pero el responsable de que no se queme su casa es en buena parte usted si no toma las medidas urgentes.
Por eso culpar de todo a los políticos chinos por un virus es igualmente absurdo, porque ni la gripe española fue española, ni el Mers es culpa de Arabia Saudí, ni el Ébola o el Sida son culpa de África, ni lo son los que aparecieron en Corea del Sur, Mexico o Reino Unido. “El virus idiota, el virus”, parafraseando a los Payasos de la Tele, es lo único que debe importarnos y la responsabilidad desde que aparecen, hasta lo que ocurre después, es única y exclusivamente nuestra.
El problemón de las pandemias es responsabilidad de todos como sociedad, en especial porque siempre hemos tomado como un viejo amigo a la pandemia del virus de la gripe. Sí, dije pandemia. Esa que llega todos los años a visitarnos y en vez de tomar medidas contra el terrible flagelo que mata a 6.000 españoles al año nos referimos a ella como a la amiga de toda la vida, la «gripe» no da miedo porque “se trata de personas mayores”, 6.000 al año, 60.000 en diez años, 500.000 entradas a las UCIs.
La responsabilidad es nuestra, porque si hubiéramos tomado al virus de la gripe como un enemigo, si las voces de alarma se ejecutaran anualmente, sin nuestros hospitales tuvieran las UCIs adecuadas y no se murieran “dos de cada diez” que ingresan por gripe, esto quizás no estaría pasando, al menos como lo vemos hoy.
Es en como afrontemos las pandemias “menores”, donde se encuentra la respuesta a las pandemias mayores. Porque al fin y al cabo, en Taiwán aprendieron del Sars, crearon un modelo de reacción, tomaron las medidas y protocolos correctos para poner en cuarentena a la pandemia y no a la sociedad. Esa es el motivo por el cual, hasta sus bares continúan abiertos.
Por eso, donde si hay responsabilidad política es en eso de “quedaros en casa, solo podéis ir a comprar alimentos y medicinas”, por no haberse preparado para lo que era evidente después del Sars. ¿Con qué dinero nos quedamos, si no podemos ir a trabajar? ¿A cuántos matará de hambre una pandemia perfectamente previsible siguiendo el modelo de Taiwán? ¿Cuántas empresas van a quebrar por no tener una ley, ni protocolos de reacción porque nuestros políticos están distraídos todo el día matándose los unos a los otros, sin hacer nada en el plano real?
Por eso, la pandemia tiene otros problemas que comienzan a ser importantes en las cabezas de todos, además de lo anterior es que dos tercios de los trabajadores salen diariamente a rebuscar el pan. Diez millones de padres de familia en el caso venezolano no pueden darse el lujo de detenerse porque son «autónomos del día»: si no salen no comen.
Hoy vivimos las primeras semanas de aislamiento, pero ¿qué va a pasar en un mes sin trabajo? Cuando la gente agote sus reservas., ¿qué va a pasar en dos meses de cuarentena? ¿Y en 80 días como Wuhan en China? ¿Qué va a pasar si nuestras fuerzas del orden publico en el mundo colapsan frente al virus por no tener mascarillas y equipos mínimos de protección? ¿O simplemente al ver a sus compañeros enfermarse, se pongan lógicamente a resguardo? ¿Qué puede pasar si millones no tienen que comer y unos pocos miles tengan reservas aún?
Venezuela, de sobresalto en sobresalto
Con respecto a Venezuela, las dudas sobre las cifras son las mismas que en todas partes. Es muy posible que el aislamiento previo del país, con apenas un par de vuelos internacionales diarios, ayudara bastante a tener menos exposición, es también posible que las fronteras prácticamente cerradas, el éxodo y los pocos casos regionales -en comparación- ayudaran tanto como las medidas de cuarentena.
Pero la verdad es que si bien hay casos y fallecidos, los muertos no se pueden esconder y por ahora no se ve una crisis mayor ni en los hospitales, ni en las clínicas privadas, ni mucho menos en las calles como en Ecuador.
Pero en Venezuela, además de todo este drama, además de la pandemia, ya veníamos viviendo de sobresalto en sobresalto. Y es quizás producto de esas vicisitudes, que ya es parte de la idiosincrasia venezolana que muchos aplaudan medidas completamente irracionales. Es decir, el venezolano lee las noticias y las divulga como si no fueran con él, como si lo que ve fuera en otro país y no lo afectara.
Como buena parte de su clase política, el venezolano narra los acontecimientos como si fuera un evento deportivo internacional, donde hay dos equipos que van a disputar un match y donde lo único que hay que hacer es aplaudir.
No amigos, frente a la irracionalidad política hay que elevar y escuchar a las voces disidentes. ¿Qué sentido tienen las sanciones económicas cuando su resultado terminará de arrasar con la economía privada y la única resistencia que queda? Pero, además, les otorga un salvoconducto y una excusa a quienes ya sin sanciones lo estaban arrasando igualmente.
¿Somos capaces de arrasar nuestras propias tierras, pensando que con ello cambiaremos algo? ¿Hasta dónde podremos llegar bajo la falsa concepción de que quedarnos sin nada, acelera algo en la política? Unos barcos de guerra frente a las costas venezolanas, ¿pueden ayudar a destrabar la crisis o ser el factor unificador de las izquierdas latinoamericanas y mundiales frente a un enemigo común, como ha ocurrido en cien años de historia?
Algo tenemos que aprender de las dictaduras eternas en el Cuerno de África: quedarnos sin economía solo beneficia al que maneja la poca economía restante; quedarnos sin dinero solo beneficia a la minoría que lo tiene, aunque sea poco.
La falsa idea de la tierra arrasada, que el mundo creyó que iban a tener efecto para generar los cambios políticos, solo ayudó a esos dictadores eternos a quedarse hasta el día de hoy. Acabar con la resiliencia de las pocas clases productivas, que aun se sostienen en pie fue lo que destruyó a los países que nunca recuperaron su democracia.
Las amenazas externas son aprovechadas por estos grupos para estimular los nacionalismos en poblaciones hambreadas. De hecho, el colapso total de las economías y el nacionalismo ha sido históricamente el engrudo que sostiene pegadas a todas las dictaduras.
Venezuela necesita con urgencia ayuda. Necesitamos que el dinero de los venezolanos represado en las cuentas europeas, los miles de millones sea devuelto con un mecanismo transparente y usado para paliar los terribles flagelos que padecemos. Necesitamos que Europa se enfoque en crear mecanismos que ayuden a Venezuela a superar los escollos y destrabar los problemas.
Necesitamos que Europa ayude a Venezuela a recuperar sus mercados o incluso la ayuda europea para generar nuevos mercados con cuotas de exportación que permitan recuperar la economía y en especial que apuntalen la resistencia de las pocas empresas y productores. De esta manera, todos podremos recuperar más rápido las economías.
Insto al gobierno de Madrid a proponer alternativas con el dinero venezolano. Con la ayuda que necesitan nuestros hospitales y nuestros sectores productivos.
Pero en especial insto a todos a volver al tablero político, porque fuera de ahí, solo hay una violencia que nadie quiere, Venezuela no necesita y puede ser peor que una pandemia.