Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
La semana pasada examinamos la supuesta “guerra fría” que confronta Juan Guaidó, y propusimos que advierta a los gobiernos y empresas de China, Turquía, Irán, Italia y sobre todo Rusia, que cualquier contrato o acuerdo que haya sido firmado corre el riesgo de no ser honrado y mantenido, si no fue aprobado por la Asamblea Nacional.
Ahora, al analizar una posible “guerra civil” que enfrentaría el presidente Juan Guaidó, necesariamente hay que referirse a la guerra civil española –que es la primera que se nos viene a la mente– no solo porque toda situación de violencia se asemeja y siempre vamos a encontrar similitudes entre lo que nos ocurre hoy y la época que precedió a la guerra civil española, sino porque la comparación no es una casualidad, pues venimos de un mismo tronco, tenemos un mismo idioma, una cultura similar, un concepto del derecho parecido y muchas cosas más, de las cuales enorgullecernos y lamentarnos.
Pero de allí a pensar que la situación de violencia a la que nos está llevando esta dictadura va a desembocar en una guerra civil como la española, creo que es soslayar algunas diferencias importantes y caer en la matriz de opinión que el régimen quiere y viene desarrollando desde hace tiempo, a través de varios de sus voceros, para intimidar y continuar manteniéndose en el poder. Pero regresemos a la comparación con España.
España caída la Monarquía, en 1931, con un país industrialmente atrasado y dividido en varias nacionalidades, incluso con idiomas diferentes, pasa por un corto y caótico período republicano de seis años, signado por ese “genio español” que se concreta después en esa frase que fue y sigue siendo consigna turística: “España es diferente”, lema bajo el cual fueron educados y socializados, por años, los niños españoles. La republicana fue una época de intolerancias de todo tipo, religiosas, políticas, culturales, que hizo pensar y sedimentar la idea de que España es una sociedad en la cual el conflicto y la violencia están siempre presentes.
A eso debe agregarse un contexto internacional propicio, con una Europa entreguerras y en pleno auge de ideologías totalitarias: Comunista en Rusia, Fascismo en Italia, Nazismo en Alemania, como extremos, pero con repeticiones en menor grado por toda Europa. El mundo era, y lo fue hasta los noventa del siglo XX, el escenario de dos modelos históricos precisos: el socialismo y el capitalismo y nada escapaba a esa dicotomía, mucho menos la España de los años treinta que originó la guerra civil más cruenta que recuerda la humanidad, seguida de una de las dictaduras más crueles que recuerda el mundo y que durante 40 años reprimió, no solo a la disidencia política, sino también las creencias religiosas diferentes, las culturas, identidades regionales, idiosincrasias y alimentó ese sentimiento de división que aun hoy se lleva en la sangre española y que cantaron sus poetas, entre ellos el inolvidable Machado, cuyos versos cantaba Serrat en los años setenta del siglo XX: “Ya hay un español que quiere / vivir y a vivir empieza / entre una España que muere / y otra España que bosteza. / Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”.
Si, es verdad que son ciertas todas las semejanzas que como males Ruth Capriles, historiadora, nos describía en un mensaje a la Red de Veedores hace más de 15 años: “La debilidad de las instituciones republicanas, la altanería y cuestionamiento a todo orden de autoridad, la pobreza y desigualdad, la deliberada acción subversiva de células comunistas, el vacío de poder, la disgregación de opiniones, la incapacidad gubernamental, la postergación del conflicto, y hasta la comicidad de los trágicos actores.” y que aun hoy nos hacen exacerbar las similitudes con nuestra realidad y temer desenlaces similares.
Pero, no olvidemos la Venezuela durante los últimos cuarenta años de imperfecta democracia, antes de caer en la desgracia en la que estamos sumidos hace 20 años; antes de esto, que hoy lamentamos, vivimos una historia política sin la violencia comparable a la de otras latitudes y es algo que hasta el marxismo ramplón de Hugo Chávez Frías reconocía y de allí su prédica continua del conflicto social y la también continua exacerbación del mismo. Y es que las clases sociales entran en conflicto, solo si existen y solo existen cuando tienen conciencia de que son clases sociales, antagónicas e irreconciliables. Eso, sin duda está presente, pues el chavismo/madurismo lo exacerbó; pero no es suficiente para una guerra civil, hace falta también dos sectores en armas y los únicos armados, dispuestos para un combate, capaces de ir a un conflicto son las Fuerzas Armadas; es claro que la oposición venezolana no está en ese ánimo, ni tiene armas, ni de donde obtenerlas, ni con que hacerlo. Se requiere, además, todo un “contexto” internacional que hoy no está presente y que sí lo estaba en la Europa de los años 30 del siglo XX que le tocó vivir a España.
Pero tengamos en cuenta que son muchas las alternativas de violencia que podemos enfrentar sin llegar a lo terrible de una guerra civil, y eso sí es algo que nos debe preocupar y escenarios para los cuales Juan Guaidó se debe preparar. La única forma de no enfrentarse a estos escenarios es con un país unido, decidido al camino de la paz y dispuesto a emprender tareas de transformación económica, política y social de envergadura. Juan Guido está en una inmejorable situación para intentarlo, con el ánimo y la esperanza que ya ha insuflado al país.
En un “gobierno de transición” se pueden comenzar muchas tareas; en esta materia, por ejemplo, acometer la tarea de sanear el sistema judicial, empezando en primer lugar por reconstituir el TSJ conforme a los criterios y requisitos constitucionales y renovar todo el sistema, con jueces y fiscales idóneos, por concurso, que permita concluir juicios pendientes, para contribuir a acabar el hacinamiento en las cárceles, impartiendo sana justicia; y por otra parte, fortalecer los sistemas de seguridad, policiales, que de verdad luchen contra el hampa, la corrupción, la impunidad y no sean participes y cómplices del delito. No es tarea fácil, pero ninguna lo será.
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