Publicado en: Tal Cual
Por: Paulina Gamus
En 2006 se estrenó en Alemania y recibió más de cincuenta premios internacionales, la película «La vida de los otros». Habían transcurrido diecisiete años de la caída del Muro de Berlín y, en consecuencia, del fin de la República Democrática alemana, es decir la Alemania comunista. Pero las heridas y los recuerdos de la pesadilla estaban frescos e inspiraron muchas películas y abundante literatura. El resumen de «La vida de los otros» es la instalación de micrófonos en el apartamento de Georg Dreyman, un destacado dramaturgo fiel al régimen, como debían ser todos quienes quisieran trabajar y además evitar la cárcel y torturas.
Para la fecha en que se sitúa la película –1984– la Stasi o policía política y secreta de la RDA, contaba con 100.000 agentes y 200.000 informantes que vigilaban la vida de sus compatriotas. La causa de la investigación contra Dreyman fue la relación amorosa que el ministro de cultura había iniciado con la actriz novia de Dreyman. No voy a narrar el resto de la excelente película porque está disponible en YouTube doblada por españoles. La recomiendo.
Se preguntarán los apreciados lectores la causa de haber traído a colación «La vida de los otros» que en Cuba, donde nunca fue vista, la llamaron «La vida de nosotros». La causa es la revelación que ha hecho la empresa de telefonía móvil, Movistar (seguramente por presión del gobierno y de las leyes de España) de haber sido forzada a intervenir 861.000 líneas por órdenes del régimen venezolano.
En su confesión Movistar agrega que no menos de 1.584.547 de líneas telefónicas de su compañía, que opera en Venezuela desde 2005, resultaron «afectadas» por solicitudes de «interceptación legal» en 2021, por parte de «autoridades competentes» venezolanas.
La revelación aparece en el informe de Transparencia en las Comunicaciones 2021 de la multinacional española. Las «intervenciones» representan más del 20% de las líneas de teléfono y de internet. Telefónica (Movistar) también refiere que han registrado 149.152 solicitudes de «metadatos asociados a las comunicaciones», lo que se refiere a los datos del suscriptor (nombre, cédula, dirección), pero también información como número de mensajes y llamadas recibidas, de quién, a qué hora, la frecuencia e incluso dirección de IP.
La confesión a la que Movistar se ha visto obligada genera una cantidad de preguntas que seguramente jamás tendrán respuesta. Por ejemplo ¿quiénes son o quiénes somos (porque, perdonen mi inmodestia pero seguro que soy una de los 861.000) los pinchados para decirlo en lenguaje coloquial? ¿Y quiénes los obligados a oír sus conversaciones? Otra pregunta que seguramente es la más incómoda para el régimen: ¿cómo ha podido mantenerse incólume y sin que le entre un sustico, un gobierno que tiene estimados 861.000 conspiradores? Y algo que realmente me intriga: ¿quiénes son los funcionarios obligados a oír a diario ochocientas sesenta y un mil conversaciones?
Esos funcionarios que deben escuchar para luego denunciar, me inspiran verdadera lástima. Creo que su destino a corto plazo es un hospital psiquiátrico. Por ejemplo, mi familia me acusa de tener mal humor telefónico, y es cierto, toda conversación en línea que dure más de dos minutos, me aburre. ¿Qué podríamos pensar del humor telefónico de los movistarescuchas? Por supuesto que esa labor en la que seguramente participan personas de todos los sexos hasta ahora conocidos, es remunerada y si fuera con salario mínimo como ocurre con la mayoría de los funcionarios públicos, la eficiencia sería más que dudosa. ¿Les pagarán en divisas o trabajan bajo amenazas como los espías de la Stasi, en la película «La vida de los otros»?
Quisiera por esta vez, aunque alguna oposición radical me acuse de colaboracionista, hacerle un favor al régimen de Nicolás Maduro y C.A. Ahórrense el salario del oyente que me tienen asignado. Mis breves conversaciones telefónicas se pueden clasificar como Domésticas: (reparación de electrodomésticos, automóvil, plomero, compras por delivery). Amistosas: (saludo a personas de mi afecto que cumplen años, están enfermas o se van o vienen del y al país). Familiares: dietas (en mi familia todos estamos a dieta pero seguimos en el mismo peso), recetas de cocina, críticas o chismes sobre algún conocido o incluso un miembro de la familia a quien queremos mucho pero cuyos defectos son sabroso tema de cotilleo, alto costo de la vida esto ya podría ser peligroso) y lo que comparte el 80% de los venezolanos: sapos y culebras contra el gobierno por los cortes y bajones de electricidad, interrupción del suministro de agua, y mucho más graves, por las maldades que se les ocurren diariamente para hacernos la vida casi o totalmente insufrible.
Mis interlocutores telefónicos, salvo algunos miembros jóvenes de la familia (los que menos llaman) son personas de la tercera y hasta cuarta edad. Algunas, como en mi caso, aunque quisiéramos anotarnos en algún movimiento conspirativo, seríamos una carga y nos detectarían enseguida por los bastones, las andaderas y la cantidad de medicinas propias de la vejez. De manera que, y ya para concluir: señores de Movistar con anuencia del régimen, sáquenme de esa lista de 861.000 porque no hay nada que yo diga por teléfono que no escriba en esta página. A los 860.999 restantes un consejo, hablen en cutí.